Buen día a todos,
Seguro que habéis tenido tiempo estos días para escribir y para leer. Esperamos que hayáis disfrutado muchísimo de los días libres. Retomamos hoy esta maravillosa costumbre que tenemos de compartir con vosotros los relatos premiados de nuestros alumnos del Bazar de Letras de la Universidad Popular. Hoy es el turno de Pilar Galindo y El Poeta y la Gitana.
Primer Premio del Certamen Literario Jornadas Carmen Conde de Barrio Peral, 2017.
Miguel,
te conocí junto a este río
Los
ojos de un azul desmesurado
El
poeta y la gitana
Lo conocí junto al río.
Empezaba a hacer calor, del cauce subía un vaho tibio y ácido. Era
apenas un hombre, casi un muchacho era. Colgada del hombro la
chaqueta ligera y subidas las mangas de la camisa, caminaba junto a
una pareja, les hablaba del paisaje que amaba: su Orihuela,
el descenso moroso del río
Segura No me llegaban las palabras, pero movía las manos señalando
el agua, las orillas verdes, los altos azules, las nubes…todo lo
abarcaba con sus ojos deslumbrados, como si fuese suyo y lo entregara
a sus amigos en un gesto generoso y risueño. Era nada más que un
muchacho. Yo no quería ver su sombra contra las piedras. Por eso lo
miré a los ojos, muy azules. y le ofrecí un ramo de albahaca.
Fue a echar mano al bolsillo — te lo regalo, buen mozo, para que te
de suerte— Él lo acarició, con los ojos cerrados lo olió y lo
puso en el ojal de la solapa. No dijo nada, pero me sonrío y
entonces, sin querer, miré su sombra sobre las piedras. Fue un
instante y me dio tanto frío…que lo quise olvidar.
Me llamo Angustias y soy gitana. Mi
madre dice que tengo un don… Es que nací azul, con el cordón
atado al cuello, morada, muerta. Ya no contaban conmigo cuando chillé
tan fuerte, que se asustó hasta la comadre — esta niña tendrá
gracia, estuvo en el Otro Lado y ha vuelto— Maldito el don que me
deja ver la desgracia ajena y no me permite remediarla. Maldito sea.
Volví a ver al hombre que enseñaba
su río a unos amigos, allá por Orihuela. Yo he venido a ver el mar.
El Mar Menor. Él también. No, no es casualidad. Está de Dios que
yo vea su destino. Ese es mi don.
Era apenas un hombre, casi un muchacho
era. Paseaba con la pareja de antes, eran
tres amigos que hablaban y se decían sus recónditos sueños.
Los envolvía el atardecer lento y malva de estas tierras, de este
mar. Hablaban, se quitaban la palabra el uno al otro.
-
¿Te acuerdas, Miguel, del Molino del Tío Poli?
-
Claro, ese Molino abierto en ocho alas…
-
Carmen, mira qué luna tan pálida, se destiñe entre nubes.
-
¡Ay, mi Perito en Lunas! A ver, Antonio, ¿tienes papel? , que se le va la musa a nuestro poeta.
Y reían los tres de cara al mar,
de cara a la esperanza y al futuro.
Sin embargo, yo lo vi
sin querer verlo; el muchacho
al que di mi ramito de albahaca,
para atraer la buena suerte, llevaba encima un halo
negro de oscura oscuridad.
Pasó el tiempo, pasó un cacho de
vida. Esa noche, soñé con unos ojos desconsolados y azules. Luego
lo supe, lo decía la tristeza de la aurora.
Con la sangre vendrá el llanto y
con el llanto, la muerte.
Soñé con tus ojos, Miguel, tus
ojos de un azul desmesurado.
Los ojos muertos del poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario