17 noviembre 2020

¡Buenas tardes de veroño! La portada de "Utilidad de las desgracias" de Fernando Aramburu está siendo una magnífica inspiración para los asistentes a los diferentes Bazares. Esta tarde queremos compartir con vosotros "Albedrío" de Gustavo Lacalle Vadillo, que se acaba de incorporar este curso al elenco de creadores del Bazar de Letras, turno de tarde. ¡Que lo disfrutéis!


ALBEDRÍO


Ya casi era de noche, acercó la palma de la mano al marco de la puerta y esta se abrió con un siseo “Buenas noches, Winston”, el saludo llegó a sus oídos y como cada noche provocó una lejana sensación de hastío y rencor en su subconsciente, notó la casi imperceptible pulsación en su antebrazo y la dosis de endorfinas hizo el resto…. , de su boca salió un “Buenas noches, Alexia” que casi sonaba agradecido.

Las luces iban encendiéndose mientras accedía al minúsculo y aséptico apartamento asignado. 

Miró a su alrededor y todo estaba en orden, como siempre, aséptico, impersonal, asquerosamente perfecto; de nuevo el tac-tac bajo la piel y la sensación desapareció.

Recordó haber salido tras el almuerzo dejando la cama sin hacer y los restos de la comida sobre la mesa y sin embargo todo estaba en orden. La empresa se encargaba de todo eso, mientras él ocupaba su tiempo en leer y clasificar informes sin tener muy claro si aquello era de utilidad para alguien.

Se dejó caer en el pequeño sofá, que como todo lo demás, estaba presidido por el ubicuo logo, inscrito en  la leyenda “Beatitudo vestra facit nobis liberate” y recordó el día que se anunció a nivel global el fin de la pobreza, del hambre y de la infelicidad.

La enorme corporación ponía al servicio de la humanidad su descubrimiento, la energía inagotable, limpia y gratuita para todos. Ya no habría necesidad de trabajar, las necesidades serían cubiertas por el entramado industrial y cada individuo podría dedicar su tiempo a aquello que quisiera. La servidumbre del capitalismo se había terminado. Unos meses más tarde la corporación cambió su nombre por el sucinto y anónimo sustantivo de “LA EMPRESA”.

(Tac-tac-tac), esta vez la descarga fue más fuerte y una sonrisa vacua curvó casi al instante las comisuras de sus labios.

¿Algo de cenar, Winston?

No gracias, pon la televisión.

Se retrepó en el sofá, mientras las luces bajaban de intensidad y la imagen del presentador llenaba la pantalla -(tac-tac).

Tenía sed. 

Un refresco Alexia, por favor.

Se incorporó y observó el recipiente que surgió del dispensador, las pequeñas gotas provocadas por la condensación resbalaron por el sempiterno logo y cayeron al suelo de donde desaparecieron casi mágicamente -(tac).

Mientras bebía, el insultantemente atractivo presentador dio paso a una mujer igualmente irreal.

A la espera de que finalice el recuento podemos anunciar que el gobierno repetirá mandato por una amplia mayoría, -(tac-tac-tac-tac) dijo con voz aterciopelada. 

Winston dejó el refresco sobre la mesa y observó su mano, intentó recordar su aspecto antes del incidente con los “dedos”, así se llamaban extraoficialmente los miembros del servicio de seguridad de LA EMPRESA - (tac-tac-tac-tac-tac )

Esta vez ha sido fuerte, pensó brevemente antes de caer en un semi-letargo inducido por las drogas.

Le despertó la fanfarria habitual que precedía a los logros de la corporación y otro quimérico presentador anunció con una sonrisa rebosante de dientes el triunfo electoral.

...las nuevas medidas gubernamentales comenzarán a partir de este momento, sus dispositivos intradérmicos serán sustituidos  por otros de nuevo diseño y mayor sensibilidad.

El crepitar de su brazo volvió a ser perceptible.

Se incorporó lentamente y comenzó a quitarse el cinturón…

-¿Preparo la cama, Winston?

-Sí, por favor, creo que me acostaré pronto, pero antes quiero algo de comer, algo rápido. Yo lo dispongo, no te molestes Alexia.

Fue hacia la cocina mientras posaba el cinturón alrededor de su antebrazo, sacó del frigorífico un queso sin empezar y lo colocó bajo el láser de corte . 

Winston se acercó a la ventana y observó cómo los agentes comenzaban a llegar en sus brillantes vehículos.- (tac-tac). Siguió allí unos minutos, viéndolos entrar y salir de los edificios como laboriosos e inagotables insectos de colmena.

Oyó  los pasos en la escalera y a continuación el suave siseo de la puerta al abrirse, Alexia esta vez no advirtió de la visita. Se acercó con ojos húmedos hacia el queso, lo puso bajo el láser y cuando la luz roja se iluminó colocó su brazo bajo el haz de luz mientras apretaba el lazo del cinturón.

El corte fue limpio, instantáneo, vio su brazo caer al suelo, como años antes había visto su anular y meñique perderse en el cubo de serrín, en esta ocasión solo unas gotas de sangre se derramaron y el nano suelo, cómo no, se encargó de hacerlas desaparecer. Al final no era necesario el cinturón pensó, mientras oía el frenético tac-tac de la bomba intradérmica expulsando chorros de droga al aire.

Los “dedos” llegaron y mientras sacaban las porras, les gritó libre, pletórica y conscientemente …!!Hijos de Puta¡¡.


Beatitudo vestra facit nobis liberate-  Tu felicidad nos hace libres-

12 noviembre 2020

¡ Buenos días! Ya sabéis que en clase usamos diferentes fuentes de inspiración para convocar a las musas y que nos ayuden a crear relatos. Hace un par de semanas sacamos el relato escondido en la portada de la última obra de Fernando Aramburu:





La imaginación se pone a funcionar y cada persona crea una historia diferente. Hoy queremos compartir con todos vosotros la personificación de Víctor Ferrández Nieto, del Bazar de Letras, Turno de Mañana. Seguro que os gusta tanto como a nosotras:


Érase un guante de trabajo, que a diferencia de sus compañeros, tenía dos dedos en vez de cinco. La razón, un fallo de serie.

Por este motivo no encontraba trabajo. Se levantaba todas las mañanas temprano y entregaba en todos los sitios su currículum, pero  allá donde iba, recibía la negativa por respuesta.

Un día, vio un anuncio en el periódico en donde se pedían guantes de trabajo con dos dedos. Fue a la dirección, donde indicaba el diario y allí le dijeron que lo único que tenía que hacer era el signo del vencedor.

No podía imaginar que ese gesto tendría repercusiones en el futuro.

Winston Churchill, en fotografías de la época, aparecía con su puro y haciendo el signo del vencedor, durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando lo vio, por fin se sintió útil a la sociedad y, también, que su vida merecía la pena.