26 diciembre 2017

Como sabéis, una de nuestras actividades favoritas durante los días de descanso es leer, leer y leer para disfrutar de las horas que normalmente nos ocupan la rutina y la obligación (esas malvadas). Y, afortunadamente, nuestros amigos del Bazar del Centro Cultural nos envían sus relatos para que no nos falte qué leer. Ahí va hoy el que Marian Cifuentes presentó al IX Certamen Alzabara. ¡Una pena que no fuera premiado!

El reto, solamente una vez

El escritor no siempre acude a la fantasía, todo está en nuestro alrededor, sólo necesita dejarse encontrar por los acontecimientos diarios, siempre que observe, mire y escuche, pues la realidad es rica en historias, superando la fantasía, como el suceso que voy a contar.
Nos conocíamos desde que éramos jóvenes, pertenecíamos a un grupo del instituto que por suerte continuó fielmente la amistad aunque nuestras vidas tomaran rumbos radicalmente diferentes. Mi amiga destacaba entre todas, su vida era equilibrada, coherente con las exigencias de la época. A veces solo era un jarrón decorando la escena. Otras –dejando fluir sus ideas- era la protagonista de lo vivido.
Sorprendían sus deseos de aprender, su avidez por lo bello. La realidad de la vida la conmovía y no le pasaba desapercibida.
Años después nos encontramos, estaba cambiada, la sentía ausente, no vivía el presente, lo cotidiano le suponía un gran esfuerzo.
Había dado a luz unas semanas antes, fue traumático. Sus pechos rebosantes de leche no alimentarían a su bebé. El vacío que el hijo le dejó en su vientre envolvía también su mente, todo era confusión.
En esos días pretendía hacer un viaje, su instinto la obligó a confiar en quienes podían reconducir su vida, iría sola ¡ella que no había ido más allá de las palmeras que rodeaban su pueblo! Cogería un tren que la llevaría a la estación de Alcázar de San Juan. Allí haría trasbordo con otro que la llevaría finalmente a su destino en otra costa, de mar a mar, espectador y siempre protagonista. Sí, ella compartía su vida con él y el mar.
No puso inconveniente a que la acompañara a la estación, ella con inseguridad, yo preocupado y ambos con interrogantes. Con mirada triste se despidió tras el cristal, yo mantuve mi buen humor levantando los brazos hasta que el tren se perdió tras dar la curva.
La historia que sigue, la oí de sus labios. Llegando a Alcázar, se dirigió lentamente a la sala de espera que se encontraba llena, los viajeros se comunicaban unos con otros, se sintió profundamente sola. Al poco, una voz anunciaba a los pasajeros la llegada del tren, esto la hizo reaccionar, fuera, su aliento se hacía visible, el frío era intenso. Sentada ya en el vagón, cerró los ojos por un instante, pensó que lo había conseguido. Faltaban pocas horas para terminar el viaje. El estruendo de las estaciones y la incertidumbre de coger el tren adecuado, ya no la perseguirían.
Un joven se sentó a su lado, le habló, era amable, le envolvió su voz, estaba complacida, relajada. Le hubiera contado su vida a aquél extraño que le prestaba atención. ¡Qué fácil hacerse con la voluntad de una persona emocionalmente débil!
Solamente una vez, sólo aquella noche, sencillamente necesitaba aceptar el consuelo de un extraño.
Faltaba poco para llegar. De improviso percibió que había una persona de pie frente a ella, levantó la vista, él estaba allí, en alguna parada se montó, buscándola en los vagones, el padre del hijo que ella apenas pudo acoger en sus brazos. ¡Su marido! Ilusionante, enamorado como siempre, estaba sonriente, todo él expresaba alegría, con los brazos abiertos se refugió en su cuerpo que desde hacía tiempo no veía. Fueron momentos que llenaron  de esperanza sus vidas.
Esto era real, no había duda, estaba invadida por el gozo, el sentirse débil ante la oscura soledad de la noche, no.
¡Por fin se encontraron, estaban unidos como siempre ante cualquier obstáculo que les deparase la vida!



20 diciembre 2017

Bueno, bueno, bueno...estamos que nos salimos. Aquí va otro relato genial, esta vez de la mano de Basi Jorquera del Bazar del Centro Cultural. Y también es uno de esos relatos que participaron en el IX Certamen Alzabara. Seguro que os encanta:

ODA A LA VIDA
Solamente una vez cerré los ojos definitivamente y esto es lo que me perdí ese día y los posteriores:  un amanecer que inunda el cielo de un rojizo vivo y dinámico que va tornando a un anaranjado conforme clarea el día, y un trinar de pájaros al despuntar la mañana que te hacen encarar ese momento y los que se avecinan con un ánimo recobrado; una ducha con agua templada que te despeja y reconforta y te quita las telarañas que durante la noche se han apoderado de tu cuerpo y de tu mente; un café con un crujiente croissant y mermelada de fresa que caen en tu estómago como un regalo culinario a esas horas del día; una lectura sosegada que te hace viajar por parajes y sentimientos que de otra manera no llegarías ni a intuir en tu apacible vida; una llamada inesperada de tu mejor amigo contándote y compartiendo contigo, y sólo contigo, que la noche anterior cuando lo dejaste en el bar con la penúltima cerveza en la mano, ligó con la pelirroja del piercing en el labio; un paseo por la playa con los pies descalzos sintiendo, ora la tibieza de la fina arena, ora la frescura del mar, y observando lánguidamente el ir y venir de las blancas gaviotas en el azul celeste; una cervecica fresca acompañada por unas almendras en una terraza sintiendo el calor de mediodía del astro rey en la cara mientras ojeas, solo, las noticias del diario; el deleite de pensar que cuando llegues a casa te vas a cocinar una patatas y unos huevos fritos con puntilla que ni un marajá los sabría apreciar mejor que tú; una siesta reparadora de esas en las que estás a gusto en el sofá cerrando y abriendo los ojos todo “ensoñiscao” viendo cualquier cosa en la tele; el disfrute de escuchar por enésima vez in Utero de los Nirvana y quedarte otra vez colgado con las guitarras sucias de los de la banda de Kurt Cobain; dejar pasar la tarde y probar por primera vez un té pakistaní con leche y mucho azúcar en compañía de tus amigos de toda la vida dejándote mecer por su conversación; andar ya camino de casa y encontrarte inesperadamente a María, tu ex que todavía no es tu ex, y tomarte una cañas cenando y hablando de si terminar la noche en su casa o en la tuya; ir camino de casa, solo, y agradeciendo tu suerte por haberos encontrado, cuando ya enfilabas tu casa acompañado, al ex de María, que sí es su ex, y que ésta haya decidido, al final, irse con él porque si os hubieseis acostado sabes que la hubieses cagado otra vez; llegar a casa cansado, ponerte el pijama y las zapatillas, abrirte una cerveza y ponerte Radio Nacional de España para terminar el día relajado y escuchando lo que la jornada ha dado de sí; arrebujarte con el edredón en la cama y terminar de leer esos capítulos que te faltan para saber quién se ha cargado a la enfermera rubia que murió en el capítulo dos; y cerrar los ojos recreándote en el hecho de que ha sido un bonito día y sabiendo que no los vas a abrir más porque los has cerrado definitivamente al principio de este relato.
Descanse en paz.
                                                        BASI    JORQUERA      13-11-2017

19 diciembre 2017

Pero cómo nos gusta que nuestros amigos del Bazar del Centro Cultural compartan con nosotros sus relatos. Joaquín Campillo nos envía Atardecer, portal de vida, este precioso relato que presentó al IX Premio Alzabara.


ATARDECER, PORTAL DE VIDA.
Mira como reposa sobre el vientre, única, solitaria, huérfana; encima de ese alojamiento, nido de una nueva vida. La piel en tensión, el pequeño latido que galopa a ritmo acelerado. Descansa su cuerpo junto a la puerta de la cabaña, donde alojan mujeres y niños de la familia. Conjunción de adobe, paja y colorantes para decorar, con símbolos de su etnia, la protección contra el mal augurio.
El sol se marcha a reponer de luz otros lugares. Nosotros donamos, a su mente, la bella estampa que sucede. Solamente una vez, al día, le permiten esta contemplación. La mano acaricia el abultado abdomen, ella puede transmitir y recibir las sensaciones, mejor que el muñón izquierdo. Vitalicio recuerdo de los horrores pasados, en esta tierra del continente africano. Los niños también pueden ser atroces; soldados imberbes, con viejos fusiles y machetes, provocaron el terror en la aldea. Acaudillados por gente con ausencia de razón y cerebro, en nombre de no se sabe qué ideales, siembran la desgracia y la muerte. Su hombre fusilado, y a ella le dieron a escoger: esclava o amputación. No acabó ahí el dolor, se llevaron a su hijo; quedó sola de familia y con una mano. No era su primera amputación, sufrió otra en su tierna infancia. Tribal sacrilegio cometido en su cuerpo de niña, por convicciones de su familia y de su pueblo.
Viuda, manca y con cicatrices en su interior, fue reclamada por el hermano de su marido —padre de lo que crece en su vientre— y la tomó como segunda esposa. Relegada por la primera, la vemos hacer todo tipo de tareas, que la otra no hace, a pesar de tener dos manos. Realiza filigranas para traer agua, cuidar animales, moler grano, hacer fuego... todo, con un punto en la izquierda y la coma en la derecha.
Hoy, en este atardecer, la vemos tranquila. Pero ella presiente que, en este ocaso, el florecido vientre dará su fruto deseado; tendrá que amamantar, cuidar, criar algo propio. Aunque se incrementen las tareas, será dichosa. Un nuevo retoño, que no borrará el recuerdo del primero, pero la hará creer que merece la pena seguir luchando. Ya no solo trabajará para la impuesta familia; tendrá la propia. Seguiremos viéndola, y así lo pedimos, juntos, bajo esta frente amplia coronada por el anillado pelo. Sobre su ancha nariz, sobre sus carnosos y protuberantes labios; destaca nuestra blanca conjuntiva, en la coloreada piel.  Nosotros, los ojos, que le mostramos todo; sentimos orgullo de pertenecer a esta mujer, a esta Reina Leona, que lucha en esta tierra dura, por su naturaleza y por la acción del ser llamado humano que, muchas veces, no lo es. Y volveremos a mirar, por ella, todos los atardeceres que su vida le conceda.

07/12/2017

Joaquín Campillo Villa

18 diciembre 2017

Buenos días,

Nuestra compañera Pilar del Bazar del Centro Cultural quiere compartir con nosotros este precioso relato que presentó al IX Certamen Alzabara. Aunque no fue premiado, a nosotros nos encanta:


Solamente una vez amé en la vida
Solamente una vez y nada más…
            
Las otras veces

Amé mucho esa vez. Me entregué entera y sin reservas a un sentimiento tan dulce y tan envolvente que no había nada fuera de él.
No me importó cambiar de ciudad, de país y de creencias. Ni dejar familia y amistades.
Nada me importó fuera de él. Nada existía en su ausencia.
Vivimos un tiempo perfecto que no puedo medir. No se evalúa  la dicha, no se pesan las quimeras. Se exprimen y se gozan. Nada más.
.
Un día de lluvia mansa, me dijo que los buenos fuegos de artificio tienen una vida brillante, pero breve. Cómo comparar los rescoldos medio cubiertos de cenizas de un hogar aburrido, con aquella explosión de luz, pasión y locura que habíamos vivido…
Se había acabado, pero fue glorioso. Adiós, nena, adiós…

Cuando se fue, afuera seguía lloviendo. Siempre llueve en la ciudad del amor. Y  del olvido.
No quise volver con mi familia, ellos habrían arrojado sombras insanas sobre su amado recuerdo. Comprendan, es lo único que me quedaba de él y no quería ensuciarlo.
Tuve que acostumbrarme a la lluvia, al cielo gris cerrado a la esperanza, a ese río, Sena, sucio y romántico, al idioma de la bohemia. A la soledad.
Solamente amé esa vez…
Las otras veces, no han sido sino sucedáneos  del amor.
Ahora, acostumbro a cuidar  la forma y apariencia de cada relación. Procuro no defraudar, estar a la altura de lo que se espera de mí.
Y el precio, el que corresponde a un trabajo bien hecho, queda siempre a la vista, sobre la mesilla de noche.

26 noviembre 2017

Esta semana en el Bazar de Letras de la Universidad Popular hemos conocido un poquito más al escritor francés Emmanuel Carrére, que estos días está en la prestigiosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). En esta publicación de Wmagazín (aquí) podéis leer su reflexión sobre la generosidad y la libertad.
Espero que os guste.
¡Feliz domingo!


17 noviembre 2017

"El egoísmo nos deja con un mundo feo y horrible”

El músico y escritor estadounidense Ian Svenonius publica un libro "contra Apple, Ikea, Wikipedia, el rock corporativo y la depilación púbica". Podéis leer la entrevista completa aquí:


https://elpais.com/cultura/2017/11/15/babelia/1510749454_649034.html


10 noviembre 2017

Las lecturas a las que Federico García Lorca se acercó en su juventud le convirtieron en la persona que fue -hasta sus últimas consecuencias- y en símbolo de toda una época. Como uno de los escritores españoles más populares del siglo XX, sus obras son objeto continuo de estudio, su poesía resuena más allá de los libros y sus piezas teatrales han conocido multitud de puestas en escena a lo largo de los años. Lejos del mito del autor de genio innato y profundas raíces populares, sus escritos, desde los más tempranos, reflejan un profundo conocimiento de la literatura clásica, de las obras de sus contemporáneos, además de un crecimiento intelectual a la cultura popular, tanto literaria, como musical o teatral.

Mañana escucharemos a Luis García Montero, el poeta, aquí en Cartagena. Mientras, aquí podemos leer un fragmento de su interesantísima obra Un lector llamado Federico García Lorca



15 octubre 2017

Soleado y tranquilo domingo de veroño. Horas y horas para dedicar a nuestra pasión. Aprovechemos para conocer un poco mejor la obra del flamante Nobel de Literatura 2017, de la mano de Carlos Franz:


Rendición incondicional
Carlos Franz
Kazuo Ishiguro es un autor a contrapelo de nuestra época: ha preferido la profundidad a la notoriedad y la delicadeza antes que el impacto. Ishiguro ha publicado sólo siete novelas caracterizadas por su equilibrio formal y la sutileza de sus tramas. Con estos antecedentes, sorprende que la Academia Sueca –tan errática como hambrienta de “modernidad”, últimamente– lo haya distinguido con el Premio Nobel de Literatura. Hay que celebrar este acierto.

La mejor novela de Ishiguro debe ser Un artista del mundo flotante. Su protagonista es Ono, un anciano pintor japonés que narra su vida en primera persona. Estamos a fines de los años cuarenta del siglo XX. Japón ha sido ocupado tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Ono, que había apoyado al régimen militarista japonés, vive su propia rendición incondicional. Deja de pintar, se retira y lo atormentan las culpas.
Ono se inició como un artista del “mundo flotante”. Así llamaban en Japón a la vida bohemia, la fiesta nocturna en tabernas y casas de geishas. El maestro de Ono le había enseñado a pintar esa intensa y fugaz felicidad que puede alcanzarse en el placer y la alegría festiva, porque “lo mejor en la vida […] se vive en una noche y desaparece con el día”.
Con perseverancia y talento Ono destacó dentro de esa escuela. Pero pronto ese arte de lo efímero le pareció decadente y superfluo. A fines de los veinte, influenciado por el nacionalismo que se imponía en Japón, Ono decidió abandonar aquel mundo flotante para pintar “obras verdaderamente trascendentes. Obras que aporten algo a nuestro pueblo, a nuestra nación”.
Esa pintura política llevó al protagonista de esta novela a la cumbre y también precipitó su desgracia. Fue elogiado por el gobierno y celebrado por el pueblo enfervorizado con los triunfos del Japón imperialista. Tuvo muchos discípulos a los cuales enrieló en el arte comprometido. Durante la guerra, ese mismo compromiso lo llevó a la propaganda patriótica. Y cuando el mejor de sus discípulos rechazó ese camino, Ono se creyó obligado a denunciarlo.
Tras la derrota de Japón, Ono nos dice que se siente culpable y que quisiera castigarse. El viejo pintor relata con notoria admiración el caso de un cantante popular que, sin ser un criminal de guerra, después de la derrota decidió suicidarse. Éste lo hizo para mostrar su arrepentimiento por haber escrito canciones patrióticas que animaban a los jóvenes a combatir y a morir.
Ono no es capaz de suicidarse. En cambio, aprovecha la ceremonia de compromiso matrimonial de su hija menor para culpabilizarse públicamente y reconocer su pasado.
Sin embargo, las personas que escuchan esa autoinculpación de Ono le dicen que exagera. Incluso los jóvenes, que responsabilizan a la generación anterior por el desastre sangriento de su país, se extrañan de esa autoincriminación de Ono. Su hija, Setsuko, le dice: “Nadie entendía muy bien qué pretendía usted” (con esa confesión).
Además, Setsuko le aconseja a su padre no compararse con aquel cantante que se suicidó para hacerse perdonar. “Por lo que he oído las canciones del señor Neguchi se hicieron muy famosas […] durante la guerra.” En cambio, Setsuko duda de que su padre fuera tan famoso y por eso le pregunta: “¿Qué influencia pudo tener su obra?”.
Esa pregunta sorprende a Ono y a nosotros, los lectores de su relato. A lo largo de la novela Ono nos ha repetido que él no era muy consciente de la gran influencia que llegó a tener antes de la guerra. También nos advierte que su memoria avejentada podría traicionarlo.
Tras esa escena los lectores que sopesamos aquellas sutiles advertencias quedamos en una disyuntiva. Es posible que, en efecto, Ono sienta una noble necesidad de responsabilizarse y ser castigado por su colaboracionismo con un régimen nefasto. Ésta ha sido la interpretación política estándar para la novela de Ishiguro. 
Pero también es posible que la autoinculpación de Ono provenga de una sofisticada soberbia. Quizás Ono desea ser culpado ya que esto significaría un reconocimiento –aunque perverso– de la importancia que quiso tener en el destino de su país. Tal vez, Ono exagera su responsabilidad para darse relevancia, para no admitir que su vida fue tan superflua como aquel “mundo flotante” que alguna vez intentó superar. En este caso, la rendición incondicional de Ono podría ser una forma de orgullo.
Prodigio de ambigüedad, el relato en primera persona del viejo pintor nos desaconseja escoger sólo una de esas interpretaciones. Todas ellas integran la rica aleación entre claridad y misterio que caracteriza esta novela de Ishiguro.
En la antigua ceremonia japonesa del té se emplean unos recipientes de cerámica (chawan) cuya belleza consiste en su armoniosa irregularidad. El artesano consigue que las fallas del recipiente sean parte de su refinamiento. 
La obra de Kazuo Ishiguro alcanza, también, esa rara perfección.

09 octubre 2017

¿Qué hemos leído este verano? Carmen Mengual del Bazar del Centro Cultural comparte con nosotros su respuesta:

El otro día se preguntó en el taller sobre las lecturas que habíamos tenido a lo largo del verano y no mencione ninguna. Mi gran problema es que leo demasiado, leo muy rápido, si me gusta, leo a toda velocidad, aunque al acercarme al final reduzco el tiempo al mínimo para que no se acabe el libro. Si no me gusta, no tengo ningún empacho en dejarlo a medias sin interesarme como termina aquello.
Al volver a casa el miércoles revisé los títulos leídos desde Junio a Septiembre y ahí van:
Comencé con Patria, iniciado en el taller antes de ser conocido por la gran masa de lectores del verano. También me leí El diario de Gordon, del mismo autor pero diferente por completo, un disparate tras otro.


Seguí con los que eran “de obligado cumplimiento” por las editoriales: Falcó y El asesinato de Sócrates. De ambos ya está todo dicho.
Continué con algunos de temática histórica porque siempre me descubren aspectos desconocidos u olvidados: La princesa viuda. Catalina de Aragón, El rey pequeño y El manuscrito de piedra.


Llegado el calor del verano me dedique a leer cosas más livianas, algunas interesantes, otras divertidas y la mayoría intrascendentes: La mujer del camarote 10, El editor indiscreto, El extraño caso de Tom Harvey, La pareja de al lado, Invitación a un asesinato, Tormenta de nieve y aroma de almendras.
Terminado el periodo de baños intento volver a cosas serias y he leído: De animales a dioses y Sapiens y en este momento estoy leyendo El cuento de la criada y tengo preparados para leer toda la obra del reciente premio Nobel y ¡por fin! 4 3 2 1 de Paul Auster.

P.D. No incluyo aquellos que nada más comenzar los olvidé por completo.

07 octubre 2017

Pero cómo nos gustan los fines de semana. Me diréis que tienen las mismas 48 horas que el lunes y el martes juntos, pero no. Son dos días especiales el sábado y el domingo porque nos dejan ocupar las horas con lo que más nos gusta: las letras, la lectura, el vuelo de la imaginación que salta página a página. Todos los minutos de estas 48 horas para escuchar la vida. (Gracias a Pilar Galindo)




Escuchando  la vida

El primer ruido de la vida es el grito de la mujer que expulsa al hijo de su vientre.  El segundo, el  llanto de la criatura.  Nacer entraña dolor.  

Muuua, muua…junto a las orejitas rosadas, muua, muua, en la barriguita tierna…Es el canturreo del amor, que trae  las primeras risas. El sonido de la felicidad.

Los rugidos del hambre: aúllan las tripas vacías de los que no tienen con qué llenarlas.
Si lo que no comen o vomitan, quienes  aman  la esbeltez por encima de la  cordura, fuera a parar a manos de los hambrientos reales, ¡qué banquetes se pegarían!

 Son tan educadas las voces de la sociedad: un besito volado en cada mejilla, unos buenos deseos que, por no serlo, siempre van acompañados de la palabra “sinceros”; unas sonrisas como rictus; unos golpecitos en la espalda, que no trasmiten calor…qué hipócrita, qué falso el bullicio social.

La cantinela de las plañideras, que lloran y gimen para escenificar el sufrimiento, no es autentico dolor.

El dolor que destroza el corazón, se guarda muy adentro. Las dentelladas de la tristeza quedan en los sótanos del alma. Al mundo se ofrece una afligida dignidad.  El ruido del dolor es el silencio.

Algo se ha quebrado… rodar de añicos, insultos que buscan herir, voces exigiendo la casa y las llaves del coche, mentiras gritadas para que parezcan verdades, llantos desgarrados, besos sin retorno,  crujido de camas  vacías…
Es el amor, que se ha roto. 

El mar y sus sones son la música de la vida. La que deseas, la que buscas cuando las cosas se ponen bordes. No hay nada, por grave que sea, que no alivie una caminata por la arena, unos pies descalzos que alcanzan las olas y ese susurro del mar que va y viene, llevándose tristezas, acarreando consuelos.

El viento, que hace chirriar todos los goznes, que desgaja ramas y  golpea rítmicamente las cosas contra el alma, es el ruido malo de la vida. Un rumor que asusta, que despierta las sombras del pasado y arranca murmullos a las almas  perdidas en la eternidad.

La vida debería terminar como termina un día cualquiera: un sol cansado de alumbrar que se marcha despacio a su cielo, mientras lo va pintando con  los colores que robó al arco iris. En silencio. En paz.
Así la muerte, como esa ola que se agota en la playa, que resbala hacía el vientre del mar, porque ya terminó su trabajo. Sin ruido. En silencio. En paz.

05 octubre 2017

Buenos días,
Esta semana han empezado las clases en los diferentes Bazares. Seguro que va a ser un curso lleno de lecturas interesantes y mucha creatividad.
Comparto con vosotros para empezar el relato que me ha mandado Milagros Márquez, del Bazar del Centro Cultural. Espero que os guste:


EL OLVIDO    
Amaneció gris la mañana, pero me daba igual. Estaba muy interesado en conocer la historia de aquella lápida. Además no tengo nada mejor que hacer, (beneficios de la jubilación).
Hace poco que vine a vivir a este pueblo tranquilo en las montañas de Asturias. Por las tardes salgo a dar largos paseos, entre prados de un verde tan intenso que parecen acuarelas,  las vacas pastando, guardan el equilibrio en las empinadas  laderas, las chimeneas de las casas, soltando al cielo el humo del hogar. Me gusta la naturaleza. No he sido nunca un urbanita al uso, solo ejercía de ello por necesidades del trabajo, pero al quedarme solo, la ciudad me asfixiaba, entonces decidí cumplir mi sueño. Y aquí estoy, con cuatro trastos y la mochila cargada de ilusión ante esta nueva vida.
Fue en uno de esos paseos, cuando, a lo lejos, llamaron mi atención, unos cipreses altos  que se ondulaban con la brisa, haciendo con sus ramas un siseo, que parecía reclamar mi presencia. Hacia allí encamine mis pasos, y mientras subía la colina apareció ante mis ojos un cementerio blanco. La luz del atardecer, al reflejarse en la piedra, le daba un aspecto singular, como una gran joya encerrada en un estuche verde. Rodeándolo había una bonita verja negra, limpia y brillante, como recién pintada.
Me adentré en uno de los paseos, que separaban las lápidas. El suelo era de hierba y parecía segada hacía poco, pues su olor aún perfumaba el aire. Había bancos de piedra que invitaban al descanso y a la meditación, todo era silencio y paz en aquel hermoso recinto.
Desde luego, pensé, en este pueblo cuidan bien a sus difuntos.
Paseaba disfrutando del atardecer, cuando sin darme cuenta, tropecé con un escalón que la hacía sobresalir entre las demás. Me quedé observándola, era más grande y estaba rodeada de una cadena. En uno de sus ángulos había una bola del mundo, con marcas en algunos países, al otro lado un banco a la sombra de un gran jazminero y en el centro la lápida. No había en ella ni nombre ni fecha alguna, solo una frase “NO ME OLVIDES” y a ambos lados, algunas estrofas de los mas bonitos poemas de amor que yo había leído nunca. Debajo solo una rosa, fresca, como recién cortada.
Me senté a descansar un momento, pensando en el mensaje: no me olvides. ¿Quien no tenia que olvidar a quién? ¿Se podía recordar en el más allá? ¿Le estaba pidiendo a su amor vivo que no lo olvidara o era al revés?
Volvía todas las tardes, con la esperanza de ver a alguien que me pudiera dar razón sobre el dueño de esa fosa, pero no tuve suerte.
Me quemaba la curiosidad. Una mañana al desayunar en el bar del pueblo, pensé que en estos sitios todo se habla, todo se comenta, allí me darían razón. Al preguntarle al camarero, me señaló a un joven que, sentado frente a la ventana, daba buena cuenta de unas suculentas tostadas.
Conversamos sobre el tema y quedamos en que ya me avisaría, pues la historia la entendería mejor sentado debajo del jazminero, con el silencio de telón de fondo y no mezclada con las conversaciones a voz en grito que tenían los clientes del bar.
Hoy es el día y aquí estoy contemplando esas letras negras, que son como un grito poderoso, sobresaliendo de todo lo demás.
Cuando llegó, me sonrió. Traía una rosa fresca en la mano, se sentó a mi lado y empezó a hablar.
"Fue un amor prohibido, un hombre viudo de mediana edad del pueblo y un joven que vino solo a hacer unos trabajos y aquí se quedó.
Nadie lo sospechó, fueron muy prudentes, sabían a lo que se exponían en aquella época. Se amaban de verdad y no querían que el otro sufriera el menosprecio de los vecinos.
El joven murió pronto y quiso que ese fuera su único epitafio. Su compañero venia todos los días con una rosa como esta. A veces yo también le acompañaba. Se pasaba horas esteras hablando solo, o al menos eso me parecía a mí, pero por la expresión de su rostro, era como si encontrara en su pensamiento, la otra mitad del diálogo.
Pasaron los años y nunca faltó la rosa. Hasta que un día desapareció. ¿Había olvidado el anciano? Sus recuerdos se fueron borrando sin que se diera cuenta, los estaba destruyendo la maldita enfermedad, que los iba tirando, poco a poco, por el sumidero de esa memoria dañada. Todos sus recuerdos, vivencias reales o fantasías que imaginaba sentado en este banco, todo desapareció de su cabeza. Se volvió un gran lienzo blanco, en el que volver a escribir la historia de otra vida. Pero eso no era posible. El tiempo se acabó.
Cuando falleció, la sociedad les concedió lo que les había negado tantos años, estar juntos.
A partir de ese día yo soy el que traigo la rosa. Me siento en el banco y le digo: Papa, te quiero, ya puedes descansar en paz."

27 septiembre 2017

"Soy fea. Soy gorda. Soy demasiado grande. No tendría otro modo de definirme. Si me lo preguntan, esas serían las primeras frases que vienen a mi mente. Lo que puedo asegurarle es que no soy una asesina. Soy fea, soy gorda, soy demasiado grande. Pero si se me concediesen unos instantes de sosiego, si pudiese resumir lo que ha sido mi vida tendría que matizar un poco."


Así empieza El baile de madame Kalalú de Juan Carlos Méndez Guédez, uno de los finalistas de esta edición del Premio Mandarache que, por supuesto, leeremos y comentaremos en este curso que empieza ¡ya!


Más información aquí: El baile de madame Kalalú



14 septiembre 2017

Buenos días,
Evidentemente esta publicación fue programada con antelación porque, como sabéis, hoy empieza el período de matriculación aquí en la Universidad Popular de Cartagena y no vamos a tener tiempo ni de respirar.
Menos mal que hace unos días nuestra amiga Pilar Galindo, del Bazar de Letras del Centro Cultural, nos envió un relato que nos recuerda lo mucho que nos gusta leer. Esperemos que lo disfrutéis.


Taller de Isabel 19-10-16 Accésit concurso Literaula 2017
Portada Botas de lluvia suecas.



Amanecer

La primera luz extingue la noche
La primera luz bosqueja
la silueta de un mundo dormido.
La primera luz trajo a Martina.


El hombre baja a la playa con la primera luz. Camina por el embarcadero hacia la claridad naciente, como si saliera al encuentro del día. Mira las olas que llegan hasta la orilla, la acarician y se marchan. No traen a nadie con ellas. Quizás mañana…

Es fotógrafo y le han encargado que capte el amanecer. La cámara gira en sus manos expertas, cambia de posición, sentado, tumbado, en pie. Quiere apresar muchas auroras, para que su jefe pueda escoger la más hermosa, la que pille desprevenido al día que balbucea. De pronto, una figura blanca se cuela en el objetivo de su cámara. La silueta se recorta contra un horizonte malva, Conforme avanza, se distingue un rostro de pómulos altos, ojos un poco separados de más, el pelo muy corto, del color de la paja, un resplandor azul bajo los párpados. El fotógrafo dispara su cámara sin cesar, persiguiendo todos los movimientos de esa visión que llegó con la primera luz.
Un golpe lo tumba boca abajo en la arena. La cámara rueda lejos, una bota implacable la machaca ante sus ojos. La voz amenazante grita  Qué haces, no tienes derecho…Vamos, Martina, vamos… Se incorpora dolorido, con la boca llena de arena. Un rayo de sol ilumina la soledad de la playa.

El hombre busca a Martina por las calles vacías del pueblo. Solo algunos paseantes madrugadores contestan a sus preguntas con extrañeza. No, nadie la ha visto.
El artista conserva en su retina el rostro de la mujer, pero teme a la corrosión del tiempo, al olvido. Su cámara murió, llevándose con ella la figura anhelada. Su trabajo le permite tener cada día ante su cámara bellas mujeres, que serán portada de revistas, icono de nuevos perfumes, modelos de la primavera. Al terminar su jornada, el fotógrafo inicia su búsqueda: ojos, pómulos, barbillas, labios… como los de Martina. Quiere reconstruirla para que sus rasgos no se borren jamás.

Han pasado años, las cartulinas se amontonan en su estudio. Pero no ha logrado rehacer a la mujer de blanco. Por eso decide volver al pueblito donde trató de capturar la aurora y la encontró a ella.
Tal vez esté allí…

Así que, todos los días baja a la playa con la primera luz. Camina por el embarcadero hacia la claridad naciente. Mira como las olas llegan hasta la orilla, la acarician y se marchan.
Hoy no traen a Martina con ellas.
Quizás mañana…








11 septiembre 2017

¡¡¡¡Buen lunes!!!!


Poco a poco vamos a ir reactivando este lugar de encuentro gracias a las Letras que nos unen. Empezamos con un hallazgo que nos ha hecho llegar nuestro amigo  Basi Jorquera. Si os gustan los microcuentos, los microrrelatos, los minicuentos, los hiperbreves... estamos seguros de que vais a disfrutar con las píldoras mágicas que podemos encontrar en:


http://trabalibros.com/microcuentos-literarios


¡Un microabrazo para todos!

24 abril 2017

Buenos días,
Seguimos compartiendo relatos premiados de nuestros alumnos del Bazar de Letras de la Universidad Popular. Sueño con la vela latina de Joaquín Campillo recibió el Tercer Premio en Prosa en la edición 2017 de las Justas Literarias de San Ginés de la Jara.


SUEÑO CON LA VELA LATINA

Ese lienzo triangular envergado a la percha, que la diosa Isis creó. Amor en fusión, algodón y madera. En comunión permanente con el mástil y la embarcación, participa del abrazo del viento, que hincha su seno y la arrastra hacia donde el timón impone.
Agua salobre que la acompaña, salpica minúsculas perlas y adorna con su espuma. El azul del cielo, con broches de algodón, completa la preciosa imagen que rodea a la musa, a la beldad, a la vela latina... Eres como pincelada blanca sobre mar añil, verde, o gris; que la luz su color dispone. Paloma que revolotea con encaje de bolillo a sus pies, en este Mediterráneo de las ancianas culturas. Hasta en ríos, como el Nilo, has danzado y no sé, no sé si alcanzaste sus fuentes; si la embarcación no necesitara tanta agua en su correr.

En mi memoria has quedado para siempre, desde mi corta edad, cuando la conciencia y mis ojos te vieron flamear en una pequeña embarcación. Desde el cantil del muelle, asido a la mano de mi abuelo, recibiendo la primera lección de mar. Ese hombre mayor, que no llegó a ser anciano, porque se lo llevó la borrasca de la enfermedad. Llenaba su ocio como marinero que pilota cuadriga de madera, con tela y viento. Sobre un mar sumiso, que parece rendir pleitesía a las embarcaciones que acarician su lomo, como el jinete al de su caballo. Cuando la dolencia lo dejó en tierra, los días de regata, buscaba el mejor lugar para seguirla desde muelles, balcones con vistas al mar, donde llenar sus retinas y colmar, en parte, su deseo de navegar.

El domingo, un pequeño y destartalado tranvía nos lleva hacia el barrio más antiguo de la anciana Mastia: El barrio de los pescadores, del vidrio, de la industria con sabor a plomo y galena, de las muflas, de las cerámicas; que fue Villa y Condado de Santa Lucía. Nos apeamos del lento vehículo junto a un simbólico monumento: El Pinacho, respiradero de encauzadas aguas, que un día animaron fuentes, hidrataron bocas; por un paseo, que carece, de las delicias que su nombre alude. Una escalonada calle nos lleva a un lugar, frente a la pescadería. Varaderos y muelles complementan el entorno. Las embarcaciones de pesca parecen reposar de su duro trabajo, pero mantener las artes no tiene hora ni fecha. El suelo está cubierto de redes, donde hombres descalzos, sentados sobre ellas, cicatrizan con hilo las heridas que las mallas albergan; las que raptan del mar sus plateados seres. Ahora, mi abuelo zarandea mi brazo y exclama: "Mira al muelle, están aparejando los botes, esos, los grandes, los de cuarenta y dos palmos; en esos he participado en las regatas."
Le brilla la mirada, tiembla la mano con la que coge la mía; la voz entrecortada, nervioso, me dice: "¡Vamos al faro de la Curra, antes de que salgan!"



En ese camino, lleno mis ojos de nuevas imágenes, y nacen preguntas: "Abuelo, ¿este canal de qué es?" "Es la desembocadura de una rambla; viene del barranco de Orfeo, donde vamos a comer la mona, ¿te acuerdas?".
Más adelante, hay una pequeña dársena, 'Puerto piojo', donde las embarcaciones parece que bailan; y los golpes del agua, sobre sus costados, las animan en su danza. Un carabinero, que vigila la zona, gira la cabeza para mirar a los que pasan. Gotas de sudor, por la frente me resbalan y empapan la gorra blanca que cubre mi cabeza; vamos deprisa, camino del rompeolas a saciarnos la sed de vela y mar. Mi curiosidad infantil hace que, una vez más, afloren las preguntas: "Abuelo, ¿qué es aquello? Parecen esqueletos de barcos."
"Sí, es el astillero de los maestros Pinto y Cascales, donde carpinteros, calafates y otros artesanos construyen barcos de madera; para recreo, para pescar tesoros del mar que sacian nuestros estómagos, para transportar, en sus vientres, lo que en otros sitios reclaman."
Aquí, me inunda una gama de olores: El de la madera que sangra; la brea que la cubre; el fatídico humo de la fundición cercana, que me irrita la garganta; y el salobre del mar que acompaña a la brisa. Próximas a la atarazana, unas barracas comparten la playa, con arena que no es arena, sino excrementos de hornos, salidos de sus panzas. Arenas negras como noches viudas de luna; flores del vertedero de la factoría cercana. Unos bañistas, en las casetas de madera, cambian sus ropas por una prenda para el agua; allí refrescan su cuerpo, desconocen el riesgo de la hazaña.
Otra imagen sobresalta mi atención. Unos hombres, que salen de la fábrica, empujan unas pesadas carretillas sobre una vía. El torso desnudo, la piel tiznada y unos lingotes, que me dicen son de plomo, conforman su carga. Nos paramos a mirar, las vías cruzan la carretera, y un tren de sangre circula hasta llegar al embarcadero. "Es el muelle del plomo", mi abuelo manifiesta. "¿Y por qué algunos tumban la vagoneta?", digo. "Para ceder el paso a los que van cargados", me contesta.
A mí, me parecen esclavos de faraónica película, solo falta el látigo, fustigador de espaldas. Hombres, como velas cautivas, que impulsan una nave negra, que destilan pena y sudor... Solo con el consuelo, al dejar su carga, de mirar al mar. Y tomar el respiro de regreso, en vacío, a su Averno, donde funden el mineral que otros sacaron de las entrañas de la tierra, con parecido sufrimiento.

En nuestro camino, la brisa húmeda nos va envolviendo, parece que sabe de nuestros sudores y nos refresca. Un poco más adelante, me dice mi abuelo: "Aquí hubo un balneario, San Pedro del Mar, donde la gente con posibles, se holgaban en verano, se divertían y tomaban los baños, que debían ser reglados en número y tiempo; eso decían. Nosotros no seguíamos norma alguna, nos bañábamos, en el mar, siempre que podíamos."
Por el espigón de La Curra, aceleramos el paso, miramos hacía la dársena y vemos que los botes se van ordenando. Todos preparados porque, en breve, silbará el vapor, darán la salida. Y llegamos a la base del faro, nuestra meta, nuestro mirador privilegiado. Ya vienen las embarcaciones, buscan con su proa el favorecedor viento. Mi abuelo se ilusiona, se llena de alegría, cuando ve a su favorito, en el que un día navegó, y me dice: "¡Mira nene, el Joven Vicenta, qué porte tiene, cómo navega!"
Ya salen los botes por la bocana. Los faros, vigilantes, saludan erguidos, estáticos, a la legión que pasa. Y mi ensueño vuela como una gaviota, me enredo en sus mástiles, en sus cubiertas me siento, con la tripulación me enrolo y me implico en su briega. Esas velas latinas, como cuchillos, cortan el viento, desde el Namnatius portus hacia la isla Scombraria; mar afuera, a todo trapo.
El rompeolas, castigado de mar y sol, las ve pasar. Envidia tiene de su movilidad, de su libertad, de su alma blanca. Los patrones cantan las órdenes, sienten la tensión, la fuerza, el control de algo superior a través del timón. Hombres que mantienen con firmeza esas velas, a veces desbocadas, agitadas; y otras, como esta, preñadas de aire. Carros de Neptuno tirados por hipocampos, que se baten en un circo de mar...

Tengo sueños para donar, sueños de Cartagena, que un día fueron realidad. ¡¿Quién quiere un sueño?! Lo quiero regalar. Sueño con la vela, la vela latina y el mar.

16/03/2017
Joaquín Campillo Villa

Justas Literarias de San Ginés de la Jara Cartagena 2017. Tercer premio en Prosa.