20 diciembre 2018

Ya están aquí, ya están aquí. Irremediablemente llegan, año tras año, las maravillosas y poco estresantes Navidades. Afortunadamente, con Literatura todo se lleva mejor. Nuestra amiga Milagros Márquez del Bazar del Centro Cultural nos manda este cuento de Navidad. 


LA ESTRELLA

El valle estaba sumido en sombras, la luna aun no se había alzado tras las montañas y el cielo era un tapiz negro en el que intentaban aflorar tímidas algunas lucecitas.
Me veo de niño asomado a la ventana esperando, como todas las noches, ver mi estrella para irme a dormir.
_ Madre, ¿Por qué no tiene estrella nuestro Belén?
Esa pregunta, año tras año, tenía la misma respuesta.
_Cuando vuelva padre la traerá.
_¿Donde está padre? La guerra a donde dices que se lo llevaron termino hace tiempo. Otros del pueblo han vuelto. ¿Por qué él no?
_ Porque no le dejan. Anda no preguntes más y duerme. Mañana es el último día de escuela y por la tarde pondremos el Belén.
Madre no entendía la Navidad sin el caserío, el rio de plata, los pastores con su pequeño rebaño y la cueva del nacimiento. Hasta en los años más duros, lo había puesto detrás de una vieja cortina, siempre sin estrella.
Yo tenía entonces 7 años y solo recordaba de padre  su áspera mano cuando me acariciaba y lo protegido que me sentía dentro de su abrazo. Pero él volverá, pensaba, con esa certeza que tienen los niños cuando el deseo es más fuerte que la realidad.
Recuerdo las entrañables figuritas de barro, un poco estropeadas, A un caballo le faltaba una pata y madre lo apoyaba en un montón de paja para mantenerlo derecho. Algunos pastores tenían la cabeza o los brazos, pegados con miga de pan mojada en saliva. Un año se me resbaló uno de las manos y madre lo arreglo así .A mí no me parecía que fuera a durar mucho, pero ahí estaba al año siguiente con su miga de pan rodeándole el cuello, como si le doliera la garganta.
Madre decía: No te preocupes hijo, el pastor está bien. No se diferencia mucho de algunos mozos del pueblo cuando volvieron de la guerra. Y en mis labios afloraba la eterna pregunta: Si la guerra termino, ¿Por qué padre  no viene?
Pasaron los años y la vida me llevo por trabajo a una ciudad del sureste español, mirando a un mar siempre azul. Las gentes son abiertas y acogedoras. Me encuentro bien aquí, soy recepcionista en  El gran hotel Mediterráneo, un edificio precioso de estilo modernista, que hace ángulo entre dos calles, como si de la proa de un barco se tratase.
Hoy he vuelto al valle de mi infancia y asomado a la ventana veo los verdes, pardos y marrones con los que se viste en otoño. Resuena aun en mis oídos el sonido del viejo tren, que resollaba como un asmático al subir la cuesta hasta la estación del pueblo, donde descansaba tomando aliento para seguir su camino por otros valles, otros verdes y  otras cuestas, arrastrando con él las ilusiones de los hombres y mujeres que transportaba, soñando con una vida mejor.
Empezaba a caer la noche, el silencio y la oscuridad cubrían el valle con el traje fantasmal de la bruma y las sombras.
Asomado a la ventana recordé aquellas Navidades en las que sentado en mi cama, esperaba que en el negro tapiz del cielo apareciera la luna por detrás de las montañas y se asomaran, tímidas aun, aquellas pequeñas lucecitas para ver la estrella que algún día brillaría en mi Belén.
Pero aquella Noche Buena fue especial, oí ruidos, salte de la cama bajando las escaleras corriendo y lo vi. Vi el Belén completo. Mi estrella estaba en lo alto de la cueva. Padre por fin la había traído. ¿O había sido al revés?
Aun recuerdo aquel abrazo, lo había soñado tantas noches. Recuerdo su olor, su piel áspera y la calidez del refugio de sus brazos. Y hoy sigo igual que aquella noche dando gracias a la estrella por haberme traído a mi padre.




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