¡Buenos días! ¿Qué tal estáis? Seguro que bien gracias a las Letras. Hoy queremos compartir con vosotras el relato ganador en el IV Certamen de Cartagineses y Romanos, escrito por Milagros Márquez del Bazar de Letras del Centro Cultural. ¡Esperamos que os guste!
GLADIUS
HISPANIENSE
Soy un
instrumento para matar aunque el que me porta en la mano es el que dirige mis
actos, espada corta llamada gladio que se lleva en bandolera sobre el costado
derecho.
Al
contarles mi historia encontraran en ella momentos, situaciones de la segunda
guerra de Roma con Cartago en la que tuve el honor de intervenir hasta llegar a
la ciudad de Cartago Nova en cuyo museo me encuentro hace ya muchos años.
Les voy
a hablar con palabras de hoy que he ido aprendiendo de los visitantes pues no
he oído hablar a ninguno en latín, no ya el culto, si no el de las legiones que
fue nuestra herencia a los países
conquistados.
La verdad
es que soy una copia de otra más antigua de punta roma que usaban las tribus de
la antigua Hispania, con el tiempo fue cambiando hasta convertirse en una espada más ancha de doble filo y punta
triangular llamada Gladio Hispaniense.
Cesar
en la Galia, fue el primero que se dio cuenta de esta magnífica arma y equipó a
las legiones con ella. También se uso cuando en Hispania lucharon contra los
infantes de Aníbal, estos la habían hecho suya hacia tiempo. Paraban los ataques
de una espada más larga con el escudo y con la gladio en la otra mano
pinchaban. Solo necesitaban dos movimientos adelante y atrás. Fuimos un gran
avance para las tropas de infantería y las que más muertes causamos en ese
periodo.
Salí de
la forja en un lugar agradable cerca de Roma, allí habían instalado muchos
hornos para que la producción fuese masiva ya que los rumores de una nueva guerra con Cartago se extendían por todos los
rincones del imperio.
No
lejos había bosquecillos, riachuelos, se sentía paz. Los pájaros acompañaban y
dulcificaban un poco los ensordecedores golpes del martillo contra el hierro al
rojo.
A un
grupo numeroso nos llevaron a un campo de entrenamiento para gladiadores. Ellos
son expertos en saber si un arma está lista o hay que mejorarla. Pasamos allí
un tiempo. ¡Como relucía! Buenos filos por ambos lados, buena punta pero sobre
todo el puño distinto de todos los demás, de nácar con el águila de Roma
tallada. Eso significaba un mejor destino para mí, seria para algún centurión o
más importante aún, me hice ilusiones de que luciría en el costado de Escipión,
pero no llegue tan alto.
Nos
guardaban en unos almacenes bien custodiados, pero como en toda vigilancia hay
fallos, en este caso consistió en unas cuantas monedas. Una noche nos trasladaron
a un grupo en un carro tapado con sacos y con mucho misterio, pero los ladrones
no ataron bien los bultos con las prisas y algunos caímos por los caminos. Ahí
quedé yo sobre el polvo y pisoteado por animales y humanos que pasaban. Uno de
ellos se fijó en mí al sortear una boñiga del carro que iba delante.
¡No se
lo podía creer! Para un pobre carretero yo era todo un tesoro, me escondió
entre los pliegues de su pobre manto hasta llegar a una posada ¡Que bajo caí en
esa época!¡Fue una de las peores de mi vida! Servía de moneda de cambio en las
mesas de dados y así fui rodando con mi puño tallado en marfil y mi águila.
Todos querían ganar algo conmigo y deshacerse de mí cuanto antes. Era una
compañera de viaje muy comprometedora.
Ese
tiempo acabó cuando un mozo grande, alto y recio pero con pocas entendederas
que me llevaba en su costado como un triunfo ganado en la mesa de juego, tuvo
que salir huyendo después de un fallido lance amoroso y se alistó en las
legiones que iban a luchar en Hispania al mando del general Escipión, un
experto usando la gladio.
Llegamos
a una ciudad grande llamada Tarraco, amiga de Roma. La escusa para atacar
Hispania era defender o vengar, si ya no había remedio, a Sagunto otra ciudad
amiga de Roma atacada por Cartago, que estaba situada más abajo del rio Iber,
frontera que los cartagineses no debían haber cruzado.
Por
estos territorios me inicié en la lucha, allí perdí mi “virginidad “penetrando
con saña en el costado de un hombre.
Superamos
Sagunto y emprendimos marchas agotadoras
para llegar a Cartago Nova, principal posesión cartaginesa, ahora
desguarnecida por la marcha de Aníbal a Roma.
Era
molesto el golpe acompasado que daba en la pierna del legionario, pero más tenía
que serlo para él.
Una
noche alrededor del fuego, llamé la atención de un legatus, me cogió y después
de observarme largo rato llego a la conclusión de que había sido robada, mi
dueño tuvo que defenderse mucho y bien pues solo recibió una paliza y cambiar
de gladio. Esa noche pasé al costado del legatus. No lucia igual, por mucho
brillo que me sacaran los esclavos porque mi nuevo amo era bajo, rechoncho y
con poco aire marcial, pero yo había ascendido de categoría.
Mi
legión fue llamada por Cayo Lelio, que mandaba la flota romana, para integrarse
en las que iban a atacar Cartago Nova por la parte más difícil, la muralla.
El
ataque estaba muy bien planeado para distraer la atención de las puertas
traseras que daban a una laguna de poca profundidad y bastante desguarnecida.
Fue una verdadera carnicería, esas muralla eran casi inexpugnables.
Mi
legatus no era muy ágil, cayó en el primer asalto y yo con él. Entre todo el
tumulto de hombres y armas que iban cayendo quedé enterrada en la arena.
Siglos
después me encontraron sucia y oxidada. Con mucho cariño y dedicación me
restauraron devolviéndome, casi, el esplendor de mis primeros días. Desde
entonces estoy aquí, en el museo contenta y feliz porque esta ciudad,
verdaderamente valora el legado de roma. ¡Que así sea por muchos siglos!
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