Bueno, bueno, bueno, pero qué abandonadito que tengo el Bazar en esta su versión 2.0.
Menos mal que sois unos santos y unas santas y me recordáis que el blog está para que tengamos un lugar virtual en el que mostrarle al mundo lo que nos gusta la Literatura y lo bien que escribís.
Por eso, procedo a compartir el relato "El tren del ayer" que Pilar Galindo tan gentilmente me ha mandado. El jurado del XII Certamen Dulcineas de El Albujón lo premió con un accésit el pasado viernes 6 de mayo.
¡Espero que os guste tanto como a mí!
En un lugar de…..
El Tren de Ayer
En un lugar del pasado, flota un aroma que quiero
retener, pero que siempre pierdo entre
los olores del día.
Existe un medio de alcanzarlo; tomaré el Tren de Ayer.
El Tren es pequeño y juguetón, tiene las ventanillas
pintadas de verde y la chimenea deja tras de sí una estela de humo rizado y
gris.
Recostada en el asiento, veo desfilar el paisaje que
fue, el que la vida dejó atrás.
El convoy marcha muy despacio, tanto que puedo ver al
detalle el salón repleto de un público atento, que escucha la melodía
interpretada al piano por la mujer que, entonces, era yo. Después de los
aplausos, llega papá y me abraza, fuerte, muy fuerte; huele a tabaco y crema de afeitar, murmura en
mi oído—eres igual que ella— y las lágrimas, que bebo despacito de sus mejillas
ajadas, me saben a sal.
El piano quedó atrás, a mis pies se extiende un
paisaje nevado. Un hombre se me acerca, besa el aire que roza mis mejillas. Me
envuelve el vaho triste de los amores traicionados. Entramos en un bar, pedimos
un licor caliente. La nieve golpea los cristales, la frialdad de los gestos de
él golpea mi corazón. Me tiende unos
papeles –Acuerdo de Separación- Firmo
de prisa, sin leer. Él se marcha bajo la nieve, yo pido otra copa y la bebo
despacio. Y me hago pequeña, cada vez más pequeña…
El tren corre
ahora paralelo al atrio de una ermita blanca, rodeada de sauces y nomeolvides.
Los novios salen de la capilla flanqueados por gentes ruidosas y alegres, que
los bautizan con puñados de arroz. Casi no me reconozco en esa muchacha que
arrastra su velo de novia y ríe sin parar. Mucha gente me besa, el aire huele a espliego, a manzanas y azahar. Quiero
bajar del tren, quedarme a la puerta de esa ermita, bebiendo
interminablemente de la boca de él…
Imposible, el Tren de Ayer no se detiene nunca.
El perfume que busco, por el que emprendí este viaje,
parece insinuarse entre los tonos malva del atardecer, quiero retenerlo pero se
evapora de nuevo. Nos vamos acercando a una pradera verde moteada de blanco.
Tiemblo de miedo y pena, hasta mi llega el hedor del cementerio. Frente a una
losa cubierta de flores agonizantes, mi padre llora abrazado a la niña que fui
—Aquí yace…— no quiero leer ese
nombre que tanto se parece al mío, tengo que alejarme para que no me ahogue el
hálito de la muerte. Ahora estamos solos papá y yo.
Un nuevo día
nace junto a una luna en fuga. Los efluvios del alba se alían con el soplo que
anhelo. Temo perderlo de nuevo, pero ahora no huye sino que se adensa y me envuelve. En un cuarto lleno de sol, una
mujer da de mamar a un bebé. De ella parte el aroma de mi recuerdo, mezcla de
leche y besos, de talco y de jabón. Cierro mis manos pequeñas, coloco los
puñitos sobre los ojos, me hago un
ovillo y me cobijo junto a su vientre.
El Tren del Ayer se detiene. El olor de mi madre era
su destino.
Precioso relato Pilar, muchísimas felicidades por el accesit. Gracias por tus letras, tu creatividad, y tu forma de expresar tan bella.
ResponderEliminarSaludos
Lo he leído varias veces y todas me han emocionado. Pilar es grande, Pilar es inmensa, enorme, genial... imposible de alcanzar.¡que lujo tenerla como amiga!
ResponderEliminarBonito relato que pulsa la tecla de nuestra nostalgia. Felicidades, maestra Pilar.
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