Bazar de Letras 2.0
25 febrero 2025
07 noviembre 2024
¡Buenos días! Esperamos que estéis todos bien. Nosotras estamos, una vez más, refugiadas en la Literatura que tanto conforta y ayuda a desarrollar la resiliencia. Esta semana, M Carmen Meroño, del Bazar de Letras de La Palma (¡aunque ella es galilea!), ha querido compartir con todos nosotros su relato inspirado en un sonido. Seguro que os gusta tanto como a nosotras.
¡AY, RÍO!
El rumor del agua me hacía sentir su fluir mágico dentro de mí, era un bálsamo que inundaba mi cuerpo. El riachuelo era escueto, pequeño, cristalino, manso, pequeñas pozas permitían el reflejo del sol brillante y cegador. El verde de tus veredas se reflejaban en tus aguas.
¡Ay, río! Cómo jugaste con mis sentimientos, rompiste mi armonía y destruiste mi paz.
Has sido como un marido infiel, que hace saltar por los aires todo en un momento de arrebato. Estabas celoso de mi paz, no mediste consecuencias, ni dolor, ni desolación, ni siquiera mis gritos de auxilio, estabas furioso.
¡Cielos! ¿Qué te hice? Caíste sobre mí como un ave rapaz, que arrebata la vida a un polluelo indefenso. No, no, traicionaste mi confianza, te vendiste a unas nubes que con sus lágrimas te ofrecieron más amor que yo.
¡Qué falsas fueron! ¿Cómo consiguieron tu favor? ¿Qué trueque hiciste con ellas?
¡Ay, río! Has desoído el clamor, el llanto, el dolor de los que te amábamos. Te vendiste y no le plantaste cara a la nube siniestra.
Ve y cuéntale que dejaste a los tuyos sin amparo, que su amor se ha convertido en odio y que recuperarte te costará toda una vida, una vida igual a una eternidad.
La confianza no se repara, se gana.
¡Ay río! ¿Cómo pudiste hacerme esto?
11 octubre 2024
¡Buenos días y bienvenidos a un nuevo curso del Bazar de Letras! Comenzamos nuestras publicaciones recordando las recientes Fiestas de Cartagineses y Romanos de la mano de Milagros Márquez, que ha querido compartir con nosotras la historia de un héroe. Seguro que os gustará:
A LA SOMBRA DEL HÉROE
He mandado que me suban a cubierta y reposo sobre mi capa que tiene olor de mil batallas, desde aquí veo el mar, ese mar de mi infancia en Cartago y el mismo cielo de un azul infinito, no distingo bien el uno del otro, será por la fiebre que me producen las heridas de la última batalla. Di orden de zarpar rápidamente desde Italia, quiero ver pronto las costas de mi querida Cartago, si tengo que morir allí descansaré tranquilo rodeado de los míos y si no llego, que me arrojen a este mar que tantas veces he atravesado con honores de victoria o con tristezas de derrota, aquí mi espíritu navegará recorriendo las costas, las islas, mi vida y mi historia.
Soy Magón Barca, hijo de Amílcar y hermano pequeño del Gran Aníbal de quien fui su mano derecha, siempre lo he amado y respetado y aunque mis logros en Hispania fueron muchos, sé que la historia se olvidará de mí eclipsado por el nombre de Aníbal que seguirá pronunciándose a través de los siglos. Pero estoy orgulloso de haber sido un líder capaz de la caballería como lo demuestran las emboscadas a los romanos en Hispania e Italia.
Mi nombre significa grande o mago, alguien que sabe sacar provecho de lo más difícil y difícil era reclutar tropas prometiendo, sin haberlo conseguido aún, el oro del Sil o la plata de Qart Hadast. He sido un gran negociador, alagaba y colmaba de regalos a los jefes de las tribus hispanas y así conseguir hombres para el ejército de Cartago.
Estamos pasando cerca de una isla, no la reconozco pero recuerdo todas y cada una de ellas, he navegado hasta el mar que hay más allá de Gades buscando hombres y riquezas, pero la que estará siempre en mi corazón es una del Mar Nuestro, en la que fundé una ciudad a la que di mi nombre, a esa isla fui a contratar los mejores honderos y reclutarlos para nuestras filas pero hice un mal negocio y mi corazón quedó atrapado en la profundidad de unos ojos negros y un cascabeleo de risas en el aire. Se llamaba Adama y partir de entonces navegamos juntos, pero Magón será nuestro destino final, las suaves colinas que bajan hacia el mar en bosques de pinos, el aire limpio, la paz que necesitaré después de tanta guerra, ese creía yo que sería mi final, pero el destino que no le pide permiso ni a los poderosos decidió que no fuera así.
No éramos conquistadores como Roma, no imponíamos nuestras leyes, ni nuestros dioses, descendemos de un gran pueblo de comerciantes, el Fenicio, pactábamos con las tribus para el intercambio de mercancías, pero nuestros barcos eran hundidos y eso nos llevó a las guerras con Roma. Queríamos tener el dominio absoluto del mar.
Veo pasar nubes blancas, el aire salino me reseca los ojos y mi boca parece contener arcilla. Me cuesta respirar, tengo que llegar, solo necesito un poco más de tiempo, mientras van y vienen retazos de mi vida que no quiero olvidar.
Otra ciudad importante para mí, aunque de tristes recuerdos, es Qart Hadast, la ciudad de las minas de plata, no he visto puerto más abrigado y seguro. Cuando estás dentro las grandes montañas lo protegen y sientes que allí nunca llegará la guerra.
Los recuerdos llegan a mi mente como las piedras de una playa tropezando unas con otras para quedar inmóviles en la orilla hasta que una ola más fuerte las vuelva a llevar rodando buscando el camino o el recuerdo que habías dejado atrás.
Aníbal estaba preparando una expedición a Roma desde Qart Hadast. Había noticias de que los romanos, con la excusa de la toma de Sagunto por nosotros, estaban formando un gran ejército al mando de Escipión el africano que se uniría a la gran armada de Cayo Lelio, salirle al encuentro o aprovechar para un golpe genial atacando a la misma Roma, era la idea que se discutió en el último consejo cartaginés, porque dudábamos encontrar los apoyos necesarios, ser traicionados por alguna tribu que tuviera un pacto anterior con Roma o encontrar el ingente material de hombres y pertrechos que necesitaba semejante aventura.
Aníbal, nuestro héroe, mi querido hermano, también dudaba. Eso tendría como consecuencia dejar casi desprotegida esta pequeña y maravillosa ciudad. Estos recuerdos me producen un gran dolor, yo insistí en la expedición y también en quedarme a defenderla ante el consejo cartaginés, siempre pensé que era inexpugnable, sus altas murallas y su mar interior eran su mejor defensa. Después de días de deliberaciones, se aceptó mi propuesta y los dioses saben que no fue por ganar más honores, a mi entender no podíamos dejar sin defensa esa zona tan importante del Mar Nuestro.
Aquello fue un terrible error, tenía entonces 34 años y la sangre me hervía solo con oír mencionar a los malditos romanos, que adivinaban nuestros pensamientos y nos iban adelantando en la guerra.
Estoy en un duermevela a causa de la fiebre pero aquella aciaga noche no dormía, con la bella Adama recostada a mi lado pensaba que sería de ella y de todos nosotros si mi plan estratégicamente concebido fallaba, solo contaba con 1000 soldados y los que habíamos armado de entre los habitantes de Qart Hadast.
Cuando me avisaron de que se divisaba una gran armada, aun lejos del puerto, puse en marcha mi plan: 500 hombres bien armados defenderían la ciudadela y otros 500 el cerro consagrado a Asclepio. Sabiendo que Escipión estaba acampado en otra de las colinas cercanas, hice una salida con 2000 habitantes de la ciudad, para asustar a los atacantes. Ese fue mi gran error, tenía que haberme quedado dentro a defenderla, como se acordó en el Consejo. La lucha fue durísima, una verdadera carnicería. Cuando tuve noticias de que los romanos habían conseguido pasar las murallas y que también se luchaba en la zona del mar interior al ser abiertas las puertas por un esclavo traidor, quise volver con los pocos hombres que me quedaban, pero era imposible, decían que no quedaba ser viviente en la ciudadela y hui, hui destrozado con graves heridas. Mi pensamiento era llegar a Cástulo, contratar mercenarios para volver, y reconquistar la bella ciudad.
Pero el destino no lo quiso así. Fui contratando mercenarios por Hispania y me dirigía a Gades para cerrar tratos cuando me llegó la noticia de la muerte de nuestro hermano Asdrúbal cuando intentaba unirse a Aníbal en Italia. Con rabia y dolor en el alma tomé una decisión, partir para Italia. Esa sería mi tercera expedición a esa península y nunca volvería a Qart Hadast.
Después de reunir un ejército de casi 70000 hombres en aquella llanura de Elipa, en la Galia Cisalpina fui herido. Eso significaba que la última oportunidad de Aníbal para recibir algún refuerzo nunca llegaría. Cartago no conseguiría cambiar el curso de la guerra.
Los dioses no me permitieron morir en la batalla como un soldado. Moriré aquí, en este barco y deseo que al recordar mi historia sean magnánimos.
03 junio 2024
Buenos días, amigos del Bazar de Letras. Ha llegado el final del curso y nuestros alumnos han practicado y experimentado con otras formas de narrar. Joaquín Campillo, del Bazar de Letras de los Jueves, quiere compartir hoy con nosotras este microrrelato. Seguro que os gusta.
30 abril 2024
Buenos días desde una lluviosa Cartagena. Como cada año, en los diferentes talleres del Bazar de Letras hemos escrito inspirándonos en el cartel de La Mar de Músicas. Este año, Islas del Mediterráneo. Compartimos hoy con vosotros este relato de Esther Valera Gasull, lleno de belleza y lirismo.
11 marzo 2024
¡Buenos días! Llegó Febrero y con él una nueva edición de las Jornadas Carmen Conde, organizadas por la Asociación de Mujeres Amanecer, de Barrio Peral. El jueves 29 celebramos el Certamen de Relatos y el ganador, Joaquín Campillo, generosamente nos ha enviado su texto para que todos lo podamos disfrutar. Por las Doritas que luchan contra la soledad no deseada, allá va.
DORITA
Tiene la mano sobre el pomo de la puerta, cuando suena el móvil. Uno de los antiguos, no inteligente, pero le sirve, para las llamadas que recibe. Es Dorita, quien llama, una buena y reciente amiga, acompañante y alumna de la clase de bordado. Fue quien le sugirió impartirla para que compartiera su maestría. Estos encuentros se iniciaron después de aquella tarde, triste como todas, de las que tantas pasaba, sola, volteando en su cabeza la lluvia de recuerdos, las ausencias impuestas por la muerte de sus seres queridos, las de sus hijos, voluntarias, en la lejanía de sus vidas. Y determinó poner fin a esto con una solución, amasada durante tiempo en su cabeza, así fue:
La tarde es plácida, agarra su inseparable compañero. Antes tenía dos, pero al perro se le acabaron las carantoñas que profirió durante catorce años. Por esta circunstancia, solo le queda su soporte: el andador. A pesar de que camina bien, fue un consejo médico por seguridad. Toma su ruta habitual, despacio, las manos en el soporte y los dedos prestos al freno. En la esquina, una señora con perro mira a los lados, mientras hurga en el bolso, parece que no tiene modo ni manera de recoger los excrementos del animal; se prepara para disimular su falta. Al llegar a la plaza, otra mujer anciana, que porta un vaso de cartón, se le acerca y lo presenta a modo de petición; no entiende lo que balbuce, le deposita una moneda y sigue. En un banco, una pareja de jóvenes derrocha arrumacos, luego, cuando se marchan, él se cubre tras chica a la espera de que cese su erección. Entonces, ella piensa cómo, en sus tiempos, eran los galanteos. Llegada a un paso de cebra, se alerta, porque para una persona de su edad hay riesgo, si el que transita va bebido, fumado o distraído, y las terribles furgonetas de reparto vuelan a destajo. Ella no quiere una lesión a medias, ni una prolongada agonía. Por fin, alcanzó su meta, el puerto. Tenía visto un rincón solitario, alejado de las terrazas y zonas de paso. Allí se sienta, mira, piensa y piensa, siempre lo mismo. La brisa le reconforta e incrementa el lagrimeo de sus ojos, pero no calma su amargura interior. El sol abandona su labor, desciende besando con sus rayos el horizonte. Refresca, siente un escalofrío en su cuerpo y en su alma. No hay nadie cerca del cantil, solo alguna gaviota que busca restos abandonados por los pescadores. Podría ser su momento. ¿Qué le ata a este mundo, si solo se acuerdan de ella un par de veces al año y el cumplido es telefónico?; unos escasos minutos de conversación.
Está claro, se levanta del andador y camina hacia la orilla, decidida. Ya las lágrimas resbalan por los surcos de su cara, las recibe el pañuelo que saca de la manga. Un paso más. En un momento, la mano, sobre el pecho, presiona la medalla que le regaló su hombre, el que compartió vida e hijos. Ya ve próximo encontrarse con él. En verdad, no está convencida del todo, pero sigue adelante; otro paso más. De pronto, la sobresalta una voz y un himno que, por megafonía, procede de algún buque militar. Las farolas del puerto se encienden. Da otro paso. Decidida llega al filo. Aparta el andador y cuando se inclina, una mano la sujeta y escucha una voz que le dice: «Entornando los ojos, si quisieras verías… verías el lado bueno de lo que has vivido y lo que te queda por vivir, verías lo útil que es ayudar, entregarte a un nuevo ideal, por pequeño que sea». Cuando se vuelve se abrazan. La mujer que la retuvo sigue hablando: «Verás como, al final, alguien te devuelve el tiempo que tú le dedicas, verás sonrisas, compañía, volverás a respirar, de nuevo, el aire de la amistad…».
Fue la primera vez que vio a Dorita.
(Por diversos motivos, en 2022, se suicidaron cuatro mil trescientas personas; mil trescientas eran mayores de sesenta y cinco años).
10/02/2024
Primer Premio Taller Literario de las Jornadas de Carmen Conde. Asociación de Mujeres Amanecer. Bº Peral.
10 noviembre 2023
¡Buenos días! Tanto tiempo sin pasar por aquí para compartir Letras con vosotros. Hoy nos vamos a emocionar con el relato de M. Dolores Hernández, ganador en el Certamen de Relatos de La Bella Quiteria en Munera (Albacete).
¡Culpable por haber nacido mujer!
En un lugar de este mundo donde la vida es insegura e inhóspita para la mujer, te veo niña preciosa entre paredes sin colores, tienes el pelo negro como la noche y tu piel es morena como la tierra. Eres feliz chiquilla y vas creciendo en una granja que poseen tus padres, donde abundan los setos de flores amarillas y una oveja rebelde se las come a bocados. Ajena a tu triste destino, te sientes libre como los pájaros y dices algo de volar muy alto, donde deseas que las niñas tengan los mismos derechos que los niños. Tus brazos extiendes en la noche como queriendo alcanzar las estrellas, les hablas de tener alas para llegar a acariciarlas y te inventas una oración que habla de un cielo azul.
Ahora vives con la ilusión de ir haciéndote mayor y ese anhelo escapa y vuela de tu mente, juegas con la fantasía que escondes bajo tus parpados, todo cabe en tus ojos nocturnos. ¡Pero oh chiquilla! por haber nacido mujer, se vislumbra una sombra enredada en tu mirada, que nubla ese ingenuo encanto, que te espera sin tener piedad en tu diminuto cuerpo. Es el estigma de la ablación con su ingrata presencia, es el que te arrebata sin misericordia el derecho al placer sajándolo con el filo de un cuchillo. Tras una violencia sangrante en tan tierno regazo, tras un horrible e inhumano ritual, la dignidad que enarbolan tus derechos ha sido mutilada y un lívido temblor zarandea tu fascinante universo ¿Quién puede ahora volver a redimir este débil cuerpo? Qué amargo es ahora sentirse niña y no poder regresar al punto de partida y seguir viviendo como una flor sin paraíso, donde las alas que tanto anhelabas te las han roto.
Entre el miedo, la opresión y la angustia, tu criatura, has sido humillada y entre matices de oscuridad que esgrimió ese atardecer, te dejas llevar hacia un futuro incierto, porque a los catorce años te dan en matrimonio sin amor correspondido con el hombre equivocado, sin ilusiones, sin gozo, sin virginidad, ya no ves madrugadas tejidas con hilos de grana y oro y tu belleza la ocultas tras un siniestro burka viviendo prisionera y sin rescate adoctrinada en esa jaula. Toda tu silueta es una sombra que no quieres reconocer dentro de él y que te corta el oxígeno.
Tan solo flotan tras una minúscula abertura unos ojos que limitan el paisaje de tu entorno buscando señales en otros ojos en la lejanía de otras voces y otros caminos. ¡Ay chiquilla de pelo negro como la noche, de piel morena como la tierra! la frescura de tu rostro ya no veo, tu aureola de destello ya no me ciega con su fulgor y siendo todavía una niña bebes día tras día un cáliz amargo con sabor a miedo y opresión. Ahora vives como la luna más desamparada, queriendo volver a tener los brazos que velaban tus sueños cuando eras una pequeña encendida de rubores y amparada en el regazo de tu madre.
No fue esto solo tu larga agonía, porque una historia de luto estaba próxima a comenzar. No eras culpable y te acusaron de adulterio y sin un juicio justo condenada a ser lapidada, pediste clemencia ya que lo que realmente en ese día pasó, en el que reinaba la oscuridad, es que fuiste violada. Las manos de bronce del salvaje apretaban tu cuello sin poder escapar de sus garras. Todo llegó a ser inútil, la ciudad amaneció gris, eras inocente y tú dispuesta a morir y el pueblo entero cómplice de esa agonía se congregó alrededor tuyo como verdugos fanáticos que te observaban con odio. La primera piedra, con las huellas de un infame impacto en tu frágil cuerpo, la segunda hizo brotar sangre de la frente y la tercera te rompió la vena de la sien, dando el último suspiro retenido. El destello de luz que emanaba de ti quedó suspendido a su paso por un tiempo demasiado corto que te arrebató la vida. Y cada vez que una de nosotras muere de esta forma, un trozo de nuestro corazón debiera de desgarrarse dentro de él. Así son asesinadas las mujeres por tan injustas leyes en una sociedad machista y fanática en la cual los estúpidos se nutren en su seno, mientras quienes tienen la obligación y el deber moral de poner orden en este mundo miran hacia otro lado.
Esta historia está basada en hechos reales
Mª Dolores Hernández Martínez
Premiado en el certamen de La Bella Quiteria en Munera (Albacete)
A 1 de Julio de 2023