10 octubre 2018

¡Hoy es 10 del 10! Y para que tengáis un día 10 queremos compartir con vosotros este cuento de nuestra amiga del Bazar de Letras del Centro Cultural, Pilar Galindo. Seguro que os gusta tanto como a nosotras.


Tallado de papel. Agosto
Va de ciudades más o menos amorosas

Aquellos Cerros

La tablilla clavada en el poste lucía recién pintada. Ningún vestigio quedaba del nombre antiguo, condenado al olvido. Sin embargo, todos aquellos que habían ensanchado la senda con sus pisadas, le seguían llamando “Los Cerros Altos” al pueblo que acababan de abandonar; ignorando el nuevo nombre “Altos Cerros” a pesar de lo llamativo de los caracteres escogidos. Precisamente para marcar la diferencia. 
Diferenciarse, ahí está el quid de la cuestión.

Al sobrepasar el poste que indicaba con una flecha que se salía de  Altos Cerros, Angélica hizo un espectacular corte de mangas. Lástima que nadie lo viera, la tarde era ventosa y gris y los vecinos a los que se dedicó ese gesto despectivo, estarían en casa, viendo Tele Altos Cerros. Aunque…quizás, dobladas las contraventanas, alguien siguió los pasos de Angélica y brindó con su propia sombra, cuando la mujer puso rumbo a  “Los Cerros Bajos”.

La señora empujó la puerta y un repiqueteo anunció su llegada. El hombre acodado detrás de la barra  levantó la vista del periódico y, al ver quién entraba, salió a su encuentro con tanto ímpetu que hizo rodar el taburete en que se apoyaba.

--¡Doña Angélica!, por fin se ha decidido a dejar a esos locos soberbios ¿Sabe?, cada día me preguntan por usted. Aquí se la quiere y se la echa de menos.

--Gracias, Marcos, de verdad que estoy necesitada de afecto. Si llego a seguir allí un día más, creo que se me habría helado el corazón.

--Siéntese en la mesita del rincón doña Angélica, es la mas abrigada ¿Qué le sirvo?

--Algo fuerte y caliente. Y retira el doña, por favor, que se me hace raro.

-- Usted siempre será mi maestra, la mejor profesora que he tenido.

Angélica se sienta en un velador rodeado de silloncitos color malva, que procuran cierta intimidad a la recién llegada. Deja a su lado un chaquetón grueso y una mochila voluminosa, que llevaba a la espalda, mira  en derredor y suspira cansada. Tiene el pelo, que fue rubio, entreverado de gris y lo lleva recogido en una coleta, los ojos, hondos y grises, destilan tristeza, tiene los labios finos y la  barbilla enérgica. Pero hay algo en ella que se aprecia nada más verla: la distinción, la elegancia natural que marca todos sus gestos.  Y es posible, piensa Marcos mientras le sirve su copa, que sea más alta la distinción de la señora, que altos los cerros del pueblo del que acaba de salir.

--Pruébelo, doña Angélica, es una receta de allá del sur, de donde vinieron mis padres. Se llama asiático y da  calor y alegría; si se toma usted dos, le importa un pimiento de todos esos cabezas cuadradas de Los Cerros Altos.

--Siéntate conmigo, Marcos, cuéntame  como te va.

--Me va bien, mejor que allí. Se ha venido mucha gente a instalar aquí su negocios; normal, se pagan menos impuestos y nadie te multa por llamar a tu bar “Casa Pepe”. Así le puso mi padre al local cuando llegó allí y no iba yo a cambiárselo, por respeto al viejo ¿me entiende? Que ni sé ni me importa como se dice Casa Pepe en altocerreño, idioma oficia del nuevo estado. 

--Acuérdate lo que me pasó a mi con la librería; todos los días pintadas –españolaza- -zorra extranjera— Extranjera yo, que  tengo antepasados que lucharon en la guerra de  1714, al lado de los Austrias. Los Forcau viven en Cerros Altos desde hace 300 años.

--Por eso le tienen  tanta rabia, porque a apellidos y a cuna, no le gana a usted ninguno de esos cerriles. Se creen superiores y tropiezan con una Forcau, empeñada en ser española y se encienden.

_--Quieren que olvidemos una lengua que se habla en medio mundo, para aprender su idioma, que no lo conoce nadie fuera de los límites de la nación de sus sueños.

_ Ese es el problema de los chicos que siguen allí. Aprenden malamente el español, lo olvidan por falta de uso Si no los dejan hablarlo ni en el recreo… Dígame usted, ¿qué posibilidades tiene  un chico que ha hecho en altocerreño todos sus estudios, si encuentra trabajo en Madrid? Es de locos…

--Yo me alegro mucho de que, al fin, haya decidido  venir. No dude en pedirme lo que pueda necesitar. Estaría encantado de serle útil.
Marcos mira a la mujer con cariño, pero también con  reverencia. Le roza ligeramente una mano, acerca su silla.

--Cuénteme qué le han hecho tan gordo, como para decidirla a salir
_Lo de mi nieto, Marcos, eso me ha roto por dentro –mientras habla, las lágrimas pasean sus mejillas pálidas y ajadas
La mujer apura la copa 
–Riquísimo, Marcos, ¿y dices que es una receta de tus padres?

--Le preparo otro y mientras usted me cuenta.

--Son tantas cosas…Ya sabes que tengo el coche secuestrado, No me he traído más que lo que llevo en la mochila. He venido andando, ligera de equipaje, como dijo don Antonio. que también tuvo que abandonar su tierra.

_ ¿Qué tiene el coche secuestrado ?¿Por qué?

--Por el asunto de la matricula. Tendría que haberlo matriculado en el Estado de Altos Cerros y como no me dio la gana de pasar por ahí, hace una semana que los mossos se lo llevaron. Vehículo sin documentación. En fin…

Doña Angélica lleva mediado su segundo asiático y repite el corte de mangas que hizo en el  camino. Ambos ríen y Marcos le arregla, solicito, el echarpe torcido.

--Ya sabes que mi hijo anda con los de la Nación Nueva. Él y la mujer, que es de las que pegarían fuego a todo lo español. Pero mi nieto es también Forcau y yo quise abrirle los ojos.

--¿Cómo lo hizo?

--¿Tu sabes que en los libros de texto les cuentas a los chicos que Agustina de Aragón era en realidad de Altos Cerros?
 Y Colón, el Genovés, oriundo del nuevo estado. Y Santa Teresa de Ávila…de eso nada, nacida y criada en Altos Cerros.

--Qué disparate, ¿hasta donde van a llegar?

--Me indigné y redacté unas notas dando los datos reales e indicando bibliografía  que se podía consultar.

--¡Dios mío! Y cómo reaccionó el chaval…

--Se lo enseñó a sus padres. No podía creer que en el colegio lo estuvieran engañando. Más lógico le pareció que su abuela andara equivocada.

--Equivocada usted…¡La mejor profesora de historia que haya existido nunca! 
Usted sabe que sus clases eran las mejores del instituto y a sus conferencias venían estudiosos de todas partes. Por eso tiene usted la Medalla de San Jordi y …

--Cálmate, Marcos, la verdad es manipulable, bien lo sabes tú.

--¿Qué hizo su hijo?

--Dijo que la historia es solo un bucle del tiempo y que no iban a renunciar a su independencia por unos cuantos datos que yo aportara.
Y que no se me ocurriera soliviantar al niño. No he vuelto a verlo, Marcos.

Marcos se acerca más a la mujer, le rodea los hombros con un brazo.

--No hay derecho Angélica. Eso es demasiado cruel.

--Aún hay algo más ¿Recuerdas mi puesto  de Flores y Besos el día de San Jordi? La gente pasaba y se besaba delante del puesto. Entonces recibían su flor—iris amarillos, margaritas, azucenas, rosas…- Este año, a la luz del día, cuando más animadas estaban las Ramblas, llegaron unos chicos vestidos de bandera del Nuevo Estado, destrozaron a patadas el puesto, pisotearon las flores.
Angélica no puede continuar, se ahoga en lágrimas, Marcos la abraza, ella coloca su cabeza entre el hombro y el cuello de él y se deja llorar.

--Angélica, mi primer amor y el más fuerte de todos los otros amorcillos. Yo hubiera estudiado siempre tu asignatura para no dejar de verte nunca.

Le besa el pelo, las manos. Ella se recompone, lo mira, sonríe.

--Lo más triste fue la suerte que corrieron los besos; murieron de abandono entre los pies de los turistas.
La mujer se refugia en el pecho de Marcos, que le deshace la coleta y huele su pelo…

--No llores, celebraremos aquí, en Cerros Bajos, un Día del Beso. Tendrás tu puesto de flores, y todos se besaran a cambio de una flor.
Angélica asiente, sus hombros estremecidos por los sollozos.



04 octubre 2018

Buenos días, 

Hoy tenemos el placer de compartir con vosotros el relato ganador del Accésit del concurso de Cartagineses y Romanos. ¡Enhorabuena a su autora, Milagros Márquez del Bazar de Letras del Centro Cultural! 



LA NOCHE OSCURA

El atardecer caía sobre el Mediterráneo como gotas de sangre que se mantuvieran en la superficie sin disolverse. Poco a poco iban apareciendo los ocres en la tierra y los grises en el mar. Presagiaban una noche oscura, sin luna ni estrellas. Todas habían huido del cielo para no ser testigos de la sangrienta batalla que iba a tener lugar  en esa ciudad pequeña de cinco colinas, en el sureste de la península de los iberos.
Muchos años después, en otra noche oscura, la silueta de un anciano se recortaba sobre unas rocas en cierta playa al otro lado del mismo mar de la ciudad de las cinco colinas.
El anciano tejía en su memoria los recuerdos de aquella noche y aquella batalla. Si entramos en ella nos haremos con su historia.
Tenía entonces 15 años. Fueron los más felices de mi vida en esa preciosa ciudad, a la que el general Asdrúbal puso por nombre Qart Hadasht. Mi casa estaba en las faldas de una colina mirando al mar siempre azul. Mi padre era militar, llegó aquí con el general Aníbal para pactar con las tribus mastienas. Yo aun no había nacido. Esa tierra era rica en plomo, plata y otros minerales. También había mucho esparto y un campo que, aun siendo escaso en lluvias, era suficiente para abastecernos de vegetales y frutas.
Sí que teníamos siempre el miedo a los malditos romanos que habían montado su campamento a las afueras de la ciudad pero, cuando al atardecer bajaba con mis amigos a la playa a ver llegar los barcos de pesca, era tanta la paz y la belleza de sus puestas de sol tras las montañas, que no podía imaginar la guerra que se acercaba. Según los ancianos, a nosotros no nos llegaría. La ciudad estaba bien fortificada, las murallas eran altas y la laguna interior no tenía la suficiente profundidad para los pesados barcos romanos.
Eso pensaba yo la tarde en que vi llegar desde el mar una bandada de gaviotas capitaneadas por tres grandes pájaros negros. Se me encogió el corazón, era un mal presagio en el que no quería creer.
En los últimos meses había mucho movimiento en la ciudad y también rumores sobre una guerra inminente. Según los romanos, habíamos incumplido no se qué pacto y eso les daba derecho a atacarnos.                                   
Aquella aciaga noche nos quedamos en la playa, mis amigos y yo, un poco más de lo acostumbrado. Cuando, de pronto, sonó la alarma. Desde las atalayas habían descubierto una gran flota romana que se acercaba a la bahía. Las trompetas sonaban sin cesar produciendo un gran estruendo. Corrimos hacia las puertas que empezaban a cerrarse con tan mala fortuna que tropecé, caí y perdí el sentido. Mis amigos no notarían mi falta empujados por la gran multitud de gente que, desesperada, intentaba entrar en la ciudad.
Cuando desperté la noche estaba en llamas, el humo de los incendios secaba la garganta y casi me impedía respirar. El estruendo era horrible, el ruido de las armas, los gritos de los soldados, las súplicas, los llantos y lamentos de los habitantes de mi ciudad, formaban en la roja noche una música infernal. Nunca olvidaré el sonido de la guerra.
La batalla se estaba desarrollando entonces en la muralla que daba al mar. Los romanos habían logrado entrar en la ciudad, arrasándolo todo como era su costumbre.
 Me levanté intentando mantener el equilibrio y mi primera idea fue buscar a mis padres. Las puertas estaban abiertas y un reguero de sangre llegaba hasta mis pies. Intenté entrar, pero lo que vi me paralizó. Cuerpos destrozados, quemados, gritos de dolor, el ruido me aturdía y el miedo me impedía avanzar. El calor de los incendios hacía que las lágrimas se evaporaran nada más salir de mis ojos.
Desesperado corrí hacia la laguna. Por allí habían entrado los romanos, el trozo de muralla más desprotegida por creerla insalvable. A la luz de los incendios aun se veían en la arena sus huellas, armas destrozadas, cadáveres de los valientes defensores que poco pudieron hacer ante la sorpresa y la escasez de medios frente a sus atacantes. La orilla era un cementerio de armas y de hombres a los que la muerte había igualado dejándolos desnudos de patria y solos como seres humanos.
El miedo y el horror me impedían pensar con claridad. Vi una barca, monté en ella y empecé a remar. La locura me daba fuerzas y al rato conseguí salir de la bahía. Al ir alejándome de la ciudad la noche se iba haciendo más negra y se disolvían en el agua los sonidos de la batalla. Después del espanto vivido, solo deseaba morir, lloré pidiéndoselo a los dioses, que solo me concedieron volver a perder el sentido.
Sin agua, sin comida no hubiera resistido muchos días pero el cielo se apiadó de mí haciendo soplar fuertes vientos que me arrastraron hacia la orilla opuesta de ese mismo mar. Me recogieron unos pescadores que faenaban por la zona y, medio muerto, regresé con ellos a su aldea.
En esta tierra he hecho mi vida,  he tenido momentos felices, pero cuando las noches son oscuras, vengo a la playa y me parece ver de lejos el rojo de los incendios y oír el sonido de la batalla. No los quiero olvidar. Son los gritos de mis padres, de mis amigos, de mi gente. He perdonado a los romanos pero siento que yo también debía de haber muerto en aquella noche oscura.



01 octubre 2018

¡Ya estamos de vuelta! Esta semana los diferentes Bazares de la Universidad Popular retoman su actividad. Estamos deseando compartir lecturas y charlas con nuestros compañeros. No olvidéis mandarnos vuestros relatos para que los podamos compartir y que todo el mundo los disfrute. Para ir abriendo boca, aquí tenéis.... Seis libros de esta semana