Buen día a todos,
Ya estamos a mitad de la cuesta de este mes tan áspero. Pero como sabemos que una ayudita literaria siempre viene bien, compartimos este relato con el que nuestra amiga Pilar Galindo, del Bazar del Centro Cultural, participó en el VIII Premio Alzabara. Ocurrió allá por Diciembre del año pasado porque, como cada año, la Asociación de Mujeres de La Vaguada nos convocó a crear relatos "solamente una vez".
Espero que os guste tanto como a mí.
Sin Palabras
Llovía. Fue para huir del agua que me resguardé
bajo la marquesina.
De
lluvia me parecieron. las gotas que corrían por el rostro de aquel señor mayor,
sentado junto a mí. Luego me fijé en lo entrecortado de su respiración, en el
gesto descontrolado de sus manos, que se sujetaban la una a la otra como si no
tuvieran otro asidero. Al cabo, el hombre sacó de su bolsillo un pañuelo y se enjugó la cara, los ojos. Luego dobló
ceremoniosamente el lienzo blanco, húmedo de tristeza. No sé por qué, pensé que
hubiera sido una pena utilizar un clinex. El llanto merece más respeto que un
papel de usar y tirar Le pregunté qué le
pasaba pero, o no me oyó o no entendió
mis palabras. Sus ojos, aún empañados, de un azul muy pálido, me miraron
confiados. Le hablé despacio, proponiendo acompañarle a algún sitio, llamar a
alguna persona, pero no dio señales de entender.
Dice
el refranero que hablando se entiende la gente y, hasta ahora había sido
cierto. No en esta ocasión. Nos miramos en silencio, quiso decir algo y
desistió. Como si lo juzgara inútil o le
supusiera demasiado esfuerzo. Pero sí colgó su mirada de la mía y se agarró fuerte a mi mano. Intenté ponerme de píe, por
si quería que le llevase a algún lugar, pero tiró de mí con ansia. Quizás tenía
miedo de quedarse solo.
Había dejado de llover, pero yo seguía
allí, sentada en silencio junto a un anciano desconocido que no quería que me
marchara. En realidad, me dije, no tengo tanto que hacer. Me dio por pensar que había podido entenderlo y aún consolarlo, sin
palabras de por medio. El anciano y yo
nos habíamos llegado al alma con la mirada, con el calor de las manos.
Solo
esa vez, desde que tengo recuerdos, las palabras no fueron sino inútiles golpes
de aire.
Casi a la carrera, llegó ante nosotros
una mujer alta, de piel muy pálida, de mirada angustiada y azul. Lo abrazó, le
habló con dulzura, cogido del brazo se lo fue llevando. Él se detuvo, me
señaló, dijo muchas palabras que no pude entender. Entonces ella se acercó y me
beso con fuerza en las dos mejillas.
Se fueron calle abajo cobijados el uno en
el otro. Había empezado de nuevo a llover.
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