¡Buen jueves! Nuestra amiga Pilar Galindo del Bazar del Centro Cultural nos ha enviado este precioso relato. Esperamos que os guste.
Dos soledades
El viajero está echado, boca
arriba, sobre una chaise-longue, forrada de cretona. No sabe que hace allí, ni quien es ella. Solo
sabe que quiere quedarse.
Cuando el viajero baja del tren, no parece haber llegado a un destino,
sino a una resignación; varias capas de soledad le empañan la mirada; las
punteras de sus zapatos están agrisadas, por el polvo de caminos que no van a
ninguna parte. La mujer que espera en la estación se dirige a él ¿Lo ha
reconocido o es que mide la hondura de su desamparo?
─ Querido mío, ¿por qué has tardado
tanto? Mira que hace frío en el andén, que estoy cansada de ver llegar trenes…Pero
estás aquí, lo demás no importa Vamos,
no perdamos tiempo.
Sin duda el viajero habría
preguntado ¿quién es usted?, si ella no le hubiera cerrado la boca con un beso
enfurecido por años de inanición. Si tuviera a donde ir, el hombre no se
dejaría conducir hasta una casita verde y blanca con un porche, donde la chaise
– longue forrada de cretona parece aguardarle. Así que no va a hacerle ascos al
lecho nupcial, preparado hace mucho
tiempo para un amor que no llegaba. Esa
noche van a fundirse dos soledades.
La
soledad de un hombre perplejo, que quiere ser el que ella espera y la de una
mujer feliz, segura de que su
hombre ha vuelto.
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