¡Buenos días y bienvenidos a un nuevo curso del Bazar de Letras! Comenzamos nuestras publicaciones recordando las recientes Fiestas de Cartagineses y Romanos de la mano de Milagros Márquez, que ha querido compartir con nosotras la historia de un héroe. Seguro que os gustará:
A LA SOMBRA DEL HÉROE
He mandado que me suban a cubierta y reposo sobre mi capa que tiene olor de mil batallas, desde aquí veo el mar, ese mar de mi infancia en Cartago y el mismo cielo de un azul infinito, no distingo bien el uno del otro, será por la fiebre que me producen las heridas de la última batalla. Di orden de zarpar rápidamente desde Italia, quiero ver pronto las costas de mi querida Cartago, si tengo que morir allí descansaré tranquilo rodeado de los míos y si no llego, que me arrojen a este mar que tantas veces he atravesado con honores de victoria o con tristezas de derrota, aquí mi espíritu navegará recorriendo las costas, las islas, mi vida y mi historia.
Soy Magón Barca, hijo de Amílcar y hermano pequeño del Gran Aníbal de quien fui su mano derecha, siempre lo he amado y respetado y aunque mis logros en Hispania fueron muchos, sé que la historia se olvidará de mí eclipsado por el nombre de Aníbal que seguirá pronunciándose a través de los siglos. Pero estoy orgulloso de haber sido un líder capaz de la caballería como lo demuestran las emboscadas a los romanos en Hispania e Italia.
Mi nombre significa grande o mago, alguien que sabe sacar provecho de lo más difícil y difícil era reclutar tropas prometiendo, sin haberlo conseguido aún, el oro del Sil o la plata de Qart Hadast. He sido un gran negociador, alagaba y colmaba de regalos a los jefes de las tribus hispanas y así conseguir hombres para el ejército de Cartago.
Estamos pasando cerca de una isla, no la reconozco pero recuerdo todas y cada una de ellas, he navegado hasta el mar que hay más allá de Gades buscando hombres y riquezas, pero la que estará siempre en mi corazón es una del Mar Nuestro, en la que fundé una ciudad a la que di mi nombre, a esa isla fui a contratar los mejores honderos y reclutarlos para nuestras filas pero hice un mal negocio y mi corazón quedó atrapado en la profundidad de unos ojos negros y un cascabeleo de risas en el aire. Se llamaba Adama y partir de entonces navegamos juntos, pero Magón será nuestro destino final, las suaves colinas que bajan hacia el mar en bosques de pinos, el aire limpio, la paz que necesitaré después de tanta guerra, ese creía yo que sería mi final, pero el destino que no le pide permiso ni a los poderosos decidió que no fuera así.
No éramos conquistadores como Roma, no imponíamos nuestras leyes, ni nuestros dioses, descendemos de un gran pueblo de comerciantes, el Fenicio, pactábamos con las tribus para el intercambio de mercancías, pero nuestros barcos eran hundidos y eso nos llevó a las guerras con Roma. Queríamos tener el dominio absoluto del mar.
Veo pasar nubes blancas, el aire salino me reseca los ojos y mi boca parece contener arcilla. Me cuesta respirar, tengo que llegar, solo necesito un poco más de tiempo, mientras van y vienen retazos de mi vida que no quiero olvidar.
Otra ciudad importante para mí, aunque de tristes recuerdos, es Qart Hadast, la ciudad de las minas de plata, no he visto puerto más abrigado y seguro. Cuando estás dentro las grandes montañas lo protegen y sientes que allí nunca llegará la guerra.
Los recuerdos llegan a mi mente como las piedras de una playa tropezando unas con otras para quedar inmóviles en la orilla hasta que una ola más fuerte las vuelva a llevar rodando buscando el camino o el recuerdo que habías dejado atrás.
Aníbal estaba preparando una expedición a Roma desde Qart Hadast. Había noticias de que los romanos, con la excusa de la toma de Sagunto por nosotros, estaban formando un gran ejército al mando de Escipión el africano que se uniría a la gran armada de Cayo Lelio, salirle al encuentro o aprovechar para un golpe genial atacando a la misma Roma, era la idea que se discutió en el último consejo cartaginés, porque dudábamos encontrar los apoyos necesarios, ser traicionados por alguna tribu que tuviera un pacto anterior con Roma o encontrar el ingente material de hombres y pertrechos que necesitaba semejante aventura.
Aníbal, nuestro héroe, mi querido hermano, también dudaba. Eso tendría como consecuencia dejar casi desprotegida esta pequeña y maravillosa ciudad. Estos recuerdos me producen un gran dolor, yo insistí en la expedición y también en quedarme a defenderla ante el consejo cartaginés, siempre pensé que era inexpugnable, sus altas murallas y su mar interior eran su mejor defensa. Después de días de deliberaciones, se aceptó mi propuesta y los dioses saben que no fue por ganar más honores, a mi entender no podíamos dejar sin defensa esa zona tan importante del Mar Nuestro.
Aquello fue un terrible error, tenía entonces 34 años y la sangre me hervía solo con oír mencionar a los malditos romanos, que adivinaban nuestros pensamientos y nos iban adelantando en la guerra.
Estoy en un duermevela a causa de la fiebre pero aquella aciaga noche no dormía, con la bella Adama recostada a mi lado pensaba que sería de ella y de todos nosotros si mi plan estratégicamente concebido fallaba, solo contaba con 1000 soldados y los que habíamos armado de entre los habitantes de Qart Hadast.
Cuando me avisaron de que se divisaba una gran armada, aun lejos del puerto, puse en marcha mi plan: 500 hombres bien armados defenderían la ciudadela y otros 500 el cerro consagrado a Asclepio. Sabiendo que Escipión estaba acampado en otra de las colinas cercanas, hice una salida con 2000 habitantes de la ciudad, para asustar a los atacantes. Ese fue mi gran error, tenía que haberme quedado dentro a defenderla, como se acordó en el Consejo. La lucha fue durísima, una verdadera carnicería. Cuando tuve noticias de que los romanos habían conseguido pasar las murallas y que también se luchaba en la zona del mar interior al ser abiertas las puertas por un esclavo traidor, quise volver con los pocos hombres que me quedaban, pero era imposible, decían que no quedaba ser viviente en la ciudadela y hui, hui destrozado con graves heridas. Mi pensamiento era llegar a Cástulo, contratar mercenarios para volver, y reconquistar la bella ciudad.
Pero el destino no lo quiso así. Fui contratando mercenarios por Hispania y me dirigía a Gades para cerrar tratos cuando me llegó la noticia de la muerte de nuestro hermano Asdrúbal cuando intentaba unirse a Aníbal en Italia. Con rabia y dolor en el alma tomé una decisión, partir para Italia. Esa sería mi tercera expedición a esa península y nunca volvería a Qart Hadast.
Después de reunir un ejército de casi 70000 hombres en aquella llanura de Elipa, en la Galia Cisalpina fui herido. Eso significaba que la última oportunidad de Aníbal para recibir algún refuerzo nunca llegaría. Cartago no conseguiría cambiar el curso de la guerra.
Los dioses no me permitieron morir en la batalla como un soldado. Moriré aquí, en este barco y deseo que al recordar mi historia sean magnánimos.