21 diciembre 2018

Entre zambombas, espumillones y panderetas, siempre nos quedará el refugio de la Poesía. Gracias a Joaquín Campillo por acercarnos este poema que habla sobre la ciudad, esa que las luces de colores no nos dejan ver durante estos días.



LA CIUDAD, de Luis García Montero
Se hacen de hormigón y de cristal, 
de lugares extraños y gentes ocupadas. 

En todas crece un árbol 
delante de la casa de un suicida 
y hay niños que acostumbran a dormirse 
soñando con un perro. 

No faltan desayunos en hoteles lujosos, 
ni tampoco familias con jardín, 
pero son más frecuentes 
los portales oscuros con pareja de novios, 
el beso frío, 
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas, 
las tardes de domingo en las cafeterías 
y el humo de los coches en los ojos del loco 
que murmura sus años 
y los cuenta sin fin 
de metro en metro. 

Al salir de los túneles sentimos 
que los cielos de agua 
son igual que una carta del pasado, 
y suele comprenderse 
que la vida es un arma lenta y de doble filo 
en los pasos sin nadie, 
en las noches vacías 
o en la debilidad que tienen 
las ciudades por los cines de barrio 
y por las taquilleras muy pintadas. 

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos, 
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte, 
La gente que nos mira, 
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas, 
necesita el amparo 
de otra vegetación, 
un sigilo de números y tarjetas de crédito 
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes 
como los muebles y las ratas viejas. 

No es inútil viajar, 
porque es cierto que todas las ciudades 
amanecen de un modo parecido, 
pero la noche llega en cada una 
de manera distinta. 

De día pueden verse 
secretarias, conserjes, policías, 
músicos callejeros y soldados, 
dependientas que escuchan y sonríen, 
oficinistas con olor a instancia, 
conductores, extraños sacerdotes, 
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes, 
porque apenas existen los kilómetros. 

Pero existe la noche, 
la soledad que borra los oficios 
en un mundo habitado solamente 
por hombres y mujeres, 
confidencias de amarga valentía. 

En las ciudades pueden encontrarse 
relojes que se paran en la última copa, 
la luna sobre un taxi 
y todos los poemas que te escribo. 




20 diciembre 2018

Ya están aquí, ya están aquí. Irremediablemente llegan, año tras año, las maravillosas y poco estresantes Navidades. Afortunadamente, con Literatura todo se lleva mejor. Nuestra amiga Milagros Márquez del Bazar del Centro Cultural nos manda este cuento de Navidad. 


LA ESTRELLA

El valle estaba sumido en sombras, la luna aun no se había alzado tras las montañas y el cielo era un tapiz negro en el que intentaban aflorar tímidas algunas lucecitas.
Me veo de niño asomado a la ventana esperando, como todas las noches, ver mi estrella para irme a dormir.
_ Madre, ¿Por qué no tiene estrella nuestro Belén?
Esa pregunta, año tras año, tenía la misma respuesta.
_Cuando vuelva padre la traerá.
_¿Donde está padre? La guerra a donde dices que se lo llevaron termino hace tiempo. Otros del pueblo han vuelto. ¿Por qué él no?
_ Porque no le dejan. Anda no preguntes más y duerme. Mañana es el último día de escuela y por la tarde pondremos el Belén.
Madre no entendía la Navidad sin el caserío, el rio de plata, los pastores con su pequeño rebaño y la cueva del nacimiento. Hasta en los años más duros, lo había puesto detrás de una vieja cortina, siempre sin estrella.
Yo tenía entonces 7 años y solo recordaba de padre  su áspera mano cuando me acariciaba y lo protegido que me sentía dentro de su abrazo. Pero él volverá, pensaba, con esa certeza que tienen los niños cuando el deseo es más fuerte que la realidad.
Recuerdo las entrañables figuritas de barro, un poco estropeadas, A un caballo le faltaba una pata y madre lo apoyaba en un montón de paja para mantenerlo derecho. Algunos pastores tenían la cabeza o los brazos, pegados con miga de pan mojada en saliva. Un año se me resbaló uno de las manos y madre lo arreglo así .A mí no me parecía que fuera a durar mucho, pero ahí estaba al año siguiente con su miga de pan rodeándole el cuello, como si le doliera la garganta.
Madre decía: No te preocupes hijo, el pastor está bien. No se diferencia mucho de algunos mozos del pueblo cuando volvieron de la guerra. Y en mis labios afloraba la eterna pregunta: Si la guerra termino, ¿Por qué padre  no viene?
Pasaron los años y la vida me llevo por trabajo a una ciudad del sureste español, mirando a un mar siempre azul. Las gentes son abiertas y acogedoras. Me encuentro bien aquí, soy recepcionista en  El gran hotel Mediterráneo, un edificio precioso de estilo modernista, que hace ángulo entre dos calles, como si de la proa de un barco se tratase.
Hoy he vuelto al valle de mi infancia y asomado a la ventana veo los verdes, pardos y marrones con los que se viste en otoño. Resuena aun en mis oídos el sonido del viejo tren, que resollaba como un asmático al subir la cuesta hasta la estación del pueblo, donde descansaba tomando aliento para seguir su camino por otros valles, otros verdes y  otras cuestas, arrastrando con él las ilusiones de los hombres y mujeres que transportaba, soñando con una vida mejor.
Empezaba a caer la noche, el silencio y la oscuridad cubrían el valle con el traje fantasmal de la bruma y las sombras.
Asomado a la ventana recordé aquellas Navidades en las que sentado en mi cama, esperaba que en el negro tapiz del cielo apareciera la luna por detrás de las montañas y se asomaran, tímidas aun, aquellas pequeñas lucecitas para ver la estrella que algún día brillaría en mi Belén.
Pero aquella Noche Buena fue especial, oí ruidos, salte de la cama bajando las escaleras corriendo y lo vi. Vi el Belén completo. Mi estrella estaba en lo alto de la cueva. Padre por fin la había traído. ¿O había sido al revés?
Aun recuerdo aquel abrazo, lo había soñado tantas noches. Recuerdo su olor, su piel áspera y la calidez del refugio de sus brazos. Y hoy sigo igual que aquella noche dando gracias a la estrella por haberme traído a mi padre.




09 diciembre 2018

Buenas tardes,

Estamos apenados porque se acaba el puente así que buscaremos refugio en la Literatura. Hoy compartimos con vosotros este relato de Joaquín Campillo, del Bazar de Letras del Centro Cultural, inspirado por el maravilloso cartel del Premio Mandarache 2019. Esperamos que os guste:



MARINA Y EL UNICORNIO

            Menos mal que amanece. ¡Qué noche he pasado! Tengo la boca seca y me cuesta abrir los ojos. La cabeza me pesa como una roca. Pero... ¿¡Qué es eso!? ¿¡Esa silueta que se aprecia en la pared de enfrente...!? ¿Parece...? No... ¡Sí, es un unicornio! ¡Su cuerpo se asemeja al de un caballo moteado en negro! ¡Pero... las manchas... son letras! ¡¿Qué me sucede?! ¡¿Quién ha dibujado eso en la pared?!
            —Marina, no te cuestiones más. Estoy aquí y basta.
            —¡Me habla! ¡No puede ser!
            —Mujer escucha: vengo a decirte que debes ayudarme. En este castillo, donde habitas, han sido ocupados sus terrenos adyacentes. Invadidos, sí, por unas extrañas torres metálicas, negras; producen un hedor que ahoga los naturales aromas del sotobosque. Algún malvado hechicero, enemigo vuestro, las puso aquí. Pretende algo, y no bueno. Dicen que extraen un líquido negro, denso, apestoso, con lo que andan unas máquinas, auto..., automóviles, creo que les llaman.
            —¿Y qué puedo hacer para ayudarte, unicornio? Agradezco tu desvelo por mi hogar, pero no veo la forma de luchar contra esa fuerza mágica.
            —Te lo explico: Yo tengo un poder en mi cuerno, que todos desean, con él puedo destruir y construir, alternativamente; o sea, sirve para lo bueno y lo malo.  Mi estrategia nos llevará a conseguir nuestro fin. Tú montas sobre mí y te diriges al alimentador de letras que hay en las proximidades. Allí conecta la manguera a mi boca, y dirás ¿para qué?, para renovar mis fuerzas, mi carga, ¿no has visto cómo se transparentan en mi cuerpo esas manchas negras?; las letras tienen mucho poder.  Una vez hecho esto, atacaremos esa amalgama de hierros negros. Sobre mi lomo podrás, con las riendas, dirigir la ofensiva. Yo dispararé, a través del cuerno, letras negras, éstas, como proyectiles, derribarán esa diabólica construcción que invade tus tierras y el valle.
Debes proteger tu cuerpo para la lucha; saltará de todo, cuando las palabras impacten. Un yelmo te vendría bien.
            —No te preocupes tengo un casco de moto y gafas, aquí; ¿sabes?, yo monto en moto, ¿no sé si las conoces? Pero esto, fue después de aprender a cabalgar con los de tu especie. Me pondré también el vestido rojo de mis antepasadas abuelas, es largo y de paño fuerte; además, bajo él, protegeré mi pecho con un coleto de piel de búfalo. Lo llevaron mis abuelos cuando practicaban esgrima. La mochila, cargada de libros, en mi espalda también servirá de protección.
            —Debes estar atenta al vuelo de los estorninos, ellos formarán en el cielo frases, mensajes, y así nos darán sus estratégicos consejos para nuestra acción, que debe ser rápida. En este valle todo está cambiando: el verde de la floresta se convierte en amarillo y marrón, las plantas se mueren; los animales emigran por falta de alimento; ya no hay cultivos; las aguas del río se han ennegrecido. Por todo eso, los épicos unicornios de las narraciones, nos hemos unido para defender, de este monstruo destructor, a la naturaleza del entorno. Debes saber que en este lugar vivió un antepasado tuyo, hace mucho tiempo. Vino de un lejano país y aquí se dedicó a escribir; fue él quien nos creó, en una historia muy bella de una dama y un unicornio. Luego, las tejedoras, nos representaban en los tapices; en tu castillo hay uno, de él he salido yo.
—Pues entonces, ya estoy vestida y preparada. Espera que monte. Cumpliré con lo que me solicitas. Vamos a recargar tus fuerzas y después... ¡A la lucha! ¡Destruiremos a ese engendro, devorador de la naturaleza! ¡Vamos!
           
            Los gritos retumban en el pasillo. Una luz roja se encendió en el tablero del control. La puerta de la habitación se abre con urgencia. Una enfermera, que porta una jeringuilla, y un celador, que tiene los brazos como columnas, entran. Marina está sola sobre el lecho, de rodillas. Tiene la sábana atada, por sus extremos, al piecero de la cama. Al verlos entrar dice:
—¡Ah, mis fieles servidores! La buena doncella Marta y el forzudo don Julián acuden en mi auxilio.
            Cuando la jeringuilla transfunde el amarillento líquido, a través del frío metal de la aguja, que penetra en la azulada vena, es cuando cesan los gritos; y la voz de Marina es comparable a un balbuceo: "Unicornio, unicornio, vamos a vencer".

21/11/2018
Joaquín Campillo Villa






27 noviembre 2018

¡Hoy el día nos está pidiendo Literatura a gritos! Afortunadamente nuestra amiga Pilar Galindo nos mandó hace unos días este relato que queremos compartir con todos vosotros porque sabemos que os va a gustar.


Tallado de papel. Enero 2018
El Surco
El espectáculo me produjo una triste sensación de vacío. Para qué esa algarabía hueca, para qué las flores y los cirios. No era más que el apolillado ropaje de la muerte. Bien es cierto que la abuela Úrsula tenia noventa y tres años, que desde hacía semanas vivía unida a cables y sueros, que su presencia en este mundo resultaba ya inútil y cansina. Por eso cada uno de los recién llegados, al saludar a unos deudos escasamente tristes, hacía el mismo comentario
Ya descansó, pobre, lo que ella tenía no era vida, sino mal morir-
Y el aspaviento, con la mano en el pecho –vamos, yo no querría llegar a eso. Luego, se acercaba otra persona a acompañar a la familia en su duelo, a repetir la paz que la muerte habría traído a la difunta y así desplazaba al anterior, que podía marcharse a engrosar los corrillos en los que se prendían cigarros y se hablaba del tiempo y la cosecha.
A mi me interesaron, sin embargo, esos tres que, refugiados en el extremo de la sala y juntas las cabezas, siseaban sin cesar mientras dirigían en derredor miradas cautas, para asegurarse de no ser oídos. Los maridos de las hijas, las herederas de la tierra. Cuando mi madre abandonó la finca, se vieron ya en posesión de las vides. Pero Úrsula tardó tanto en morirse... en la espera habían envejecido.
Yo no soy aquí más que un mandado, alguien que desempaña su papel de ser visto para cumplir con lo establecido, para dejar en buen lugar a la familia. Mi madre me lo pidió tímidamente —-sólo tienes que hacerte ver, Marcos, les das la mano y desapareces— Casi lloraba al decirlo y yo sabía que sus lágrimas no eran por la difunta. Así que, en vez de poner excusas o negarme directamente, dije que sí, que iría. Mi madre guardaba profundas heridas en el alma, rencores que tal vez morirían con ella. Había tenido la delicadeza de no hacerme partícipe de los agravios que esas gentes le habían causado, para no malquistarme con nadie, decía. No obstante, si supe siempre que era ella, la muerta, quien le había amargado la vida a mi madre. Úrsula, mi abuela paterna.
Doy un par de vueltas por la sala abarrotada y nadie se me acerca; no es extraño, el último contacto que tuve con el pueblo, se remonta a veinte años atrás. No es fácil reconocer en mí al niño rubio y tímido que abandonó la hacienda para ir a vivir a la ciudad. A la abuela y las tías sí las he visitado alguna vez, siempre en fechas señaladas y solo para contentar a mi madre. Antes de acercarme al duelo, me quedo un momento observando a distancia el grupo de los deudos, en el que debería ingresar como nieto de la difunta. En primer lugar, Dolores, Ángeles y Angustias, mis tías: enlutadas y viejas, altas y flacas, con la barbilla cuadrada de su madre, la nariz afilada y los ojos sumisos a fuerza de bajarlos ante la autoridad materna. Mujeres tristes, resentidas con su vida, pero incapaces de cambiarla. Mamá siempre decía que yo era igual a mi padre y él, igual al abuelo Agapito. Y me mostraba álbumes de fotos en que aparecía un hombre achaparrado que sonreía bajo un sombrero de paja y daba la mano al hijo, mi padre, a quien según todos dicen, tanto me parezco.
— Mujeres, nada más que mujeres— eso decía Úrsula para quejarse de que sus hijas sólo hubieran parido hembras, ella, al menos tuvo un varón y para agravio y celos de toda la familia, mi madre, que era una extraña, me había engendrado a mí. Yo, Marcos Villanueva, él único hombre en la familia. Porque los yernos, los que en el extremo de la sala juntaban sus cabezas para conspirar, esos no cuentan — No llevan la sangre de los Villanueva San Leandro— De ahí la insistencia de la abuela en que yo viniera a vivir aquí.
— Solo los que conocen las cepas, tienen derecho a su sangre. Debes curtirte en los viñedos, Marcos, las uvas son nuestra vida, su jugo fortalece nuestros huesos desde hace generaciones— Eso decía la abuela con ocasión y sin ella.
Cuando mi padre murió, mi madre no quiso ni pensar en quedarse en la finca y, menos aún, dejarme aquí, como le exigía la abuela.
Dos hombres entran portando unos ramos de flores, abren las cortinas para colocarlos junto al ataúd. Por un momento, cesan los murmullos. En ese silencio intruso se oye claramente una voz
— ¿Accidente? Se quitó la vida por su propia mano.
La voz indiscreta muere ahogada por una oleada de susurros y bisbiseos.
Me quedo inmóvil, miro el grupo de los yernos, de donde salió esa terrible revelación. Un portillo se abre en mi alma y por ahí entran los gritos y llantos de mamá, las voces urgentes de los hombres, ese rostro de hielo y cal que me hicieron besar —Despídete de tu padre— Las flores derramadas en el surco de donde lo levantaron con la garganta abierta —la escopeta, se le ha disparado— El eco de esas palabras despavoridas recorrió los pasillos, los cuartos, la cocina, las cuadras --—se le ha disparado, disparado…
Salgo de la sala abriéndome paso a codazos y corro campo a través, en dirección a la casona.
Ahí está, hecha un guruño junto al fuego, buscando calor para sus huesos tan viejos. Ella crió a mis tías y a mi padre y también se ocupó de mí, mientras vivimos en la finca. Al oírme llamarla rebulle y abre los ojos,
Marcos, hijo, pero eres tú, cuánto me alegro de verte…
Pero no le doy tiempo, me acuclillo delante de ella, le cojo las manos secas y heladas, la miro a los ojos.
Qué le pasó a mi padre, Tata, cuéntamelo
La viejita me abraza, solloza contra mi hombro, mueve la cabeza aceptando lo irremediable. Luego dice:
Tú padre no pudo resistir la presión de su mujer y de su madre, que lo llamaban cada una a su bando. Los tirones lo desgarraron. Tu madre quería ir a vivir a la ciudad, donde tenía su plaza de maestra, Ursula lo urgía —Tienes que vivir aquí, en la finca, cuidando de lo tuyo—
Cuando tu abuela vio que perdía el pulso, se enfureció y le soltó en su cara. —Anda, síguela, igual que los perros siguen a la hembra, pegados a su trasero—
Tu padre no era fuerte. No tuvo valor para acompañar a tu madre, dejó que se fuera sola y al amanecer, después de cantar el gallo…
Esa es la verdad hijo, que Dios lo haya perdonado.
La Tata me grita cuando ya estoy fuera...
Marcos, Marcos…escucha, al final ha querido arreglarlo. Todo es para ti, muchacho, todo…Ellas no lo saben aún, pero la vieja Tata lo sabe.
Voy a los viñedos, busco el surco donde mi padre se abrió la garganta con un cuchillo de pólvora, me lleno la mano con esa tierra fértil y maldita, la dejo escurrir entre mis dedos y escucho el latido de mi sangre. Veo las caras desencajadas de mis tías, el triunfo final de Ursula, entregando su herencia a un hombre de su sangre
El hijo de mi hijo. Ni para parir un varón habéis servido.
No te preocupes, papá, me iré de aquí, haré lo que tú hubieras querido hacer. Seré libre por ti, papá. La abuela, desde la otra orilla, no podrá evitar que sus hijas se destrocen por las malditas uvas.
Epílogo
¿Quién nos dirá de quién,
en esta casa, sin saberlo,
nos hemos despedido?


Jorge Luis Borges

16 noviembre 2018

"Los desobedientes hacen avanzar el mundo", dice Manuel  Rivas en una reciente entrevista.



Y estamos de acuerdo. Pero en el Bazar de Letras, además de reflexionar al respecto, hemos usado esa sentencia para crear relatos tan interesantes como este que Milagros Márquez quiere compartir con todos nosotros:


LOS DESOBEDIENTES HACEN AVANZAR EL MUNDO

No creí nunca, ni en mis peores pesadillas, que llegaría a esta terrible situación.
No puedo dar marcha atrás y redimirme de los pecados que durante años, inconscientemente, he cometido.
Siempre he respetado las reglas, he sido fiel a los principios que me habían inculcado de pequeño: obedecer y no destacar en el grupo. “El que obedece nunca yerra” Ese era uno de los lemas preferidos para adocenarnos sin que nos diéramos cuenta.
Los cursillos anuales de la empresa, también iban en ese sentido. El cooperativismo, el grupo, en definitiva, la empresa lo primero. Al cliente mínima información, pero bien envuelta en papel de regalo.
Pasaron años en los que me sentía orgulloso de mi trabajo, era bueno, muy bueno, ahora me doy cuenta, en engañar, en hacer ver lo blanco negro, sin perder esa bonita sonrisa que practicaba todos los días al afeitarme. Pero aun así, procuraba no salirme de la media, como me habían enseñado. La empresa lo primero.
Llegaron los años negros en los que yo seguía obedeciendo, sin darme cuenta aun, de todo el mal que hacía. Pero cuando les tocó perderlo todo a mis amigos, a los clientes que habían confiado en mí, creí volverme loco. Al mirar atrás, vi en mi camino  personas arruinadas, desesperadas. Yo les ofrecí, yo les anime, confiaban en mí y ahora todo eran desahucios, miseria y suicidios, en los que también tenía un tanto por ciento de culpa.
Fue un tiempo de desesperación, de no poder salir a la calle sin encontrarme con la mirada fría y acusadora del que antes fuera un buen amigo.
Ya no puedo más Esta mañana me he vestido con mi mejor traje para ir a la empresa. Pero el coche iba dirigido por mi conciencia, no por mi voluntad. Y aquí estoy solo, en esta playa, en este amanecer gris y negro como mi alma. Entro en estas aguas oscuras para redimirme y limpiar todo el mal que he hecho. Siento una gran desesperación y una profunda tristeza. No volveré a salir. Seré otro desgraciado más que no pudo soportar la carga de los pecados  que muchas veces conlleva la obediencia ciega. Nunca me pare a pensar si lo que hacía estaba bien o mal. No tuve una conciencia individual.
Espero y confío, que las futuras generaciones, sepan sacudirse las cadenas  de esa  maldita obediencia sin razones  y así el mundo podrá seguir avanzando.


MILAGROS MÁRQUEZ  Noviembre 2018



13 noviembre 2018

 ¿Estás preparado para hacer unas oposiciones sin faltas de ortografía? 


Hoy queremos compartir con vosotros este test para repasar ortografía. ¡A ver cómo se os da!

Y en caso de error, no os preocupéis porque cada pregunta del test lleva su explicación.

¡Ánimo!



05 noviembre 2018

Buenos días, buen lunes,

Como sabéis, en el Bazar de Letras de la Universidad Popular leemos las obras finalistas del Premio Mandarache. Este año son tres novelas gráficas y está siendo toda una experiencia. 

En su afán por saber más sobre Los Surcos del Azar, de Paco Roca, nuestro amigo Joaquín Campillo ha encontrado esta página y quiere compartirla con todos nosotros: El cajón de Grisom

También podéis visitar la página del autor, Paco Roca

¡Esperamos que sean de vuestro interés!



10 octubre 2018

¡Hoy es 10 del 10! Y para que tengáis un día 10 queremos compartir con vosotros este cuento de nuestra amiga del Bazar de Letras del Centro Cultural, Pilar Galindo. Seguro que os gusta tanto como a nosotras.


Tallado de papel. Agosto
Va de ciudades más o menos amorosas

Aquellos Cerros

La tablilla clavada en el poste lucía recién pintada. Ningún vestigio quedaba del nombre antiguo, condenado al olvido. Sin embargo, todos aquellos que habían ensanchado la senda con sus pisadas, le seguían llamando “Los Cerros Altos” al pueblo que acababan de abandonar; ignorando el nuevo nombre “Altos Cerros” a pesar de lo llamativo de los caracteres escogidos. Precisamente para marcar la diferencia. 
Diferenciarse, ahí está el quid de la cuestión.

Al sobrepasar el poste que indicaba con una flecha que se salía de  Altos Cerros, Angélica hizo un espectacular corte de mangas. Lástima que nadie lo viera, la tarde era ventosa y gris y los vecinos a los que se dedicó ese gesto despectivo, estarían en casa, viendo Tele Altos Cerros. Aunque…quizás, dobladas las contraventanas, alguien siguió los pasos de Angélica y brindó con su propia sombra, cuando la mujer puso rumbo a  “Los Cerros Bajos”.

La señora empujó la puerta y un repiqueteo anunció su llegada. El hombre acodado detrás de la barra  levantó la vista del periódico y, al ver quién entraba, salió a su encuentro con tanto ímpetu que hizo rodar el taburete en que se apoyaba.

--¡Doña Angélica!, por fin se ha decidido a dejar a esos locos soberbios ¿Sabe?, cada día me preguntan por usted. Aquí se la quiere y se la echa de menos.

--Gracias, Marcos, de verdad que estoy necesitada de afecto. Si llego a seguir allí un día más, creo que se me habría helado el corazón.

--Siéntese en la mesita del rincón doña Angélica, es la mas abrigada ¿Qué le sirvo?

--Algo fuerte y caliente. Y retira el doña, por favor, que se me hace raro.

-- Usted siempre será mi maestra, la mejor profesora que he tenido.

Angélica se sienta en un velador rodeado de silloncitos color malva, que procuran cierta intimidad a la recién llegada. Deja a su lado un chaquetón grueso y una mochila voluminosa, que llevaba a la espalda, mira  en derredor y suspira cansada. Tiene el pelo, que fue rubio, entreverado de gris y lo lleva recogido en una coleta, los ojos, hondos y grises, destilan tristeza, tiene los labios finos y la  barbilla enérgica. Pero hay algo en ella que se aprecia nada más verla: la distinción, la elegancia natural que marca todos sus gestos.  Y es posible, piensa Marcos mientras le sirve su copa, que sea más alta la distinción de la señora, que altos los cerros del pueblo del que acaba de salir.

--Pruébelo, doña Angélica, es una receta de allá del sur, de donde vinieron mis padres. Se llama asiático y da  calor y alegría; si se toma usted dos, le importa un pimiento de todos esos cabezas cuadradas de Los Cerros Altos.

--Siéntate conmigo, Marcos, cuéntame  como te va.

--Me va bien, mejor que allí. Se ha venido mucha gente a instalar aquí su negocios; normal, se pagan menos impuestos y nadie te multa por llamar a tu bar “Casa Pepe”. Así le puso mi padre al local cuando llegó allí y no iba yo a cambiárselo, por respeto al viejo ¿me entiende? Que ni sé ni me importa como se dice Casa Pepe en altocerreño, idioma oficia del nuevo estado. 

--Acuérdate lo que me pasó a mi con la librería; todos los días pintadas –españolaza- -zorra extranjera— Extranjera yo, que  tengo antepasados que lucharon en la guerra de  1714, al lado de los Austrias. Los Forcau viven en Cerros Altos desde hace 300 años.

--Por eso le tienen  tanta rabia, porque a apellidos y a cuna, no le gana a usted ninguno de esos cerriles. Se creen superiores y tropiezan con una Forcau, empeñada en ser española y se encienden.

_--Quieren que olvidemos una lengua que se habla en medio mundo, para aprender su idioma, que no lo conoce nadie fuera de los límites de la nación de sus sueños.

_ Ese es el problema de los chicos que siguen allí. Aprenden malamente el español, lo olvidan por falta de uso Si no los dejan hablarlo ni en el recreo… Dígame usted, ¿qué posibilidades tiene  un chico que ha hecho en altocerreño todos sus estudios, si encuentra trabajo en Madrid? Es de locos…

--Yo me alegro mucho de que, al fin, haya decidido  venir. No dude en pedirme lo que pueda necesitar. Estaría encantado de serle útil.
Marcos mira a la mujer con cariño, pero también con  reverencia. Le roza ligeramente una mano, acerca su silla.

--Cuénteme qué le han hecho tan gordo, como para decidirla a salir
_Lo de mi nieto, Marcos, eso me ha roto por dentro –mientras habla, las lágrimas pasean sus mejillas pálidas y ajadas
La mujer apura la copa 
–Riquísimo, Marcos, ¿y dices que es una receta de tus padres?

--Le preparo otro y mientras usted me cuenta.

--Son tantas cosas…Ya sabes que tengo el coche secuestrado, No me he traído más que lo que llevo en la mochila. He venido andando, ligera de equipaje, como dijo don Antonio. que también tuvo que abandonar su tierra.

_ ¿Qué tiene el coche secuestrado ?¿Por qué?

--Por el asunto de la matricula. Tendría que haberlo matriculado en el Estado de Altos Cerros y como no me dio la gana de pasar por ahí, hace una semana que los mossos se lo llevaron. Vehículo sin documentación. En fin…

Doña Angélica lleva mediado su segundo asiático y repite el corte de mangas que hizo en el  camino. Ambos ríen y Marcos le arregla, solicito, el echarpe torcido.

--Ya sabes que mi hijo anda con los de la Nación Nueva. Él y la mujer, que es de las que pegarían fuego a todo lo español. Pero mi nieto es también Forcau y yo quise abrirle los ojos.

--¿Cómo lo hizo?

--¿Tu sabes que en los libros de texto les cuentas a los chicos que Agustina de Aragón era en realidad de Altos Cerros?
 Y Colón, el Genovés, oriundo del nuevo estado. Y Santa Teresa de Ávila…de eso nada, nacida y criada en Altos Cerros.

--Qué disparate, ¿hasta donde van a llegar?

--Me indigné y redacté unas notas dando los datos reales e indicando bibliografía  que se podía consultar.

--¡Dios mío! Y cómo reaccionó el chaval…

--Se lo enseñó a sus padres. No podía creer que en el colegio lo estuvieran engañando. Más lógico le pareció que su abuela andara equivocada.

--Equivocada usted…¡La mejor profesora de historia que haya existido nunca! 
Usted sabe que sus clases eran las mejores del instituto y a sus conferencias venían estudiosos de todas partes. Por eso tiene usted la Medalla de San Jordi y …

--Cálmate, Marcos, la verdad es manipulable, bien lo sabes tú.

--¿Qué hizo su hijo?

--Dijo que la historia es solo un bucle del tiempo y que no iban a renunciar a su independencia por unos cuantos datos que yo aportara.
Y que no se me ocurriera soliviantar al niño. No he vuelto a verlo, Marcos.

Marcos se acerca más a la mujer, le rodea los hombros con un brazo.

--No hay derecho Angélica. Eso es demasiado cruel.

--Aún hay algo más ¿Recuerdas mi puesto  de Flores y Besos el día de San Jordi? La gente pasaba y se besaba delante del puesto. Entonces recibían su flor—iris amarillos, margaritas, azucenas, rosas…- Este año, a la luz del día, cuando más animadas estaban las Ramblas, llegaron unos chicos vestidos de bandera del Nuevo Estado, destrozaron a patadas el puesto, pisotearon las flores.
Angélica no puede continuar, se ahoga en lágrimas, Marcos la abraza, ella coloca su cabeza entre el hombro y el cuello de él y se deja llorar.

--Angélica, mi primer amor y el más fuerte de todos los otros amorcillos. Yo hubiera estudiado siempre tu asignatura para no dejar de verte nunca.

Le besa el pelo, las manos. Ella se recompone, lo mira, sonríe.

--Lo más triste fue la suerte que corrieron los besos; murieron de abandono entre los pies de los turistas.
La mujer se refugia en el pecho de Marcos, que le deshace la coleta y huele su pelo…

--No llores, celebraremos aquí, en Cerros Bajos, un Día del Beso. Tendrás tu puesto de flores, y todos se besaran a cambio de una flor.
Angélica asiente, sus hombros estremecidos por los sollozos.



04 octubre 2018

Buenos días, 

Hoy tenemos el placer de compartir con vosotros el relato ganador del Accésit del concurso de Cartagineses y Romanos. ¡Enhorabuena a su autora, Milagros Márquez del Bazar de Letras del Centro Cultural! 



LA NOCHE OSCURA

El atardecer caía sobre el Mediterráneo como gotas de sangre que se mantuvieran en la superficie sin disolverse. Poco a poco iban apareciendo los ocres en la tierra y los grises en el mar. Presagiaban una noche oscura, sin luna ni estrellas. Todas habían huido del cielo para no ser testigos de la sangrienta batalla que iba a tener lugar  en esa ciudad pequeña de cinco colinas, en el sureste de la península de los iberos.
Muchos años después, en otra noche oscura, la silueta de un anciano se recortaba sobre unas rocas en cierta playa al otro lado del mismo mar de la ciudad de las cinco colinas.
El anciano tejía en su memoria los recuerdos de aquella noche y aquella batalla. Si entramos en ella nos haremos con su historia.
Tenía entonces 15 años. Fueron los más felices de mi vida en esa preciosa ciudad, a la que el general Asdrúbal puso por nombre Qart Hadasht. Mi casa estaba en las faldas de una colina mirando al mar siempre azul. Mi padre era militar, llegó aquí con el general Aníbal para pactar con las tribus mastienas. Yo aun no había nacido. Esa tierra era rica en plomo, plata y otros minerales. También había mucho esparto y un campo que, aun siendo escaso en lluvias, era suficiente para abastecernos de vegetales y frutas.
Sí que teníamos siempre el miedo a los malditos romanos que habían montado su campamento a las afueras de la ciudad pero, cuando al atardecer bajaba con mis amigos a la playa a ver llegar los barcos de pesca, era tanta la paz y la belleza de sus puestas de sol tras las montañas, que no podía imaginar la guerra que se acercaba. Según los ancianos, a nosotros no nos llegaría. La ciudad estaba bien fortificada, las murallas eran altas y la laguna interior no tenía la suficiente profundidad para los pesados barcos romanos.
Eso pensaba yo la tarde en que vi llegar desde el mar una bandada de gaviotas capitaneadas por tres grandes pájaros negros. Se me encogió el corazón, era un mal presagio en el que no quería creer.
En los últimos meses había mucho movimiento en la ciudad y también rumores sobre una guerra inminente. Según los romanos, habíamos incumplido no se qué pacto y eso les daba derecho a atacarnos.                                   
Aquella aciaga noche nos quedamos en la playa, mis amigos y yo, un poco más de lo acostumbrado. Cuando, de pronto, sonó la alarma. Desde las atalayas habían descubierto una gran flota romana que se acercaba a la bahía. Las trompetas sonaban sin cesar produciendo un gran estruendo. Corrimos hacia las puertas que empezaban a cerrarse con tan mala fortuna que tropecé, caí y perdí el sentido. Mis amigos no notarían mi falta empujados por la gran multitud de gente que, desesperada, intentaba entrar en la ciudad.
Cuando desperté la noche estaba en llamas, el humo de los incendios secaba la garganta y casi me impedía respirar. El estruendo era horrible, el ruido de las armas, los gritos de los soldados, las súplicas, los llantos y lamentos de los habitantes de mi ciudad, formaban en la roja noche una música infernal. Nunca olvidaré el sonido de la guerra.
La batalla se estaba desarrollando entonces en la muralla que daba al mar. Los romanos habían logrado entrar en la ciudad, arrasándolo todo como era su costumbre.
 Me levanté intentando mantener el equilibrio y mi primera idea fue buscar a mis padres. Las puertas estaban abiertas y un reguero de sangre llegaba hasta mis pies. Intenté entrar, pero lo que vi me paralizó. Cuerpos destrozados, quemados, gritos de dolor, el ruido me aturdía y el miedo me impedía avanzar. El calor de los incendios hacía que las lágrimas se evaporaran nada más salir de mis ojos.
Desesperado corrí hacia la laguna. Por allí habían entrado los romanos, el trozo de muralla más desprotegida por creerla insalvable. A la luz de los incendios aun se veían en la arena sus huellas, armas destrozadas, cadáveres de los valientes defensores que poco pudieron hacer ante la sorpresa y la escasez de medios frente a sus atacantes. La orilla era un cementerio de armas y de hombres a los que la muerte había igualado dejándolos desnudos de patria y solos como seres humanos.
El miedo y el horror me impedían pensar con claridad. Vi una barca, monté en ella y empecé a remar. La locura me daba fuerzas y al rato conseguí salir de la bahía. Al ir alejándome de la ciudad la noche se iba haciendo más negra y se disolvían en el agua los sonidos de la batalla. Después del espanto vivido, solo deseaba morir, lloré pidiéndoselo a los dioses, que solo me concedieron volver a perder el sentido.
Sin agua, sin comida no hubiera resistido muchos días pero el cielo se apiadó de mí haciendo soplar fuertes vientos que me arrastraron hacia la orilla opuesta de ese mismo mar. Me recogieron unos pescadores que faenaban por la zona y, medio muerto, regresé con ellos a su aldea.
En esta tierra he hecho mi vida,  he tenido momentos felices, pero cuando las noches son oscuras, vengo a la playa y me parece ver de lejos el rojo de los incendios y oír el sonido de la batalla. No los quiero olvidar. Son los gritos de mis padres, de mis amigos, de mi gente. He perdonado a los romanos pero siento que yo también debía de haber muerto en aquella noche oscura.



01 octubre 2018

¡Ya estamos de vuelta! Esta semana los diferentes Bazares de la Universidad Popular retoman su actividad. Estamos deseando compartir lecturas y charlas con nuestros compañeros. No olvidéis mandarnos vuestros relatos para que los podamos compartir y que todo el mundo los disfrute. Para ir abriendo boca, aquí tenéis.... Seis libros de esta semana









25 junio 2018


Buenos días,
Ya está aquí el calor y casi casi La Mar de Letras. Así que queremos compartir este microrrelato tan refrescante que nos ha enviado nuestro amigo Basi del Bazar del Centro Cultural:



LA SIRENA
Era una sirena guapa, morena, estilizada, alta, elegante. Con la cola en su lugar y las escamas en su sitio.
Fue a nadar y se ahogó.
BASI JORQUERA 16-6-2018





21 junio 2018

Hoy es un gran día para el Bazar de Letras de la Universidad Popular. Hoy clausuramos el curso 2017/2018. Ha sido especial, único e irrepetible. Hemos disfrutado de las letras y de la compañía de personas especiales. Y hemos echado de menos a quienes ya no nos acompañan. Nuestro amigo Joaquín Campillo nos acaba de enviar estos versos para que el día de hoy sea aún más especial:


VERSO Y FUEGO


Verso hecho esperanza.
Esperanza que impulsa el fuego.
Fuego en comunión con el verso.
Verso y fuego que
tú alimentas con mente y alma.

20/06/2018
JCV

¡Nos vemos esta tarde a las 19:30 hrs. con Verso y Fuego!


11 junio 2018

Buen lunes, amigos del Bazar,

Aunque las clases de este curso ya han acabado, las letras nos van a seguir acompañando para disfrutar aún más del verano que ya llega.

Para comenzar, os animamos a leer esta interesante reflexión de Juan José Millas sobre lo que aprendemos en un Taller Literario:





30 mayo 2018


Miércoles, fin de curso. Y Basi Jorquera del Bazar del Centro Cultural nos regala este relato que seguro no os deja indiferentes:


EL ZULO
Estaba agobiado, no podía casi respirar, no conseguía ni rascarse la nariz, la carcasa que albergaba huesos y músculos con el paso de las horas se había entumecido, dormido, anquilosado, y su mano ya no respondía a la orden de su cerebro. La mano, ni ninguna de las partes de sí mismo obedecían a su voluntad. Él quería, pero sencillamente, no podía. Lo intentaba, pero no encontraba respuesta. Era como si su cuerpo y su mente se hubieran escindido. Sí, su organismo por un lado y su conciencia por otro.
Tú a Londres y yo a California. Era consciente, estaba lúcido y eso le hacía sufrir más. Se enteraba, no era lelo, se daba cuenta, porque padecía la dependencia de su cuerpo ¿O de su mente? Aún no lo había averiguado.
Tenía sed. Su boca le pedía agua, su cuerpo le solicitaba algo líquido. Qué placer si estuviera fresca. Allí metido era imposible, inalcanzable, inaccesible, y lo sabía. Pero no podía dejar casi de sentir, de imaginarla pasando por su garganta y refrescándola. El cúmulo de gotas resbalando por las comisuras de su boca. Frescas y húmedas. Sí, pero era como mirar por un telescopio y querer alcanzar la luna: Un sueño, una quimera, una utopía en esos momentos. La lengua pastosa ocupaba toda la boca. No quería tenerla ahí, donde estaba. No, era como un apéndice que sobraba. Algo accesorio a la boca, superfluo, molesto, incómodo. Se la imaginaba cayendo en cascada, fecundando campos, bañando tierras, saciando su sed, pero enseguida recapitulaba interiormente y se decía: tranquilo, no pasa nada, no tengo sed, no estoy aquí. Existo porque pienso, respiro, porque noto mi meñique tocando suave la palma de mi mano. Pero y si todo fuera un sueño, un espejismo. Y si no existiera el aquí y el ahora…
De repente un sopor. El sueño invade todo su ser como después de una comida copiosa. No sabe qué hacer. ¿Qué sería mejor? Nadie a quien preguntar. Está solo. Toma conciencia ahora de ello. Ha perdido la noción del tiempo. Nadie le puede ayudar. Depende de su sangre fría, de no perder los nervios, de su valor, de confiar en sus fuerzas. Confianza en sí mismo. Sí, eso y valor. No por favor, no te dejes llevar por el adormilamiento. Resiste. Aguanta. No te dejes vencer. Tú puedes. Claro que puedes. Los párpados poco a poco se le van cerrando como persianas al anochecer. No puede más. Se esfuerza, pero es inútil. La sensación de abandonarse le vence. Es más fácil eso que resistir. No quiere, pero no puede.
Cierra los ojos y en ese momento intuye que es el fin. En un milisegundo sabe que todo va a terminar. Y se da cuenta de que no le importa; de que al fin y al cabo va a descansar; de que su lucha interior va a acabar. Venga ahora lo que venga va a ser un descanso, una liberación, un deshacerse de la carga y pesar menos, un ser más liviano, un pasar a otro estadío. Venga lo que venga, pero descansar porque está cansado, fatigado, agotado, exhausto. Vencido.
A partir de ahí, ya en una nebulosa. Todo pasa muy rápido, pero pasa, ocurre, sucede. No sabe si es ficción o realidad. Si es un sueño, una pesadilla o ficción que ha visto antes de quedarse medio durmiendo. A veces le acontece: se queda adormilado viendo una película y parece que la continúa en sueños. Imaginada pero la continúa, le pone final a su manera, con su estilo, con su impronta. Nada que ver con la original. Final nuevo, película nueva.
La nebulosa sigue, lo persigue, lo inunda, lo abraza, puede con él y con todo su ser. Se hace con él.
De repente, como en un subidón de adrenalina, abre los ojos. La conciencia se abre paso y todo es luz y realidad porque ¿ha sido un sueño o era realidad? Eh, ahora recuerda. Ahora es consciente. Nadie se lo va a creer pero él lo sabe; sabe que ha estado a punto de morir. Ahora, en este momento todo lo comprende: había sido auto secuestrado y metido en un zulo. En el zulo que había fabricado su propia mente. Y él respirando aliviado la maldice. Maldice su mente.
BASI JORQUERA 25-5-18

25 mayo 2018

Hay recomendaciones y recomendaciones. Comparto con vosotros esta preciosa que nos hace Joaquín Campillo, del Bazar de Letras del Centro Cultural:


Para aquellos que disfrutan con el regusto, después de leer un verso.

Para los que sufren la ausencia de la palabra.

Para los que viven la vívida esencia de un poema.

Para los que adormecen su tensión, con la melodía de unas palabras.

Para los que vierten, en el cántaro interior, el murmullo de un arroyo.

Para los que no entienden, pero sienten...





03 abril 2018


Buenos días de un día cualquiera. Un día para volver a las rutinas y a las costumbres, sobre todo a las buenas como la nuestra de disfrutar con los relatos de los alumnos del Bazar de Letras. Hoy, gracias a Basi Jorquera:


UN DIA CUALQUIERA
Ambos se levantaron a una. Les esperaba un día fascinante.
Veva se metió en el baño para darse una ducha reparadora y quitarse las telarañas que se habían acumulado por la noche en su cabeza.
Ron fue directamente a la cocina, mientras se quitaba las legañas de sus ojos, a preparar un frugal pero nutritivo desayuno. Mientras lo preparaba encendió su Macintosh y se conectó a su blog matutino preferido. Noticias sin novedad; lo de siempre: crisis y más crisis.
Cuando Veva salió de la ducha se incorporó al desayuno y le preguntó a Ron:
  • ¿Qué tal las noticias del día?
  • Nada a reseñar, dijo él
  • ¿Qué te apetece hacer esta mañana?, preguntó Ron.
  • ¿Pues no íbamos a ir al abogado?
  • Ah sí, es verdad.
  • ¿Hoy nos separamos, no es cierto?
  • Pues ¡hala, hala!, que llegamos tarde
Y ese día Veva y Ron se separaron.
BASI JORQUERA




22 marzo 2018

Buenas tardes,
Con este poema de Marian Cifuentes, del Bazar del Centro Cultural, que fue premiado en el Certamen 8 de Marzo organizado por la Universidad Popular, nos despedimos de vosotros hasta después de las vacaciones. Seguro que os gusta y os acompaña estos días.



La Vida

Salvaje como planta silvestre
Espontánea
Sin disciplina
ni control
Vivimos

Con esfuerzo sin pausa
huimos
Agotando calendario
sin mirar atrás
Vivimos

Apegados a la tierra
la nuestra
Mullida y
confortable
Vivimos

Olvidando otras
en barbecho
desérticas
heladoras
Egoistamente
Vivimos

Sin Trascendente que guíe
por caminos de luz
Sin esperanza
ni humanidad
Vivimos

Salvaje como planta silvestre
Espontánea
Sin disciplina
ni control
Morimos

13 marzo 2018


Buenas tardes,

Hoy toca dar un paseo por el lado salvaje, que diría Lou Reed, de la mano de Basi Jorquera del Bazar del Centro Cultural.



EL POEMARIO
Me despierto por la mañana en un espacio reducido rodeado de sucios cartones. El tufo de mi cuerpo sudado inunda mi pituitaria. El húmedo frío de la noche todavía hace mella en mi tullido y tumefacto cuerpo. Tullido porque estoy cojo a consecuencia de una pelea callejera, tumefacto debido a una caída cuando los efluvios del vino peleón hicieron efecto sobre mi persona. Sí, a pesar de ser un homeless soy persona, tengo dignidad, aunque día a día esta alocada y competitiva sociedad me la mancille una vez tras otra.
Nada más abrir mi ojo izquierdo, en el derecho un orzuelo crónico me impide hacer un uso normal de mi vista, mi cabecica empieza a cavilar dónde ir a asear mi costrosa masa de piel y huesos. Al bar de la esquina, pienso por proximidad. Pero enseguida lo descarto pues el dueño, pesetero y rácano, ya me llamó la atención por gastar el agua de su aseo sin haber consumido. Decido, aunque está algo retirado y no me apetece arrastrar mi cojera, acudir al Hogar del Buen Samaritano a pegarme una ducha. Ya toca, pienso. No me gusta ir pues no me cae bien la gente que hace uso de esas instalaciones. Hasta en la pobreza hay clases, discurro. Pero sí, voy. De paso algo sólido pillaré que reconforte mi vacío estómago.
Al salir, no me decido en qué banco del parque sentarme a tomar el tibio sol de este frío día de invierno. De momento es gratis, me reconforto. Me entretengo viendo pasar a la afortunada gente que discurre hacendosa y ordenada como hormigas alrededor de su hormiguero. No saben la suerte que tienen, me digo. Uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que le falta o lo pierde. Hasta yo tengo suerte, ahora mismo no caigo en qué exactamente pero sí, seguro que hay alguien peor que yo. De eso seguro.
Es hora de comer, lo percibo por la salivación producida al ver a un infante atacando un suculento bocata de jamón serrano. ¡Joder, quien lo pillara! Entro en dilema, pues no sé a qué Mercadona acercarme para ver lo que encuentro en los contenedores. Creo que el de Carlos III es el más próximo y a esta hora es precisamente cuando se deshacen de los productos frescos caducados de ese día. A lo mejor tengo suerte y consigo unos tomates cherry un poco macocos. Un lujazo, vaya. Me encantan esa variedad de tomates por la sensación que dejan al explotarse en la boca al masticarlos. No tengo suerte con lo de los tomates pero sí, me voy de los contenedores del Mercadona comido, que es de lo que se trataba.
La tarde se pasa rápida, la noche llega otra vez amenazante. Nunca se sabe si una helada terminará con tus huesos en la morgue a la mañana siguiente. Al pasar camino de mis cartones veo un cartel grande en una librería que publicita un poemario que se titula “lo salvaje” y reflexiono: si mi vida no es salvaje, que baje Dios y lo vea. 

 BASI JORQUERA 15-II-2018

12 marzo 2018

Tenemos el inmenso placer de compartir con vosotros este relato de nuestra amiga y alumna del Bazar de Letras del Centro Cultural Milagros Márquez. Doble gustazo porque además fue premiado con el Premio Esperanza Asuar del Colectivo Carmen Conde con motivo del Día de la Mujer de este año.


LA LUZ
Tengo 70 años y vivo sola en un pequeño pueblo de la costa de Granada.
Se vive bien aquí. La gente es agradable en el trato. Pertenezco a un grupo de Mus y jugamos en el Casino por las tardes. Todos somos, más o menos, de la misma edad. Quieren que me una a ellos en otras actividades, dicen que paso mucho tiempo leyendo y sola, pero no voy a hacerlo. En las partidas solo se habla de cartas, pero luego, ellos tiene hijos, nietos, en fin, una familia…y yo no.
No quise tenerla nunca. Mis padres murieron pronto, soy hija única, la libertad y mi trabajo, suplieron las caricias, los afanes, las noches en vela por los hijos…
¡Qué equivocada estaba!, Ahora, tengo dinero, salud, sin entrar en detalles, amigos, vivo en un chalet precioso, fruto de mis ahorros de toda la vida, pero nadie entrará gritando: Abuela, mira lo que he encontrado en el jardín, ni rodearan mi cuello con abrazos interminables, esos pequeños y maravillosos seres, cuyos ojos se agrandan cuando te ven y eres para ellos alguien importante. No tengo el cariño sin fisuras de unos hijos que me acompañen en mi vejez, cada vez más cercana.
No tengo nada de eso, porque no quise y ahora me arrepiento, pero ya es tarde. Tengo que contentarme con oírlos jugar, reír, llorar….en las casas de mis vecinos.
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El mar se agranda, no se le ve el fin ¡Dios, ayúdame! El dios que sea, me da igual, el de mis padres o el de la tierra donde quiero ver crecer a mi hijo. ¿Tendré fuerzas para llegar a la orilla nadando? Nos dijeron que nos dejarían no muy lejos de la playa y que después nos las apañáramos solos. ¡Dios, ayúdame!
Es verano. Llevo un bañador y un vestido encima. Estoy muy embarazada. De cómo pasó, no quiero acordarme. 15 años, un matrimonio concertado con un hombre de 50, que no dudaba en ejercer contra mí su frustración. He huido, no puedo volver. Me matarían. No tengo a nadie ¡Dios ayúdame!
Ya hemos llegado al sitio, están zarandeando la barcaza, para que saltemos, Lo hago de las primeras, intentando evitar los golpes. Quiero llegar a esa tierra y criar a mi hijo en ella. Pero… ¡Qué tierra! No veo ninguna. No sé hacia donde nadar. El grupo se ha dispersado, unos desaparecen con las olas y otros nadan desesperados.
Sobre mi cabeza vuela una gaviota, la seguiré, la tierra tiene que estar cerca.
Cuando mi cuerpo cansado, toca la arena, el sol está ya alto. Es una playa, hay sombrillas y gente bañándose. Me quito como puedo el traje para confundirme con ellos, pero no lo suelto, lo necesitare, es todo mi equipaje.
Llego a la orilla, nadie se fija en mí. Me tiendo en la arena agotada, doy la impresión de ser una bañista más.
Despierto sobresaltada por la risa de unos jóvenes, me habré que quedado dormida. El sol está ahora más bajo. Tengo que levantarme y echar a andar, pero mis piernas apenas me obedecen. No me he dado cuenta de la sed que me tortura. Un niño tira a la papelera una botella de plástico casi llena, la cojo, para mí es un tesoro.
Mis pasos me llevan hasta un pueblo blanco, Hay poca gente. Esta anocheciendo y el calor es aun sofocante.
Al final de una calle, veo una casa con un gran jardín, parece abandonada, está casi en ruinas, no creo que viva nadie.
La puerta escondida entre la maleza, esta entornada, pasaré aquí la noche. Buscaré algunas ramas secas y haré fuego, eso mantendrá alejados a los animales que habrán hecho de ella su morada.
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Esta noche, pasearé como siempre, por las mismas calles, saludando a los mismos vecinos y escuchando en los jardines a familias felices, risas, niños que gritan o lloran. Esa es la vida que no quise. Al final tiene más recompensa que la mía.
__¡ Nelson, no, por ahí no! Está esa casa en ruinas y apenas si hay luz.
Pero ¿Quien es capaz de dominar a un pastor alemán de 5 años?
Nos adentramos en la calle, Nelson no para de ladrar y tira de la correa hacia la casa abandonada.
Hay dentro un resplandor, como de una hoguera, quiero echar a correr, pero de pronto oigo unos gemidos, cada vez son más fuertes. Me acerco con mucha precaución y lo que veo me deja sin habla. Una mujer joven, casi una niña, dando a luz, entre tanta suciedad.
La ayudé como pude o como supe y gracias a Dios todo salió bien. Llame a la ambulancia y nos llevaron al hospital.
No me separé de su lado hasta que se recuperó ¡Por fin había alguien que me necesitaba!
Esos días sirvieron para conocernos y entablar una amistad que con el paso del tiempo se convirtió en un profundo cariño.

Adopté a Amina. ¡Por fin tengo una familia! Una hija y una nieta. He sido afortunada, he podido probar la recompensa de las dos vidas.