30 abril 2024

Buenos días desde una lluviosa Cartagena. Como cada año, en los diferentes talleres del Bazar de Letras hemos escrito inspirándonos en el cartel de La Mar de Músicas. Este año, Islas del Mediterráneo. Compartimos hoy con vosotros este relato de Esther Valera Gasull, lleno de belleza y lirismo.






  MIS TRES MARES

MAR-llanura (tierra), Mar-salada (agua), Mar-música (aire). Míos sois aunque no os posea con documento de propiedad, pues no toda la  belleza se deja encerrar o apropiar con muros y puertas. La de estos mares, natural y libre, universal y gratuita como la gracia de la fe, solo requiere sentirla y acogerla.

Yo abrí los ojos al mundo en una inmensa llanura, de horizonte lejano y abierto, todos sus caminos y campos tenían vida y llanos éramos también sus dispersos habitantes. Amo esa llanura.

Antes de ver el Mar-agua, escuché su sonido en una gran caracola que había en casa. Mi madre me la acercó al oído y me dijo que ese ruido era el mar, que había llegado hasta allí atravesando y que algún día me llevarían a conocerlo. Cuando lo hicieron me pareció otra gran llanura, azul, movediza y resplandeciente. Si te acercabas a él con inocencia te sorprendía enseguida acariciándote los pies. Me cautivó este Mar.

Mi Mar-música nació casi al mismo tiempo que yo. Se inició con las nanas que mi madre me cantaba, apretándome en su cálido pecho, cuando no acudía el sueño, lloraba o estaba enferma. Era dulce y melancólica su voz, sanadora. Me dejé envolver en ese Mar de ternura.

La Llanura-tierra me ofreció su banda sonora original de pájaros, cascabeles, árboles, vientos...todo orquestado por la sencilla e invisible mano de su Creador. El hogar familiar colaboraba con ella, mi padre tocaba el acordeón los días de fiesta, cantaba, se sumaba mi madre y luego me unía yo.

El Mar-agua tenía otros sonidos, cadenciaba el paso del tiempo, reloj de millones de arenas, con un extraño e hipnótico tic-tac, arbitrario e incesante. Me atrapó. Después llegaron a mi la radio, los discos, los casetes y me vestí la nueva música que iba descubriendo como lo hacía con mis nuevos vestidos, ajustándolos a mi cuerpo y a mi alma según crecía física  y emocionalmente.

Cada uno de estos mares celebra fiestas a su manera. La Llanura se engalana cada primavera de flores, colores, de insectos cantores, de verde promesa, y suena como un arcoíris .

Al Mar-azul le gusta sorprender e improvisar su calendario según los vientos y mareas. Celebra su poder con grandes olas y baile de masas líquidas, vapuleado barcos, aspergiendo con gracia y furia rocas y acantilados, tejiendo puntillas de espumas bravas y llamativas.

La Mar-música lo hace en cualquier lugar donde se le convoque, por pequeño y escondido que esté. Voces, instrumentos y creatividad ecuménica al servicio de la humanidad que sabe o necesita escucharla. A veces lo hace con grandes conciertos, ruidosos o sublimes, otras con modestos festivales o recitales intimistas.

Pasados tantos años ya, la Llanura  es un lugar a donde siempre regresar, volver. El Mar, un gran ventanal de la vida desde el que contemplar, disfrutar, descargar el estrés y añorar a los que partieron a su otro lado. La Música una compañera fiel, generosa y solícita para hacernos reír, saltar, cantar, emocionarnos, hacernos llorar o consolarnos según lo necesitemos en cada momento.

En esta pequeña orilla que es nuestra ciudad, la Mar-música se encarna cada verano como realidad de su promesa: ¡¡Nos vemos en julio!! Este año ha recreado un archipiélago mediterráneo y sonoro, de canciones e intérpretes, grandes o pequeños, famosos o emergentes, sustentado en el abrazo de todos los tiempos y culturas, en la diversidad que enriquece y suma, en el lenguaje universal que va directo al corazón, nos une, nos hace temblar, bailar, apaciguarnos o levantarnos como sanados por un viento mágico. 

Me saluda hoy el cartel que lo anuncia con un collage de manos y rostros sin género, sin nombre, sin origen grabado en sus frentes. Casi todos con bocas cerradas y oídos abiertos al otro para escucharlo. He querido hacer presente un recuerdo. Una de estas caras de pelo rojizo y boca abierta me ha hablado: soy sardo y junto a tres compañeros cantamos canciones ancestrales a capela. Les he llevado al atrio de la catedral vieja y allí, desde el tiempo remoto y el interior de la pisada tierra, atravesando todo su cuerpo ha emergido una voz extraordinaria. Acompañados sólo por la ligera brisa, un poco de bruma y toda mi emoción  han cantado para mí  que, sentada en el suelo, arropada con un chal sobre mi espalda, con los ojos cerrados y  pequeñas velas a nuestro alrededor para no herir la noche, he querido quedarme allí hasta el amanecer... pero las voces estaban cansadas y comenzaba a hacer frío... He tenido que volver.

Hasta aquí he venido, a compartirlo con todos vosotros.




Esther Valera Gasull

Bazar de las Mañanas
del Centro Cultural