25 octubre 2019

Hola, amigos,


Llega el fin de semana y acabamos una semana más en la que los deberes han sido difíciles y retadores. Hemos empezado el curso poniendo el listón muy muy alto pero merece la pena por escuchar/leer maravillosos textos como el que Geli Sánchez (del Bazar del Centro Cultural turno de mañana), ha querido compartir con todos nosotros. Teníamos que describirnos de una manera original. Allá va:


UN CÓCTEL MUY PARTICULAR 

El barman agita la coctelera con la dosis justa de energía. 

Dentro de ella hay una parte de albañil de sabor fuerte y otra parte de costurera espirituosa. Una pizca de vinatero añejo y otra pizca de ama de casa con solera. Unas gotas de soldado centenario y otras tantas de campesina gran reserva.

El barman prepara una copa de fino cristal, larga y delgada. Vierte la mezcla con sumo cuidado.

Agita, pero no mezcla.

Coge la copa en alto y observa tonalidades claras con ligero matiz tostado. Dos burbujas escapan a la superficie, ambas de reflejos castaños. Se lleva la copa a los labios y degusta una textura ligera y de cuerpo templado al paladar. Su sabor es afrutado, en su punto de madurez, sin llegar a ser dulzón, incluso con un punto de acidez al final. Evoca largos días de sol y campo.

El barman deposita la copa sobre la barra y la observa atentamente. La copa en sí es adecuada y la mezcla conseguida. Pero él sabe que no está del todo acabada.

Coge un palillo de buena madera que no acaba en sombrillita sino en un generoso corazón e inserta, no una ni dos, sino tres aceitunas, y lo coloca todo dentro del líquido que reposa cogiendo consistencia.

Y entonces, el barman, reconoce admirado que ha terminado su creación. Ha conseguido algo nuevo. Algo distinto. Un sabor único e irrepetible con el que deleitar a los mismísimos ángeles.

Geli



20 octubre 2019

Buenas tardes,

Comenzamos hoy una sección dentro de nuestro blog en la que queremos que amigos relacionados de uno u otro modo con las Letras nos recomienden qué leer (o releer). La primera valiente que se ha dejado embarcar ha sido la poeta y profesora Natalia Carbajosa y aquí os dejamos su recomendación:



RESEÑA DE LA DIVINA COMEDIA, DE DANTE ALIGHIERI

Cada año espero con fruición a que llegue el verano para leer o releer un “clásico” con la atención y la calma debidas; esas tardes largas y calurosas que no invitan a moverse de la mecedora, y sí a leer y leer mientras avanza el día casi imperceptiblemente, apenas moviendo de pronto una hoja de la colasia del jardín, con el zumbido perezoso del motor de un coche avanzando de tarde en tarde por la calzada al otro lado del jazminero (o ese otro, mucho más irritante, de un mosquito tenaz), me han visto recorriendo las páginas del Quijote, la Ilíada, el Ulises, y otros muchos tesoros. El pasado verano le tocó el turno a la Divina Comedia.

Para leer esta obra en condiciones, recomiendo la edición bilingüe del poeta y traductor Ángel Crespo, que tan bellamente rimó en español los tercetos encadenados de estos tres libros en uno (Infierno, Purgatorio y Paraíso), y cuyas notas a cada capítulo, no innecesariamente prolijas y sí utilísimas, ayudan a que no nos perdamos ninguna referencia, contemporánea de Dante o de carácter mitológico. Concebida, al estilo pitagórico, para estar en consonancia con la armonía celestial, La divina comedia se compone de tres libros con treinta y tres capítulos cada uno, enteramente vertidos en tercetos. Acompaña al poeta florentino en su singular periplo, como sabemos, el universal autor de la Eneida, Virgilio, en el papel de guía sereno y laureado de la antigüedad. 

Compuesta casi a las puertas del Renacimiento italiano, la Divina Comedia engloba una visión del mundo conocido, y de todos sus saberes hasta el momento (filosóficos, religiosos, artísticos) de carácter medieval. Mas como sucede con la cualidad comunicativa de la poesía, dichos saberes no están transmitidos a modo de compendio o pesado texto de estudio, sino envueltos en el misterio, el suspense, la visión e incluso el humor y la ironía que sólo la inspiración artística es capaz de crear. Leer la Divina Comedia se convierte así, y no sólo por la voluminosa edición que yo manejé, en una experiencia no simplemente intelectual, sino también física: la lectora se estremece ante tanta belleza y tanta sabiduría que le entra por los sentidos, se compadece de la desgraciada peripecia de los condenados, comprueba que los errores humanos (la ambición, la codicia, la vanidad) siguen siendo los mismos al cabo de los siglos, y atraviesa entregada cada paisaje de este singular viaje de la mano de sus mentores. 

Pero la Divina Comedia es mucho más que un libro único, de esos que sin dudar ubicamos en la estantería, erróneamente considerada difícil o inalcanzable para el lector común, del Parnaso: para el poeta e influyente crítico angloamericano del siglo XX T. S. Eliot (citado por la investigadora Viorica Patea), esta obra representa la existencia, en la cosmovisión europea anterior al puritanismo y al pensamiento cartesiano posteriores, de una “sensibilidad unificada”, una unión perfecta entre el mundo de ahí afuera y su percepción y/o manera de ser asimilado. Tras la imaginación visual y alegórica de Dante se imponen otros modelos estéticos e intelectuales que provocan la ruptura “entre la superficie sonora de la poesía y su contenido profundo”, ruptura de la que, arguye Eliot, todavía no nos hemos recuperado. 

En estos tiempos de decaimiento de la cultura y la identidad humanas, leer la Divina Comedia es también una espléndida manera de emprender el camino de vuelta a la casa de la que la hiperestimulación y el entretenimiento vacuo nos intentan expulsar constantemente. Nuestro particular “guía” hacia el texto, Ángel Crespo, allana las dificultades y consigue que disfrutemos de ella sin más penalidades que las que compartiremos con sus personajes. Dejemos, pues, a un lado tantas propuestas mediocres que, aunque vayan en forma de “libro”, no nos aportan absolutamente nada; y deleitémonos con aquello que, al fin y al cabo, en un sentido profundo, constituye nuestro propio equipaje vital. Por lo menos en el tiempo semi-eterno del verano. 

Natalia Carbajosa 




03 octubre 2019

¡Bienvenidos al Curso 2019/2020! Empezamos satisfechos porque los asistentes a los diferentes talleres del Bazar de Letras siguen cosechando éxitos en los certámenes y concursos en los que participan. En esta ocasión Milagros Márquez, del Bazar del Centro Cultural tardes, quiere compartir con nosotros el Relato con el que ha ganado el Certamen de Cartagineses y Romanos:


QUE LOS DIOSES ME DEN FUERZAS

Que los dioses me den fuerzas para contar mi secreto y así poder redimir el pecado que desde mi juventud me ha atormentado la vida.
Estoy sentada en un cómodo diván en mi casa. Tengo delante un gran ventanal asomado a ese mar tan azul, tan bello y tan triste en mis recuerdos, ese mar que acaricia las costas de Cartago Nova, como se llama ahora esta ciudad.
Apenas puedo moverme. Los años han hecho de mi una anciana decrepita. Creo que los Dioses están esperando que confiese, para llevarme con ellos, ya que los remordimientos han sido el castigo que he pagado en esta vida.
Recuerdo un tiempo muy lejano. Una isla en el Mare Nostrum, sus habitantes éramos romanos. Yo soy romana. Tenía 6 años cuando desembarcaron en ella los piratas matando a casi todos los que no les servían para el mercado de esclavos que tenían montado en Cartago. Allí me llevaron, junto con mis padres y hermanos. No olvidare nunca los gritos de mis abuelos, pacíficos pescadores al ser masacrados junto con los que no les servían para sus fines. La guarnición que Roma tenía en la isla no nos ayudo, miro a otro lado, al lado donde estaban las monedas que le habían hecho llegar aquellos miserables.
En el mercado fui separada de mi familia y eso añadió otra gota más al vaso casi lleno de odio contra el cartaginés.
Tendría 8 años cuando llegue a esta ciudad, entonces llamada Qart Hadasht, formando parte del sequito de un militar a las órdenes de Aníbal. Mi señor tenía dos hijas de mi edad y me incorporaron a su servicio. La niña esclava romana, sirviendo a las niñas del enemigo cartaginés.
Pero los dioses fueron benévolos conmigo. Al principio fue el miedo, el rechazo y el odio que sentía hacia todo lo que me mantenía sumisa y servil, apenas cruce unas palabras con ellas, aunque algo entendía de ese lenguaje bárbaro por estar mi isla cerca  de sus costas, faenando juntos los pescadores, hombres buenos y pacíficos de ambos lados  en el mismo mar.
Paso el tiempo y me di cuenta de que del vaso de mi odio se iban escapando algunas gotas por la grieta que iban haciendo en él, el cariño y el respeto que mostraban todos hacia mi persona. Pronto me integraron en sus juegos. Su carácter bondadoso, tranquilo y cercano hicieron el milagro. No eran mi familia pero había encontrado un poco de paz en mi vida aunque seguía manteniendo en mi brazo la pulsera de esclava.
Me permitían asistir a las clases que un joven maestro romano, también esclavo les daba a sus hijas. A diario abría nuestras mentes hacia las lenguas y las ciencias, pero también hacia el amor y la concordia entre los pueblos.
La vida allí era dulce, tranquila, quería a esa familia pero mi vaso del odio no se había vaciado del todo. En mis pesadillas veía a mis padres y a mis hermanos maltratados humillados, esclavos como yo pero con menos suerte y a gritos me pedían que recordara que era romana, que la casa donde vivía era de mis enemigos, que no dejara nunca de pensar en ello
Manteniendo esa lucha interior fueron pasando los años. Llegaban rumores de una nueva guerra con los romanos pero parecía imposible que en esta ciudad tan bella, con gentes buenas y trabajadoras se fuera infiltrando de nuevo ese odio al otro, al diferente solo por estar en distinto lado de ese mar  que, en lugar de unirlos, los hacía enemigos por intereses que nada tenían que ver con las personas, ya fueran Cartagineses o Romanos
Pero la guerra es así, nadie la quiere pero todos pagan un alto precio cuando acaba.
En la ciudad los rumores eran ya casi continuos y las maldiciones al romano Escipión estaban en boca de todos.
En la casa de mis amos la vida aun era apacible. Las niñas nos habíamos convertido en tres hermosas jóvenes que hacía tiempo habían dejado los juegos infantiles para pasar a otros que nos pedía la sangra caliente de la juventud.
Por las tardes dábamos paseos a la playa o a la laguna, acompañadas siempre de otros esclavos para protegernos y por el joven maestro que nos explicaba como los minerales eran trasladados en barcos a Cartago desde las minas cercanas. También nos hablaba sobre los vientos, abundantes en esta ciudad, del cielo, las nubes, el porqué de la lluvia, pero sobre todo del amor por los demás y dar gracias a los Dioses por la suerte que habíamos tenido. Yo lo escuchaba ensimismada y todo el amor que debía repartir  se concentraba  en él. Era mi dios, mi ídolo. Y ese fue el germen de mi gran pecado.
Un día mi señor me mando llamar a su presencia. 
Se acercan malos tiempos para todos, me dijo, los romanos buscaran una escusa para atacar la ciudad y habrá un baño de sangre. Si somos nosotros los derrotados debes hacer valer tu origen romano. Aquí tienes los documentos de compra que le exigí al vendedor por si alguna vez los necesitabas. Ya eres una hija más para nosotros, por eso te los doy, pero nunca he querido quitarte el brazalete de esclava por si llegado el momento, junto con los papeles sirviese para demostrar tu origen romano.
Caí a sus pies llorando y abrazada a sus rodillas le di las gracias por todos estos años en los que yo también me había considerado parte de la familia. Los Dioses no me darían años suficientes para demostrarles mi agradecimiento.
Y sin embargo los traicioné. No pido perdón, sé que no lo conseguiré, solo quiero aliviar un poco mi culpa contando esta historia
Una tarde en la que mis compañeras de paseo no pudieron venir, fui con el joven maestro a la laguna, no llevábamos esclavos para protegernos. Nosotros éramos los esclavos.
Al atardecer, con el sol rojo poniéndose tras las montañas y convirtiendo la tierra en toda clase de grises, nos amamos en la soledad de la arena con  la fuerza, el ímpetu y la locura que lleva consigo la sangre joven y enamorada.
Ya había caído la noche, se encendieron algunas lucecitas en el mar, señales de barcos de pesca que faenaban por allí. Y entonces me dijo: (Dioses ¿porque lo escuché? ¿Por que al oír sus primeras palabras no salí corriendo para avisar a los  que yo consideraba ya mi familia?) Dentro de dos noches no bajes a la laguna van a atacar los romanos por la muralla pero otros vendrán por aquí en barcos de pesca y yo les abriré la puerta. Soy romano como tú, tenemos que acabar con los malditos cartagineses que nos robaron la infancia y la juventud. Entre caricias, me dijo donde tenía que esconderme, él vendría por mi cuando acabase la batalla, estaba muy seguro del resultado, sabia muchas más cosas de las que me dijo.  Había sido un espía romano desde que lo trajeron a esta ciudad. Era mentira todo lo que nos hablaba del amor entre los pueblos. Esa filosofía maravillosa que nos había enseñado desde niñas y que le servía para no levantar sospechas.
No pude moverme. Todo mi mundo se derrumbaba. Sentía asco de mi misma, pero la pequeña gota de odio que aun quedaba en el vaso junto con lo que yo creía que era amor bastó para traicionar a toda una ciudad a la que ya consideraba mía.
Esa noche pude volver a la casa para avisarles pero no lo hice. Más tarde supe que me buscaron angustiados .Pido a los Dioses que nunca llegaran a saber de mi traición.
Pero la suerte estaba echada, me escondí y cuando a la noche siguiente empezaron a sonar las trompetas y el ruido de la guerra se volvió insoportable quise salir para unirme a ellos, entonces comprendí que aquellos que luchaban por defender la ciudad, eran los míos, mi familia, mis gentes, mis amigos. Ya no había odio, pero era demasiado tarde, me había encerrado temiendo que les avisara.
Esta es la historia de mi traición. Que los Dioses me juzguen y espero de su misericordia que me arranquen pronto de este mundo, de esta ciudad a la que vendí cuando era joven por una ilusión amorosa y  unos tiernos abrazos.