22 marzo 2018

Buenas tardes,
Con este poema de Marian Cifuentes, del Bazar del Centro Cultural, que fue premiado en el Certamen 8 de Marzo organizado por la Universidad Popular, nos despedimos de vosotros hasta después de las vacaciones. Seguro que os gusta y os acompaña estos días.



La Vida

Salvaje como planta silvestre
Espontánea
Sin disciplina
ni control
Vivimos

Con esfuerzo sin pausa
huimos
Agotando calendario
sin mirar atrás
Vivimos

Apegados a la tierra
la nuestra
Mullida y
confortable
Vivimos

Olvidando otras
en barbecho
desérticas
heladoras
Egoistamente
Vivimos

Sin Trascendente que guíe
por caminos de luz
Sin esperanza
ni humanidad
Vivimos

Salvaje como planta silvestre
Espontánea
Sin disciplina
ni control
Morimos

13 marzo 2018


Buenas tardes,

Hoy toca dar un paseo por el lado salvaje, que diría Lou Reed, de la mano de Basi Jorquera del Bazar del Centro Cultural.



EL POEMARIO
Me despierto por la mañana en un espacio reducido rodeado de sucios cartones. El tufo de mi cuerpo sudado inunda mi pituitaria. El húmedo frío de la noche todavía hace mella en mi tullido y tumefacto cuerpo. Tullido porque estoy cojo a consecuencia de una pelea callejera, tumefacto debido a una caída cuando los efluvios del vino peleón hicieron efecto sobre mi persona. Sí, a pesar de ser un homeless soy persona, tengo dignidad, aunque día a día esta alocada y competitiva sociedad me la mancille una vez tras otra.
Nada más abrir mi ojo izquierdo, en el derecho un orzuelo crónico me impide hacer un uso normal de mi vista, mi cabecica empieza a cavilar dónde ir a asear mi costrosa masa de piel y huesos. Al bar de la esquina, pienso por proximidad. Pero enseguida lo descarto pues el dueño, pesetero y rácano, ya me llamó la atención por gastar el agua de su aseo sin haber consumido. Decido, aunque está algo retirado y no me apetece arrastrar mi cojera, acudir al Hogar del Buen Samaritano a pegarme una ducha. Ya toca, pienso. No me gusta ir pues no me cae bien la gente que hace uso de esas instalaciones. Hasta en la pobreza hay clases, discurro. Pero sí, voy. De paso algo sólido pillaré que reconforte mi vacío estómago.
Al salir, no me decido en qué banco del parque sentarme a tomar el tibio sol de este frío día de invierno. De momento es gratis, me reconforto. Me entretengo viendo pasar a la afortunada gente que discurre hacendosa y ordenada como hormigas alrededor de su hormiguero. No saben la suerte que tienen, me digo. Uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que le falta o lo pierde. Hasta yo tengo suerte, ahora mismo no caigo en qué exactamente pero sí, seguro que hay alguien peor que yo. De eso seguro.
Es hora de comer, lo percibo por la salivación producida al ver a un infante atacando un suculento bocata de jamón serrano. ¡Joder, quien lo pillara! Entro en dilema, pues no sé a qué Mercadona acercarme para ver lo que encuentro en los contenedores. Creo que el de Carlos III es el más próximo y a esta hora es precisamente cuando se deshacen de los productos frescos caducados de ese día. A lo mejor tengo suerte y consigo unos tomates cherry un poco macocos. Un lujazo, vaya. Me encantan esa variedad de tomates por la sensación que dejan al explotarse en la boca al masticarlos. No tengo suerte con lo de los tomates pero sí, me voy de los contenedores del Mercadona comido, que es de lo que se trataba.
La tarde se pasa rápida, la noche llega otra vez amenazante. Nunca se sabe si una helada terminará con tus huesos en la morgue a la mañana siguiente. Al pasar camino de mis cartones veo un cartel grande en una librería que publicita un poemario que se titula “lo salvaje” y reflexiono: si mi vida no es salvaje, que baje Dios y lo vea. 

 BASI JORQUERA 15-II-2018

12 marzo 2018

Tenemos el inmenso placer de compartir con vosotros este relato de nuestra amiga y alumna del Bazar de Letras del Centro Cultural Milagros Márquez. Doble gustazo porque además fue premiado con el Premio Esperanza Asuar del Colectivo Carmen Conde con motivo del Día de la Mujer de este año.


LA LUZ
Tengo 70 años y vivo sola en un pequeño pueblo de la costa de Granada.
Se vive bien aquí. La gente es agradable en el trato. Pertenezco a un grupo de Mus y jugamos en el Casino por las tardes. Todos somos, más o menos, de la misma edad. Quieren que me una a ellos en otras actividades, dicen que paso mucho tiempo leyendo y sola, pero no voy a hacerlo. En las partidas solo se habla de cartas, pero luego, ellos tiene hijos, nietos, en fin, una familia…y yo no.
No quise tenerla nunca. Mis padres murieron pronto, soy hija única, la libertad y mi trabajo, suplieron las caricias, los afanes, las noches en vela por los hijos…
¡Qué equivocada estaba!, Ahora, tengo dinero, salud, sin entrar en detalles, amigos, vivo en un chalet precioso, fruto de mis ahorros de toda la vida, pero nadie entrará gritando: Abuela, mira lo que he encontrado en el jardín, ni rodearan mi cuello con abrazos interminables, esos pequeños y maravillosos seres, cuyos ojos se agrandan cuando te ven y eres para ellos alguien importante. No tengo el cariño sin fisuras de unos hijos que me acompañen en mi vejez, cada vez más cercana.
No tengo nada de eso, porque no quise y ahora me arrepiento, pero ya es tarde. Tengo que contentarme con oírlos jugar, reír, llorar….en las casas de mis vecinos.
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El mar se agranda, no se le ve el fin ¡Dios, ayúdame! El dios que sea, me da igual, el de mis padres o el de la tierra donde quiero ver crecer a mi hijo. ¿Tendré fuerzas para llegar a la orilla nadando? Nos dijeron que nos dejarían no muy lejos de la playa y que después nos las apañáramos solos. ¡Dios, ayúdame!
Es verano. Llevo un bañador y un vestido encima. Estoy muy embarazada. De cómo pasó, no quiero acordarme. 15 años, un matrimonio concertado con un hombre de 50, que no dudaba en ejercer contra mí su frustración. He huido, no puedo volver. Me matarían. No tengo a nadie ¡Dios ayúdame!
Ya hemos llegado al sitio, están zarandeando la barcaza, para que saltemos, Lo hago de las primeras, intentando evitar los golpes. Quiero llegar a esa tierra y criar a mi hijo en ella. Pero… ¡Qué tierra! No veo ninguna. No sé hacia donde nadar. El grupo se ha dispersado, unos desaparecen con las olas y otros nadan desesperados.
Sobre mi cabeza vuela una gaviota, la seguiré, la tierra tiene que estar cerca.
Cuando mi cuerpo cansado, toca la arena, el sol está ya alto. Es una playa, hay sombrillas y gente bañándose. Me quito como puedo el traje para confundirme con ellos, pero no lo suelto, lo necesitare, es todo mi equipaje.
Llego a la orilla, nadie se fija en mí. Me tiendo en la arena agotada, doy la impresión de ser una bañista más.
Despierto sobresaltada por la risa de unos jóvenes, me habré que quedado dormida. El sol está ahora más bajo. Tengo que levantarme y echar a andar, pero mis piernas apenas me obedecen. No me he dado cuenta de la sed que me tortura. Un niño tira a la papelera una botella de plástico casi llena, la cojo, para mí es un tesoro.
Mis pasos me llevan hasta un pueblo blanco, Hay poca gente. Esta anocheciendo y el calor es aun sofocante.
Al final de una calle, veo una casa con un gran jardín, parece abandonada, está casi en ruinas, no creo que viva nadie.
La puerta escondida entre la maleza, esta entornada, pasaré aquí la noche. Buscaré algunas ramas secas y haré fuego, eso mantendrá alejados a los animales que habrán hecho de ella su morada.
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Esta noche, pasearé como siempre, por las mismas calles, saludando a los mismos vecinos y escuchando en los jardines a familias felices, risas, niños que gritan o lloran. Esa es la vida que no quise. Al final tiene más recompensa que la mía.
__¡ Nelson, no, por ahí no! Está esa casa en ruinas y apenas si hay luz.
Pero ¿Quien es capaz de dominar a un pastor alemán de 5 años?
Nos adentramos en la calle, Nelson no para de ladrar y tira de la correa hacia la casa abandonada.
Hay dentro un resplandor, como de una hoguera, quiero echar a correr, pero de pronto oigo unos gemidos, cada vez son más fuertes. Me acerco con mucha precaución y lo que veo me deja sin habla. Una mujer joven, casi una niña, dando a luz, entre tanta suciedad.
La ayudé como pude o como supe y gracias a Dios todo salió bien. Llame a la ambulancia y nos llevaron al hospital.
No me separé de su lado hasta que se recuperó ¡Por fin había alguien que me necesitaba!
Esos días sirvieron para conocernos y entablar una amistad que con el paso del tiempo se convirtió en un profundo cariño.

Adopté a Amina. ¡Por fin tengo una familia! Una hija y una nieta. He sido afortunada, he podido probar la recompensa de las dos vidas.


04 marzo 2018

Terminamos el fin de semana paseando de faro a faro, como nos dijo Carmen Conde. Esperamos que este relato de nuestra amiga Pilar Galindo, del Bazar del Centro Cultural, nos ayude para enfrentar la semana que mañana comienza.


Del Faro Verde al Faro Rojo
Del Faro Rojo al Faro Verde
He abierto la madrugada
caminando de Faro a Faro
 La Luz y el Faro

         La hacedora de versos duerme y sueña. Para ella, dormir y soñar es la misma cosa.
Alrededor de su cabeza, que alberga tantas fantasías, revolotean extrañas mariposas, que describen círculos, canturrean en su oído y golpean sus párpados cerrados. Al fin, después de entrar y salir de la oscuridad, jugando con las sombras, las mariposas se aquietan. Ahora son letras aturdidas, inconexas…

¡Pobres!, no saben como agruparse para formar bellas palabras. Y acaban llamando  --Carmen, Carmen.

Carmen despierta, mira por la ventana, contempla la noche y el mar. Está sola, pero su nombre sigue sonando…
--Carmen ¡Ayúdanos! Somos letras que vuelan perdidas, tenemos cosas que decir, pero ¿cómo?
—Sois tan hermosas, ¿qué me queréis contar?
-- Estamos muy tristes, nos han pedido que llevemos mensajes de amor en medio de la noche, pero no sabemos cómo ordenarnos para tener sentido  y contar la historia. Es una historia que hace llorar a la madrugada.

Ya no es un vuelo silencioso de extrañas mariposas, sino un eco que le golpea el corazón –Carmen, Carmen, escucha a la noche, ella quiere que pongas en palabras un  amor eterno e imposible…

Y la poetisa, qué remedio, se pone a escribir…

--Eres muy hermosa, tus destellos son caricias que trepan por estas piedras que me impiden abrazarte.

--Qué atrevido, mira, me has hecho enrojecer. No hago sino iluminar caminos en la noche.

--Si yo pudiera apartar estos muros, me fundiría contigo, me bebería tu reflejo sobre el agua.
--No desees imposibles, estamos atados a nuestro destino.

--Es tan dulce, tan saltarina tu estela en la mar

-- Gracias, amor, desde aquí admiro tu fortaleza, coronada por el verde que te ha prestado el mar. Y más aún, esas palabras que siempre me hacen ruborizar.

Y Carmen domesticó las letras dispersas y las hizo música y piropo y  recados de amor que, obedientes, volaron  del Faro a la Luz, y de la Luz al Faro, llenando la madrugada de versos y la mar  de huidizos senderos de plata.

01 marzo 2018

Buenos días, amigos de las letras,Hoy querríamos huir lejos, a un lugar en el que se oyera hasta la respiración de las libélulas. Pero la cruel realidad nos mantiene en esta ruidosa rutina. Por suerte para nosotros, nuestra amiga Milagros Márquez nos acaba de enviar este gran relato. 


LA HUIDA  
Septiembre 2017-09-21
  
Solamente una vez volví la cabeza para mirar la ciudad que el tren iba dejando atrás, la ciudad en la que había sido tan desgraciada, la del primer amor, la de los primeros desengaños, se la iba tragando, poco a poco, la niebla del atardecer y la lejanía.
En otra época pensé, que en esa ciudad, a mi vuelta, podría sentirme libre.  Había pasado muchos años en un internado, pero todo salió mal y ahora huyo de ella.
Cuando falleció mi madre, mi padre no supo, o no quiso, hacerse cargo de mí y me mando a un colegio lejos, pero cuando me escribió para que volviera, pensé que ya había pagado no se qué pecado y estaba perdonada. Ese complejo de culpa lo he llevado encima como una losa durante toda mi vida.
Encontré amigas, un grupo en el que apoyarme, parecía que por fin podría salir de mi sombría tristeza. Eso no  gustó a mi padre, no podía tenerme controlada las 24 horas y la cuerda se fue haciendo cada vez más corta. De nuevo la asfixia por la falta de libertad.
Un día, por casualidad, al volver de hacer unas compras, choqué con él. Me ayudó a coger del suelo los paquetes. Era guapo, tenía mucha labia y yo sentí que mi vida podía cambiar ¡Qué equivocada estaba!
Tras un breve noviazgo mi padre autorizó que nos casáramos, siempre que nos fuésemos a vivir con él. No me importó, pensé que Ángel siempre estaría a mi lado apoyándome, pero no fue así. Hicieron una buena pareja contra mí. No me faltaba nada, sólo lo que más había ansiado: ¡libertad! 
Pasaron los años, vinieron los hijos. Con ellos recuperé la ilusión y un poco la alegría de sentirme viva. Cuando crecieron, se fueron mirando en el espejo de su padre y de su abuelo. Cada vez me sentía más sola. 
Una grave enfermedad lo empeoró todo y me di cuenta hasta dónde podía llegar la crueldad, consciente o no, del ser humano. Eso fue lo que terminó de romper la idea de esa agradable vida imaginaria,  que se había instalado en mi mente para no sufrir.
 Cuando me recuperé le pedí  el divorcio. Por no sé qué oscuros pensamientos, mi padre me ayudaría económicamente. Todo iba a salir bien. Mis hijos ya tenían sus vidas y yo necesitaba vivir la mía.
 Nunca más tendría que fingir, justificar los retrasos, hacerme la dormida cuando de madrugada oía la llave en la cerradura, ni pedir explicaciones que, luego, siempre se volvían contra mí.
Pero, entonces, tampoco pudo ser. Creo que llevo la fatalidad conmigo.
Ángel sufrió un infarto, me dijo que me necesitaba, que todo iba a cambiar, él me había querido siempre, era yo la que no le dejaba demostrarlo, encerrándome en el mutismo y la tristeza.
¿Qué podía hacer? El antiguo complejo de culpa me decía que también había contribuido a ese fracaso. Por eso decidí seguir con él hasta que murió.
Así se me iba pasando la vida, un día igual a otro. Llegaron los nietos, que veía cuando los padres necesitaban una cuidadora. Cuando murió mi padre decidí romper con todo, volar, ir lejos, donde no me conociera ni yo misma. Por eso voy en este tren con la maleta cargada de dudas, amargura y culpabilidad.
Han pasado los años, mi mente se ha ido sosegando. El tiempo y la distancia hacen que las cosas se vean más claras. En mi vida no todo ha sido malo. Seguiré mi camino y cuando en los recuerdos haya más claros que oscuros, seguramente volveré. Ya no seré un viajero sin destino.