11 febrero 2021

 ¡Hola, amigos del Bazar! Aquí seguimos, alrededor de la hoguera de las Letras que nos calienta las manos y el ansia de seguir aprendiendo, que nos da energía para vivir estos tiempos extraños refugiados en la Literatura. La creatividad de los Bazares continúa a pesar de la distancia física, no hay nada que un buen relato no pueda compensar. Hoy comparten sus narraciones con nosotras Inmaculada Villalain (Bazar de Barrio Peral), Mª Carmen Meroño (Bazar de La Palma), Esther Valera (Bazar del Centro Cultural Mañanas),  Mª Estebana Martínez (Bazar del Centro Cultural Tardes) y Teresa Canalejo (Bazar de los Jueves) Seguro que os gustan tanto como a nosotras y os hacen viajar.



Perro callejero ( Kaleko Txakurra) de Inmaculada Villalain.

Soy un perro callejero. Mi madre parió una camada de tres cachorros de los que sobreviví yo, el más fuerte. Me crió en un solar próximo a ser edificado en Deusto. Tuvo tiempo suficiente para enseñarme cómo sobrevivir sin depender de ella antes de ser atropellada por un coche.
Deusto es un barrio muy conocido de Bilbao situado en la margen derecha del río Nervión. Su universidad tiene bastante prestigio y esto atrae a muchos estudiantes que hacen que este barrio tenga mucho ambiente juvenil.

Me gusta mi vida porque gozo de mucha libertad, yo soy el dueño de mí mismo, aunque a veces es dura. Cuando me despierto al amanecer decido si me pateo el barrio o hago una incursión por otras zonas de esta ciudad. Hoy el cuerpo me anima a encaminarme hacia el Casco Viejo que es el corazón de la villa. Ya me he puesto en marcha, empiezo a andar por el puente de Deusto que como es basculante, se abre por el medio para que pasen los barcos, se mueve un poco con el abundante tráfico que tiene.
Cuando era cachorro me daba miedo cruzarle por la pequeña vibración que se produce, hasta que me acostumbré a ella.

Ya estoy en la margen izquierda de la ría y ahí está el Guggenheim, un museo de arte contemporáneo que es muy llamativo por sus formas curvas y retorcidas y por sus planchas de titanio que varían de color según la luminosidad del día. Es muy llamativo. Me dirijo hacia allí, pero yo voy derecho al perro gigante lleno de flores que han puesto delante del museo. Me paro, doy un par de vueltas alrededor de él, olisqueo las flores y por supuesto las riego. He oído decir que el perro se llama Puppy y que tiene el
honor de ser el perro más grande del mundo con doce metros de altura. Pero lo mejor es la caseta que le han hecho detrás jeje. Esto es una bilbainada de aquí.

Ahora más vacío y ligero me dirijo a la parte de atrás del Guggenheim y paso por debajo de una araña gigante que la hizo un francés, un tal Bourgeois, en recuerdo de su madre a la que quería mucho y cuyo trabajo había sido el de tejedora. No me quiero ni imaginar como sería la vaca si su madre hubiera sido lechera.

Dejo atrás a los turistas y sigo andando por la orilla de la ría. Quiero ir al Campo de Volantín, pero para llegar tengo que volver a cruzarla y lo hago por el puente de Calatrava. Cuando camino por él siempre pienso lo mismo, que cómo se le ocurrió al que lo hizo poner una pasarela acristalada en Bilbao que no llueve casi nunca y tampoco hay humedad. Anda que no he visto aquí darse unos buenos mamporros a los que andan a dos patas. Yo que tengo cuatro camino con cuidado no vaya a ser que acabe bebiendo agua de la ría.

El Campo de Volantín me gusta mucho por dos razones: la primera, porque es un paseo flanqueado por árboles muy altos en los cuales ya he dejado mi impronta y segundo porque me encuentro con muchos colegas paseando con sus dueños. Me dan un poco de pena porque no pueden correr libremente como yo, siempre atados a sus correas y unidos a sus amos, pero me imagino que tiene que tener sus beneficios porque siempre se les ve contentos. Nos olisqueamos, movemos nuestras colas, nos ladramos...

Concluida la ceremonia continuo mi camino que me lleva hasta el Ayuntamiento, en cuya plaza se celebran los acontecimientos más importantes de la ciudad. Desde hace unos meses se manifiestan los
jubilados pidiendo ser escuchados y que se cumplan sus peticiones. Me encanta cuando coincido con ellos porque ya me conocen. Me acarician y me saludan por mi nombre, porque tengo nombre. Me llamo Txomin. Me lo puso el abuelo al que tengo especial cariño. Cuando me ve, me llama y
me da galletas riquísimas en forma de hueso que saca de su bolsillo. Se ve que tiene un perro en casa.

Me quedo un rato con ellos y después continuo mi paseo hasta la Plaza del Arenal que se encuentra muy cerca. En ella hay un kiosko de música en el que la banda municipal da de vez en cuando conciertos que yo me quedo escuchando, porque también a los animales nos gusta la música.

Por fin llego al Casco Viejo. Este es el corazón de Bilbao, en donde se encuentran las Siete Calles. Estas calles representan el espíritu de la villa. Tienen muchas tiendas y tabernas tradicionales con unos pintxos que huelen que alimentan y que proporcionan ricos desperdicios. Es una zona muy típica y con muchísimo ambiente. Deambulo distraídamente por ellas hasta llegar a la Plaza Nueva en busca de un amigo al que hace unos meses sus dueños han abandonado. El muy iluso sigue esperando su regreso y
anda con el rabo entre las piernas, triste y cabizbajo por la zona en la que le dejaron. La plaza es totalmente cuadrada y llena de pórticos, en los cuales los días de fiesta los hombres intercambian cromos, sellos, monedas... También está llena de buenas tabernas que siempre están muy concurridas.

A mi amigo les estoy enseñando como sobrevivir igual que hizo mi madre conmigo. Nos damos una vuelta por las Siete Calles y buscamos algo que comer entre las basuras, que de algo debe de servir tanto pintxo en los bares. Una vez con la panza llena nos sentamos en cualquier soportal y viendo a la gente pasar nos hacemos compañía mientras echamos la siesta. Luego seguimos dando vueltas entre calles hasta que oscurece.

Cuando las luces se encienden nos dirigimos hacia el Mercado de la Ribera, que es famoso porque en él se venden productos de alimentación de primera calidad típicos de esta tierra y de los caseríos de la zona. Rebuscando entre su basura siempre encontramos algo que nos guste para cenar. ¡Qué bien se come en Bilbao!

Bien entrada la noche ya es la hora de irse a dormir. Sé el sitio perfecto para ello. Caminando pasamos por delante del Teatro Arriaga, que ha sido reformado varias veces y que es un edificio con una fachada
impresionante. El interior debe de ser también igual de hermoso, claro está que yo no lo he visto, pero oigo los comentarios de las personas cuando salen de él. Cruzamos el último puente de hoy, el puente del Arenal para otra vez en la margen izquierda de la ría llegar a la estación del ferrocarril, la Estación del Norte. Este lugar se caracteriza porque en su interior tiene una vidriera espectacular, incluso para mis ojos perrunos. Allí buscamos un lugar escondido para sentirnos seguros y protegidos tanto de
la gente como de las inclemencias del tiempo. Nos tumbamos juntos y dándonos calor nos quedamos dormidos.

Tengo que animar a este amigo que lo está pasando tan mal, sigue apegado al recuerdo de su dueño, pobrecillo. Mañana le voy a sacar de las Siete Calles aunque le cueste un esfuerzo y le iré descubriendo otras partes de esta bonita villa. Pero eso será otro día.








Temblores, de M. Carmen Meroño

Y Granada temblaba. Y temblaba como las hojas de los naranjos de los patios de La Alhambra. Y los leones balbucientes miraban en derredor sin mover sus fauces por miedo a impresionar a aquellas gentes que huían despavoridas, temblando, porque no era el miedo lo que les hacía temblar.

¡Ay, Granada! ¿Qué buscaban los árabes en tus entrañas que tan rotas las dejaron, que ni siquiera los siglos lo supieron componer?

¿Quizás fue el corazón? ¿Quedó tu corazón roto para siempre?

No, no pudo ser. Aquellos hombres quizá dejaron corazones que temblaron para descargar sus fatigas, fatigas de amores, de guerras, de hambre, de penas, de dejar tanta belleza a sus espaldas y de no poder mirar atrás.

Hoy, en el siglo XXI, me preguntó ¿por qué tiembla Granada?

Pues quizás tiemble de pena por haber dejado atrás la sabiduría del que hacía las acequias, del que de las fuentes de piedra hacía brotar el agua cantarina cual piar de pájaros, del que en las almenas oteaba horizontes de cielos azules y cumbres nevadas, del que los velos de la amada volaban a su alrededor como palomas blancas...

Pero la pena se cura. Si no fuese así, qué tierra no temblara.

El Albaicín hoy la hace temblar al ritmo de sus palmas por bulerías, el Darro y su vega cautivan el alma. Sus barrios, sus iglesias, sus aljibes, sus peinetas y mantillas, sus palillos, su mejorana y ese vino que sabe a gloria. 

Hoy si Graná tiembla es por pura cortesía. No quiere perder esa gracia y poderío y eso sólo se consigue con un buen traje de volantes, un clavel en el pelo y al ritmo de un buen zapateao que haga temblar Graná y lo demás, tonterías.

¡Que Graná es mucha Graná!







Mi pueblo acaricia mi nombre, de Esther Valera

Él deseaba una pequeña ciudad para su nuevo destino, quería encontrar el lugar que le invitara a quedarse mucho tiempo...

Este profesor tenía que seguir esperando: Había llegado a un pueblo. Este era blanco, verde, de horizonte ondulado, aire límpido y rio cantarín. Lejos de malhumorarse y lamentarse, de suplantar su cerebro con las redes sociales e internet, pidió a sus alumnos que le enseñaran todo el pueblo y su entorno. Rieron: 

-Pero si no tiene  nada, ¿qué te vamos a enseñar?
-Cuando vivo en un sitio me gusta conocer dónde estoy.

Hubo voluntarios y durante una semana, por las tardes, fueron recorriendo todas las calles, rincones y parajes. Acabado el itinerario de reconocimiento, estudiado y meditado, resolvió que lo pequeño y recóndito, tenían también algunas posibilidades.
  
Otro día les preguntó: ¿Qué cosas comunitarias os gustaría tener, cambiar o conseguir? Quiero propuestas realistas, concretas y que lleven implícito vuestro compromiso de colaboración y dedicación.

No pasaron muchas jornadas cuando al profe le sorprendió que sus chicos dispusieran de tantas neuronas libres (libres de sus móviles) y tan fructíferas. Fueron llegando los proyectos y juntos concretaron los que eran más factibles.

Se hicieron peticiones, sugerencias, reuniones con el Ayuntamiento, sensibilización ciudadana...Todo fue madurando. Aprendiendo a esperar y gestionar, se fueron sumando las personas comprometidas, las fuerzas, las nuevas causas, las aportaciones y subvenciones y, sobre todo, la convicción de que se harían realidad.
 
Así se consiguieron una biblioteca, un cinefórum, un parque, un lugar apropiado para el botellón, una red escolar de solidaridad, jornadas de integración, aula de naturaleza, árboles en algunas calles, pinturas murales y hasta una pequeña emisora de radio a tiempo parcial.

Los jóvenes se sentían protagonistas y actores, pues ponían las ideas y cuidaban como propio, pues lo era, todo lo conseguido y sus nombres aparecían escritos como colaboradores necesarios.
El profesor convivió con ellos largo tiempo, quiso hacer el seguimiento y monitorización de todo lo realizado.

Cuando se marchó, el pueblo siguió siendo blanco, verde, de horizonte ondulado y aire límpido....No se construyó nada llamativo para atraer turistas, pero a la par del río, sonaba una musicalidad nueva y callada, joven e ilusionante, llena de paz y educada convivencia.

Daba gusto pasear por él....








Mi pueblo, Cartagena, de Mª Estebana Martínez

Aquí nací, crecí, me casé, tuve a mis hijos y engordé. Esta es una parte de la historia de mi ciudad, pero tiene otras.

Como es una ciudad trimilenaria, figurarse con tanto tiempo las cosas y las gentes que han pasado por aquí. Eran alquilados, porque no se quedaron para siempre, celtas, íberos, musulmanes, judíos (estos sí se quedaron porque salen en las procesiones; aquí los soldados romanos de las procesiones son judíos y, si no os lo creéis, preguntadle a cualquier cartagenero).

Vuelvo a la historia. Aquí ha habido de todo: guerras, motines y hasta un Cantón. También cosas buenas, mi historia es un ejemplo.

No puedo hacer más largo el trabajo que ha mandado Isabel porque no es lo mío. Sí diré para acabar que, en el mapa de España, Cartagena es el centro y el resto, la periferia.








Evocación, de Teresa Canalejo

Los sillares de las fachadas, la humedad que los cubre nada más desaparece el sol. Los rincones cubiertos de verde musgo. Los bares pequeños con olores profundos donde cenamos caldo gallego acompañado del Ribeiro en copa de loza blanca.

Los portones de madera robusta, oscura y tallada con maestría por manos anónimas, testigos durante décadas de tantas historias ya perdidas. Las farolas de hierro forjado que albergan tenues bombillas amarillentas como estrellas polares que orientan a los rezagados y nocturnos transeúntes. Calles que rodean a la imponente catedral llenas de peregrinos durante las horas diurnas. Las canciones de la tuna que suenan a lo lejos. 

Es una ciudad que late, que parece tener vida propia, personalidad oculta, reglas antiguas. Quizá Santiago de Compostela no sea del todo así, quizá sea como a mí me gusta recordarla, como una enigmática belleza gótica.