26 diciembre 2017

Como sabéis, una de nuestras actividades favoritas durante los días de descanso es leer, leer y leer para disfrutar de las horas que normalmente nos ocupan la rutina y la obligación (esas malvadas). Y, afortunadamente, nuestros amigos del Bazar del Centro Cultural nos envían sus relatos para que no nos falte qué leer. Ahí va hoy el que Marian Cifuentes presentó al IX Certamen Alzabara. ¡Una pena que no fuera premiado!

El reto, solamente una vez

El escritor no siempre acude a la fantasía, todo está en nuestro alrededor, sólo necesita dejarse encontrar por los acontecimientos diarios, siempre que observe, mire y escuche, pues la realidad es rica en historias, superando la fantasía, como el suceso que voy a contar.
Nos conocíamos desde que éramos jóvenes, pertenecíamos a un grupo del instituto que por suerte continuó fielmente la amistad aunque nuestras vidas tomaran rumbos radicalmente diferentes. Mi amiga destacaba entre todas, su vida era equilibrada, coherente con las exigencias de la época. A veces solo era un jarrón decorando la escena. Otras –dejando fluir sus ideas- era la protagonista de lo vivido.
Sorprendían sus deseos de aprender, su avidez por lo bello. La realidad de la vida la conmovía y no le pasaba desapercibida.
Años después nos encontramos, estaba cambiada, la sentía ausente, no vivía el presente, lo cotidiano le suponía un gran esfuerzo.
Había dado a luz unas semanas antes, fue traumático. Sus pechos rebosantes de leche no alimentarían a su bebé. El vacío que el hijo le dejó en su vientre envolvía también su mente, todo era confusión.
En esos días pretendía hacer un viaje, su instinto la obligó a confiar en quienes podían reconducir su vida, iría sola ¡ella que no había ido más allá de las palmeras que rodeaban su pueblo! Cogería un tren que la llevaría a la estación de Alcázar de San Juan. Allí haría trasbordo con otro que la llevaría finalmente a su destino en otra costa, de mar a mar, espectador y siempre protagonista. Sí, ella compartía su vida con él y el mar.
No puso inconveniente a que la acompañara a la estación, ella con inseguridad, yo preocupado y ambos con interrogantes. Con mirada triste se despidió tras el cristal, yo mantuve mi buen humor levantando los brazos hasta que el tren se perdió tras dar la curva.
La historia que sigue, la oí de sus labios. Llegando a Alcázar, se dirigió lentamente a la sala de espera que se encontraba llena, los viajeros se comunicaban unos con otros, se sintió profundamente sola. Al poco, una voz anunciaba a los pasajeros la llegada del tren, esto la hizo reaccionar, fuera, su aliento se hacía visible, el frío era intenso. Sentada ya en el vagón, cerró los ojos por un instante, pensó que lo había conseguido. Faltaban pocas horas para terminar el viaje. El estruendo de las estaciones y la incertidumbre de coger el tren adecuado, ya no la perseguirían.
Un joven se sentó a su lado, le habló, era amable, le envolvió su voz, estaba complacida, relajada. Le hubiera contado su vida a aquél extraño que le prestaba atención. ¡Qué fácil hacerse con la voluntad de una persona emocionalmente débil!
Solamente una vez, sólo aquella noche, sencillamente necesitaba aceptar el consuelo de un extraño.
Faltaba poco para llegar. De improviso percibió que había una persona de pie frente a ella, levantó la vista, él estaba allí, en alguna parada se montó, buscándola en los vagones, el padre del hijo que ella apenas pudo acoger en sus brazos. ¡Su marido! Ilusionante, enamorado como siempre, estaba sonriente, todo él expresaba alegría, con los brazos abiertos se refugió en su cuerpo que desde hacía tiempo no veía. Fueron momentos que llenaron  de esperanza sus vidas.
Esto era real, no había duda, estaba invadida por el gozo, el sentirse débil ante la oscura soledad de la noche, no.
¡Por fin se encontraron, estaban unidos como siempre ante cualquier obstáculo que les deparase la vida!



20 diciembre 2017

Bueno, bueno, bueno...estamos que nos salimos. Aquí va otro relato genial, esta vez de la mano de Basi Jorquera del Bazar del Centro Cultural. Y también es uno de esos relatos que participaron en el IX Certamen Alzabara. Seguro que os encanta:

ODA A LA VIDA
Solamente una vez cerré los ojos definitivamente y esto es lo que me perdí ese día y los posteriores:  un amanecer que inunda el cielo de un rojizo vivo y dinámico que va tornando a un anaranjado conforme clarea el día, y un trinar de pájaros al despuntar la mañana que te hacen encarar ese momento y los que se avecinan con un ánimo recobrado; una ducha con agua templada que te despeja y reconforta y te quita las telarañas que durante la noche se han apoderado de tu cuerpo y de tu mente; un café con un crujiente croissant y mermelada de fresa que caen en tu estómago como un regalo culinario a esas horas del día; una lectura sosegada que te hace viajar por parajes y sentimientos que de otra manera no llegarías ni a intuir en tu apacible vida; una llamada inesperada de tu mejor amigo contándote y compartiendo contigo, y sólo contigo, que la noche anterior cuando lo dejaste en el bar con la penúltima cerveza en la mano, ligó con la pelirroja del piercing en el labio; un paseo por la playa con los pies descalzos sintiendo, ora la tibieza de la fina arena, ora la frescura del mar, y observando lánguidamente el ir y venir de las blancas gaviotas en el azul celeste; una cervecica fresca acompañada por unas almendras en una terraza sintiendo el calor de mediodía del astro rey en la cara mientras ojeas, solo, las noticias del diario; el deleite de pensar que cuando llegues a casa te vas a cocinar una patatas y unos huevos fritos con puntilla que ni un marajá los sabría apreciar mejor que tú; una siesta reparadora de esas en las que estás a gusto en el sofá cerrando y abriendo los ojos todo “ensoñiscao” viendo cualquier cosa en la tele; el disfrute de escuchar por enésima vez in Utero de los Nirvana y quedarte otra vez colgado con las guitarras sucias de los de la banda de Kurt Cobain; dejar pasar la tarde y probar por primera vez un té pakistaní con leche y mucho azúcar en compañía de tus amigos de toda la vida dejándote mecer por su conversación; andar ya camino de casa y encontrarte inesperadamente a María, tu ex que todavía no es tu ex, y tomarte una cañas cenando y hablando de si terminar la noche en su casa o en la tuya; ir camino de casa, solo, y agradeciendo tu suerte por haberos encontrado, cuando ya enfilabas tu casa acompañado, al ex de María, que sí es su ex, y que ésta haya decidido, al final, irse con él porque si os hubieseis acostado sabes que la hubieses cagado otra vez; llegar a casa cansado, ponerte el pijama y las zapatillas, abrirte una cerveza y ponerte Radio Nacional de España para terminar el día relajado y escuchando lo que la jornada ha dado de sí; arrebujarte con el edredón en la cama y terminar de leer esos capítulos que te faltan para saber quién se ha cargado a la enfermera rubia que murió en el capítulo dos; y cerrar los ojos recreándote en el hecho de que ha sido un bonito día y sabiendo que no los vas a abrir más porque los has cerrado definitivamente al principio de este relato.
Descanse en paz.
                                                        BASI    JORQUERA      13-11-2017

19 diciembre 2017

Pero cómo nos gusta que nuestros amigos del Bazar del Centro Cultural compartan con nosotros sus relatos. Joaquín Campillo nos envía Atardecer, portal de vida, este precioso relato que presentó al IX Premio Alzabara.


ATARDECER, PORTAL DE VIDA.
Mira como reposa sobre el vientre, única, solitaria, huérfana; encima de ese alojamiento, nido de una nueva vida. La piel en tensión, el pequeño latido que galopa a ritmo acelerado. Descansa su cuerpo junto a la puerta de la cabaña, donde alojan mujeres y niños de la familia. Conjunción de adobe, paja y colorantes para decorar, con símbolos de su etnia, la protección contra el mal augurio.
El sol se marcha a reponer de luz otros lugares. Nosotros donamos, a su mente, la bella estampa que sucede. Solamente una vez, al día, le permiten esta contemplación. La mano acaricia el abultado abdomen, ella puede transmitir y recibir las sensaciones, mejor que el muñón izquierdo. Vitalicio recuerdo de los horrores pasados, en esta tierra del continente africano. Los niños también pueden ser atroces; soldados imberbes, con viejos fusiles y machetes, provocaron el terror en la aldea. Acaudillados por gente con ausencia de razón y cerebro, en nombre de no se sabe qué ideales, siembran la desgracia y la muerte. Su hombre fusilado, y a ella le dieron a escoger: esclava o amputación. No acabó ahí el dolor, se llevaron a su hijo; quedó sola de familia y con una mano. No era su primera amputación, sufrió otra en su tierna infancia. Tribal sacrilegio cometido en su cuerpo de niña, por convicciones de su familia y de su pueblo.
Viuda, manca y con cicatrices en su interior, fue reclamada por el hermano de su marido —padre de lo que crece en su vientre— y la tomó como segunda esposa. Relegada por la primera, la vemos hacer todo tipo de tareas, que la otra no hace, a pesar de tener dos manos. Realiza filigranas para traer agua, cuidar animales, moler grano, hacer fuego... todo, con un punto en la izquierda y la coma en la derecha.
Hoy, en este atardecer, la vemos tranquila. Pero ella presiente que, en este ocaso, el florecido vientre dará su fruto deseado; tendrá que amamantar, cuidar, criar algo propio. Aunque se incrementen las tareas, será dichosa. Un nuevo retoño, que no borrará el recuerdo del primero, pero la hará creer que merece la pena seguir luchando. Ya no solo trabajará para la impuesta familia; tendrá la propia. Seguiremos viéndola, y así lo pedimos, juntos, bajo esta frente amplia coronada por el anillado pelo. Sobre su ancha nariz, sobre sus carnosos y protuberantes labios; destaca nuestra blanca conjuntiva, en la coloreada piel.  Nosotros, los ojos, que le mostramos todo; sentimos orgullo de pertenecer a esta mujer, a esta Reina Leona, que lucha en esta tierra dura, por su naturaleza y por la acción del ser llamado humano que, muchas veces, no lo es. Y volveremos a mirar, por ella, todos los atardeceres que su vida le conceda.

07/12/2017

Joaquín Campillo Villa

18 diciembre 2017

Buenos días,

Nuestra compañera Pilar del Bazar del Centro Cultural quiere compartir con nosotros este precioso relato que presentó al IX Certamen Alzabara. Aunque no fue premiado, a nosotros nos encanta:


Solamente una vez amé en la vida
Solamente una vez y nada más…
            
Las otras veces

Amé mucho esa vez. Me entregué entera y sin reservas a un sentimiento tan dulce y tan envolvente que no había nada fuera de él.
No me importó cambiar de ciudad, de país y de creencias. Ni dejar familia y amistades.
Nada me importó fuera de él. Nada existía en su ausencia.
Vivimos un tiempo perfecto que no puedo medir. No se evalúa  la dicha, no se pesan las quimeras. Se exprimen y se gozan. Nada más.
.
Un día de lluvia mansa, me dijo que los buenos fuegos de artificio tienen una vida brillante, pero breve. Cómo comparar los rescoldos medio cubiertos de cenizas de un hogar aburrido, con aquella explosión de luz, pasión y locura que habíamos vivido…
Se había acabado, pero fue glorioso. Adiós, nena, adiós…

Cuando se fue, afuera seguía lloviendo. Siempre llueve en la ciudad del amor. Y  del olvido.
No quise volver con mi familia, ellos habrían arrojado sombras insanas sobre su amado recuerdo. Comprendan, es lo único que me quedaba de él y no quería ensuciarlo.
Tuve que acostumbrarme a la lluvia, al cielo gris cerrado a la esperanza, a ese río, Sena, sucio y romántico, al idioma de la bohemia. A la soledad.
Solamente amé esa vez…
Las otras veces, no han sido sino sucedáneos  del amor.
Ahora, acostumbro a cuidar  la forma y apariencia de cada relación. Procuro no defraudar, estar a la altura de lo que se espera de mí.
Y el precio, el que corresponde a un trabajo bien hecho, queda siempre a la vista, sobre la mesilla de noche.