NEGRO.
Como
decirte que la
noche se me
echa encima y
que me aterra
la oscuridad, no
solo la oscuridad
de la noche,
sino la oscuridad
del alma, esa
negrura que no
rasga la luz.
Es la
negrura que me deja
el corazón roto.
Esa sí que
es tiniebla pura,
no hay ruido,
ni nota, ni
siquiera el susurro
del agua, es
el universo visto
desde fuera, y
yo ingrávida flotando
sin rumbo.
Como
asirme a una
nube, si no
hay ninguna tormenta
cerca, necesito descargar
el aguacero que
me inunda con
esas aguas turbias
y negras que
me arrasan al
caer como una
tromba, me calan,
me pegan el
vestido a la
piel, me dejan
casi desnuda, me
despojan de mis
vanidades y me
quedo encogida, vacilante, sin
aliento y recojo
mi pelo, mojado
porque que huele
a mí.
Ya
percibo aromas ¡No
he perdido la
vida! Lo que queda
son añicos, pequeños
retazos desordenados como
un puzle recién
comprado del que
solo conozco la
portada de la
caja sin destapar,
yo sí, reconozco
mis pedazos, se han roto
tantas veces que
ya me cuesta
encastrarlos de nuevo,
le faltan esquirlas
que se perdieron
en anteriores riadas,
se las llevó
el agua sin
retorno, quedaron en
el mar de
la vida, esos
huecos no tienen
color, son todos
negros, agujeros insondables
donde han ido
los vertidos y
desechos del dolor
y la amargura.
Negro,
sobre negro, el
color del luto
por la vida,
por la que
se me va
y por la
que me queda,
negra mi soledad, el
negro de la
elegancia por la
supervivencia, el negro que
vislumbra mi pupila
y solo lo
rompe un destello
de luz, casi imperceptible, un
atisbo de esperanza
que quiebra ese azabache
que nunca debió
instalarse en mí
y descomponer mis
colores.
Mª Carmen Meroño. Bazar de Letras de Pozo Estrecho.
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