19 diciembre 2017

Pero cómo nos gusta que nuestros amigos del Bazar del Centro Cultural compartan con nosotros sus relatos. Joaquín Campillo nos envía Atardecer, portal de vida, este precioso relato que presentó al IX Premio Alzabara.


ATARDECER, PORTAL DE VIDA.
Mira como reposa sobre el vientre, única, solitaria, huérfana; encima de ese alojamiento, nido de una nueva vida. La piel en tensión, el pequeño latido que galopa a ritmo acelerado. Descansa su cuerpo junto a la puerta de la cabaña, donde alojan mujeres y niños de la familia. Conjunción de adobe, paja y colorantes para decorar, con símbolos de su etnia, la protección contra el mal augurio.
El sol se marcha a reponer de luz otros lugares. Nosotros donamos, a su mente, la bella estampa que sucede. Solamente una vez, al día, le permiten esta contemplación. La mano acaricia el abultado abdomen, ella puede transmitir y recibir las sensaciones, mejor que el muñón izquierdo. Vitalicio recuerdo de los horrores pasados, en esta tierra del continente africano. Los niños también pueden ser atroces; soldados imberbes, con viejos fusiles y machetes, provocaron el terror en la aldea. Acaudillados por gente con ausencia de razón y cerebro, en nombre de no se sabe qué ideales, siembran la desgracia y la muerte. Su hombre fusilado, y a ella le dieron a escoger: esclava o amputación. No acabó ahí el dolor, se llevaron a su hijo; quedó sola de familia y con una mano. No era su primera amputación, sufrió otra en su tierna infancia. Tribal sacrilegio cometido en su cuerpo de niña, por convicciones de su familia y de su pueblo.
Viuda, manca y con cicatrices en su interior, fue reclamada por el hermano de su marido —padre de lo que crece en su vientre— y la tomó como segunda esposa. Relegada por la primera, la vemos hacer todo tipo de tareas, que la otra no hace, a pesar de tener dos manos. Realiza filigranas para traer agua, cuidar animales, moler grano, hacer fuego... todo, con un punto en la izquierda y la coma en la derecha.
Hoy, en este atardecer, la vemos tranquila. Pero ella presiente que, en este ocaso, el florecido vientre dará su fruto deseado; tendrá que amamantar, cuidar, criar algo propio. Aunque se incrementen las tareas, será dichosa. Un nuevo retoño, que no borrará el recuerdo del primero, pero la hará creer que merece la pena seguir luchando. Ya no solo trabajará para la impuesta familia; tendrá la propia. Seguiremos viéndola, y así lo pedimos, juntos, bajo esta frente amplia coronada por el anillado pelo. Sobre su ancha nariz, sobre sus carnosos y protuberantes labios; destaca nuestra blanca conjuntiva, en la coloreada piel.  Nosotros, los ojos, que le mostramos todo; sentimos orgullo de pertenecer a esta mujer, a esta Reina Leona, que lucha en esta tierra dura, por su naturaleza y por la acción del ser llamado humano que, muchas veces, no lo es. Y volveremos a mirar, por ella, todos los atardeceres que su vida le conceda.

07/12/2017

Joaquín Campillo Villa

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