28 febrero 2020

Ya llega el fin de semana y con demasiado buen tiempo para despedir Febrero. En fin, aprovecharemos para pasear al sol y leer a la sombra. Aquí os dejamos el relato con el que M. Dolores Hernández, del Bazar del Centro Cultural Turno de Tarde, participó en el Certamen de las Jornadas Carmen Conde de la Asociación de Mujeres Amanecer de Barrio Peral.


Réquiem por el Mar Menor

He sido biznieta de pescadores y nieta de un buen pescador, sin embargo, mi padre no siguió los pasos de mi abuelo. Nosotros vivimos en el centro de Cartagena, mientras mis abuelos lo siguen haciendo en el pueblecito que hay en la playa de Los Alcázares. Sus aguas eran de un intenso azul y otras veces se tornaban de verde esmeralda, también eran apreciadas por su transparente fondo y por su temperatura cálida, beneficiosas para determinados problemas de salud.



Allí, el pueblo estaba tan cerca del mar, que, al amparo de la callada luna bajo su dorado palio, los viejos y jóvenes pescadores, faenaban entre noches cuajados de guiños que hacían las estrellas, junto a la brisa que soplaba de levante.

Pero otras noches tenían que aguantar el temporal, porque el cielo bramaba de cólera, abría sus venas resplandecientes precipitándose en los brazos de nuestra maternal tierra, oyéndose los horrísonos jirones de la tormenta que alardeaba de su fuerza.

Bajo la mórbida luz de las lámparas, los pescadores resistían los embates de la marea, mientras el mar regalaba los frutos de su vientre, llenando las arcanas redes de las barcas repletas de toda clase de peces, colmando así sus ansias de pesca. Al extinguirse la noche volvían estimulando la vela para desandar el camino, hasta varar las barcas en la arena de la playa, de esa laguna que brillaba como un diamante bajo un apocalipsis del sol al atardecer, esas aguas eran el sustento y ganancias de muchas familias que residían allí. 

Mi abuelo era uno de ellos, ahora es muy viejecito, pero es mi viejete preferido, yo lo quiero mucho y siento tristeza cuando cojo sus manos encallecidas, ásperas del salitre, que me transmiten la rudeza de tantos años faenando. Ahora ese mar ya no es azul, está enfermo, las aguas marrones, sucias, no hay oxígeno, los peces agonizan, se mueren. Mi abuelo ya no es el que era, porque su vida se debate en un mundo sin memoria. ¡Mejor! nunca sabrá que las aguas de su laguna, perversos depredadores humanos las volvieron estériles.




Mª Dolores Hernández Martínez

24 febrero 2020

¡Buen lunes soleado! El pasado jueves celebramos el Certamen de las Jornadas Carmen Conde en Barrio Peral. Nuestras amigas de la Asociación de Mujeres Amanecer nos acogieron un año más y disfrutamos escuchando sus relatos. Carmen Mengual e Isabel Moreno recibieron un accésit cada una  y la ganadora del Primer Premio fue Milagros Márquez, que ha querido compartir con nosotras su Nostalgia:


 NOSTALGIA

¡Tan cerca estamos del mar y de ti
 callada luna!

Es de nuevo verano. Hacía años que no volvía a esa casa en la que había sido tan feliz. Pero quise hacerlo, lo necesitaba. Tenía que ser en noche de luna llena. Me invade la nostalgia, todo me lo recuerda, pero esta noche mirando la luna le pediré que me devuelva la paz que se llevó con él.

Era nuestro ritual en esas noches sin viento, luminosas, en las que los grillos se quedan afónicos y las plantas levantan sus hojas para recibir el frescor que la ausencia del sol les proporciona.

Noches claras de julio. Tumbados en la arena veíamos difuminarse los colores hasta llegar a alcanzar todas las tonalidades del gris. Gris del mar, gris de la arena, gris del cielo, nunca iguales. Si fuera pintora sabría expresarlo mejor pero no sé ir más allá de ese color que nos unía en un deseo: ver salir ese disco amarillo, distante y frío. Se anunciaba con su brillo sobre un mar al que acariciaba al seguir su camino por el cielo.

Con las manos cogidas esperábamos su llegada que nos bañaba de luz. En esos momentos todo quedaba en calma, hasta los grillos cesaban su canto.

El espectáculo era maravilloso. Con un nudo en la garganta nos dábamos cuenta de lo insignificantes que éramos ante ese poder mágico que tienen las noches de luna llena. Nos imaginábamos su cara redonda mirándonos, ese rostro tallado por las rocas que la han golpeado desde el principio de los tiempos. Permanecía impasible ante la pasión que despertaba en nosotros.

Los hombres antiguos hicieron de ella su diosa, Selene. Para nosotros era la diosa del Amor, de esas noches de entrega en la que se fundían hasta nuestras almas.

Todo eso pasó, pero lo que no desaparecerá nunca es el poder de esa belleza deslizándose sobre el Mar Menor como si fuera otro faro.

Aquella noche bajé a la playa, sola, como ella. Necesitaba consuelo y esperaba encontrarlo allí. Sentía que esa noche tu espíritu vendría a fundirse con el mío como tantas veces, pero unas nubes negras lo impidieron.

Tan cerca estoy del mar, de la callada, señorial y oculta luna, y tan lejos de ti.


17 febrero 2020

Buen lunes,
Un año más se han desarrollado diferentes actividades dentro del programa "Aquí sólo queremos ser humanos". En la primera planta del Centro Cultural hemos tenido la oportunidad de visitar la exposición de fotografías Campos, Muros y Encrucijadas de José Palazón (Asociación PRODEIN) y Paloma Camuñas  (Asociación Amigos de Ritsona). Y los asistentes al Bazar del Centro Cultural (turnos de mañana y tarde) han sacado el relato de estas fotos que arañan. Nuestra amiga Geli Sánchez García ha querido compartir el suyo con todos nosotros:


LA FRESCURA DE LA NIÑEZ EN MOMENTOS DIFÍCILES


El campo de refugiados Dagirtî es un campamento “súper”. Súper pequeño, súper poblado, súper vallado, súper vigilado, súper mísero. Súper. 
Uno de tantos por los que él ha pasado en los últimos años.
Es el final del día y ha encontrado un momento de solaz -quién lo diría en un lugar cómo aquel-, para fumarse un cigarrillo. Al fondo del campo, detrás de las últimas tiendas hay una trinchera poco profunda, como una herida larga y abierta en el terreno, próxima a las alambradas. Ahí, sobre un cúmulo de tierra y piedras, alguna raíz y algún que otro insecto, se ha encendido un cigarro, uno de esos que tan a la ligera ha repartido últimamente, quedándole en la cajetilla el último.
Su trabajo en el campo ha terminado. El encargo está listo para que mañana, tras un no muy largo viaje en avión, lo entregue en la empresa para la que trabaja.
Está satisfecho con las fotos que ha realizado, fotos que revelan la dureza del día a día por sobrevivir, el sufrimiento, la miseria, la enfermedad, el dolor e incluso la muerte, pero… Pero está cansado de ver tanto calvario.
Ha desvelado el alma de muchas de esas personas en sus fotos, la joven madre que pierde su bebé, el viejo enfermo de tuberculosis, el hombre amputado, el niño desnutrido, el muchacho que salta la valla…
También ha hecho fotos generales del campo, del personal sanitario, de las tiendas, de la bomba de agua, del montón de basura…
Cierra los ojos. Se recrea en esa calada que llena sus pulmones de aire nocivo -lleva tiempo pensando en dejarlo-  no obstante, en momentos como este, se alegra de no haberlo hecho.
El ruido de un niño correteando le hace abrir de nuevo los ojos. Un niño que ha burlado el control de su familia, en este caso el de su joven madre llegada apenas seis meses atrás, el de sus abuelos cansados y envejecidos, y el de su padre, convaleciente tras un intento de fuga.
Tal vez el niño no lo ha visto. Tal vez le da igual. Tal vez se siente confiado porque ha visto al extranjero deambular por el campamento un día sí y otro también.
Viste únicamente un pantalón de camuflaje y unas botas. Su pelo rizado, demasiado largo, le cae por la espalda. Corretea feliz en círculos, solo le falta abrir los brazos y planear. Pero no. Se detiene y lanza el objeto que lleva en la mano al aire. Lo repite varias veces y en cada ocasión se puede oír su risa fresca y alegre.
Quien lo observa siempre lleva su cámara a mano.
Un niño jugando queda inmortalizado con el zoom del objetivo. Tras él un aglomerado de endebles y coloridas tiendas de campaña. En el aire el símbolo de otra sociedad: una muñeca Barbie sin ningún glamour.

FIN  

10 febrero 2020

Buenos días, amigos. Con estas temperaturas parece que haya pasado una centuria desde Navidad... pero no hace tanto estábamos disfrutando con los Amigos Modernistas de nuestra ciudad en el Mr. Witt, al que tanto vamos a echar de menos. Marian Cifuentes, del Bazar del Centro Cultural Turno de Tarde, ha querido compartir con nosotros el relato que leyó fuera de concurso aquella mágica noche. ¡Seguro que os emociona tanto como a nosotras!


NOCHE DE INVIERNO

La Navidad convoca con insistencia.
La iluminación de las calles…
los fastuosos escaparates,
invitan a la compra, al capricho.

En estos días se interrumpe
la monotonía del año.

Nos lanzamos a la calle,
los adornos nos confunden y envuelven.
Sin horas de reloj afanamos estos días,
como si fueran los últimos de nuestra vida.

Pero el camino continúa,
la realidad vuelve, 
nos aguarda la rutina
y la repetición de nuestros actos.

Sin fantasía acogeremos el presente,
el día a día sin cargas que frenen
en el camino ya trazado.

Porque existe la felicidad
en el encuentro con uno mismo, 
con los demás, 
escuchando, compartiendo.

Es bien entrada la noche 
y mi pluma recoge 
prontamente mis pensamientos. 
Aunque me vence el sueño. 

Me incorporo y levanto la vista de la inmaculada cuartilla. 
Miro por la ventana, 
la calle está solitaria, hace frío. 
Observo el vaivén de ramas 
de árboles cercanos 
que mueve el viento.

También me parece ver más allá 
algo que se mueve, ¿es un hombre?
Y te veo… 
más al colchón que a ti.

Tu cuerpo escuálido tiembla 
bajo el frío, 
de una noche intransitable.



Llevas sobre tus hombros 
un gran colchón 
que te hace tambalear.
También sujetas, 
¡no sé cómo! una gran bolsa con barras de pan.

Observo tus pasos inciertos
que apenas controlan 
el equilibrio, 
del peso en tu espalda.

Hiere esa imagen.
Me deja un silencio amargo 
y muchos porqués…

Todavía seguías erguido cuando doblaste la esquina, 
pero nunca sabré, si llegaste al lugar que pretendías 
o caerías de bruces bajo el colchón 
o sobre el empedrado de la calle,
cubierto de un otoño apresurado 
de hojas caídas de ramas 
rendidas como tú.

¿De qué rama familiar se desgajó tu vida?
¿qué fin tenía tu esfuerzo?
¿acogería el colchón a niños indefensos y necesitados de calor?
¿o quizás sería tu nido escondido 
recogedor de miserias vividas?

Puede que ocultes en él
al ser humano que fuiste 
antes de convertirte 
en un interrogante.

Adolescente o adulto 
en una noche de invierno… 
si me escucharas, te diría: 

¡Endereza tu cuerpo¡ 
¡mira la noche¡
Las estrellas que ves…
otros ojos mirarán 
pensando en ti.

Lo mejor de tu vida 
estará en tus recuerdos.
¡Vuelve a ellos, 
allí estará alguien 
esperando tu vuelta 
siempre sin desfallecer!

La Navidad
es propicia para el encuentro. 
Brazos extendidos 
hablarán sin palabras. 
Te abrazarán y sentirás lágrimas emocionadas 
que confortan. 

¡Entonces… libérate¡ 
¡Habla¡ 
¡Comparte tus angustias¡
Porque las palabras 
salidas del alma 
es el todo compartido, 

Más que un largo abrazo,
más que el beso apasionado 
en un instante de infinito placer.


Marian Cifuentes Ballester 14/12/2019

06 febrero 2020

Esta semana en los talleres del Bazar de Letras hemos creado relatos y reflexiones tomando como inspiración el título de la segunda novela de Miguel Delibes, Aún es de día, y tras leer un fragmento. Nuestra amiga Paqui Reñasco Trías ha querido compartir con nosotras estas líneas:


Contra tanto agorero apocalíptico,
que no nos roben la esperanza.
Que el miedo que beneficia a algunos 
no nos paralice a la mayoría.
Sana tu mente
Piensa que es sólo un cambio,
sólo una metamorfosis mundial.
Aún es de día sobre nosotros.



03 febrero 2020

Buen lunes primaveral aunque sea en febrero. Hoy queremos compartir con vosotros una dulzura de poema que nuestra amiga Inmaculada Villalain Arnaiz, del Bazar de Letras de Barrio Peral, creó para sus alumnos del cole. ¡Vivan las maestras con corazón!


El Tiranosaurio Rex

El Tiranosaurio Rex
está enfadado
pues un diente 
se ha mellado.
Cuando iba a cazar
con un tronco
se ha topado.
¡Qué torpeza!
¡Qué dolor!
Pero la culpa
la he tenido yo.
Su rugido es tan enorme
que los demás dinos se esconden
quietos, silenciosos y agazapados,
hasta que a ese gigante
se le pase el enfado.