14 enero 2017

Buen día a todos,

Ya estamos a mitad de la cuesta de este mes tan áspero. Pero como sabemos que una ayudita literaria siempre viene bien, compartimos este relato con el que nuestra amiga Pilar Galindo, del Bazar del Centro Cultural, participó en el VIII Premio Alzabara. Ocurrió allá por Diciembre del año pasado porque, como cada año, la Asociación de Mujeres de La Vaguada nos convocó a crear relatos "solamente una vez".
Espero que os guste tanto como a mí.


Sin Palabras 

        Llovía.  Fue para huir del agua que  me resguardé  bajo la marquesina.
 De lluvia me parecieron. las gotas que corrían por el rostro de aquel señor mayor, sentado junto a mí. Luego me fijé en lo entrecortado de su respiración, en el gesto descontrolado de sus manos, que se sujetaban la una a la otra como si no tuvieran otro asidero. Al cabo, el hombre sacó de su bolsillo un pañuelo  y se enjugó la cara, los ojos. Luego dobló ceremoniosamente el lienzo blanco, húmedo de tristeza. No sé por qué, pensé que hubiera sido una pena utilizar un clinex. El llanto merece más respeto que un papel de usar y tirar  Le pregunté qué le pasaba pero, o  no me oyó o no entendió mis palabras. Sus ojos, aún empañados, de un azul muy pálido, me miraron confiados. Le hablé despacio, proponiendo acompañarle a algún sitio, llamar a alguna persona, pero no dio señales de entender.
            Dice el refranero que hablando se entiende la gente y, hasta ahora había sido cierto. No en esta ocasión. Nos miramos en silencio, quiso decir algo y desistió.  Como si lo juzgara inútil o le supusiera demasiado esfuerzo. Pero sí colgó su mirada de la mía y se agarró  fuerte a mi mano. Intenté ponerme de píe, por si quería que le llevase a algún lugar, pero tiró de mí con ansia. Quizás tenía miedo de quedarse solo.
Había dejado de llover, pero yo seguía allí, sentada en silencio junto a un anciano desconocido que no quería que me marchara. En realidad, me dije, no tengo tanto que hacer.  Me dio por pensar que  había podido entenderlo y aún consolarlo, sin palabras de por medio.  El anciano y yo nos habíamos llegado al alma con la mirada, con el calor de las manos.
 Solo esa vez, desde que tengo recuerdos, las palabras no fueron sino inútiles golpes de aire.
Casi a la carrera, llegó ante nosotros una mujer alta, de piel muy pálida, de mirada angustiada y azul. Lo abrazó, le habló con dulzura, cogido del brazo se lo fue llevando. Él se detuvo, me señaló, dijo muchas palabras que no pude entender. Entonces ella se acercó y me beso con fuerza en las dos mejillas.

Se fueron calle abajo cobijados el uno en el otro. Había empezado de nuevo a llover.