02 mayo 2019

Buen lunes o buen jueves,
Se acerca la Gala Final del Premio Mandarache y queremos compartir con vosotros este relato que nuestra amiga Geli Sánchez García (del Bazar de Letras del Centro Cultural, turno de mañana) realizó tomando como fuente de inspiración ese épico cartel de la edición 2019. 



Una pequeña historia dentro de la Gran Historia



La imaginación vuela, por lo tanto no se le deben cortar las alas, hay que dejarla ir a su aire aun cuando aparezcan historias mágicas.
Y esta que tengo en mis manos lo es.
Si miramos hacia el medievo a nuestra mente acuden los castillos como elemento representativo. Imponentes castillos de piedra que se elevaban sobre las colinas dominando kilómetros a la redonda. Uno de ellos es protagonista en esta historia, al igual que Lady, una avezada amazona que recorre la campiña inglesa de finales del XIX a lomos de su cuadrúpedo.
En una nublada tarde la dama en cuestión se aleja demasiado de su casa de campo, tanto como para adentrarse en territorio desconocido a lomos de un animal de leyenda. El suyo es un mitológico unicornio de papel parduzco con letras impresas en tinta negra salido de ese invento llamado imprenta que surgió en el Renacimiento.
Su destino es el lejano castillo recortado en el horizonte que la atrae, la llama, la tienta..., no así la moderna construcción que hay al lado.
En su camino por el verdeante campo Lady detiene su montura junto a un solitario surtidor de gasolina americano de los años cincuenta pintado de un rojo tan intenso como sus vestimentas.
Su unicornio evidentemente no necesita de un surtidor, tampoco de la apetecible hierba fresca que hay bajo sus cascos.
Sigue queriendo llegar al castillo, pero antes decide curiosear por un torreón de piedra semioculto invadido de hiedra. Desmonta y decidida se adentra en él pasando bajo su arco de entrada. En realidad, es una torre vigía del siglo XVI abandonada tanto tiempo atrás.
Dentro está oscuro pero la pálida luz del exterior le ofrece la visión de un bulto inmóvil. Sin miedo se acerca y lo coge, es una bolsa. O más bien una mochila de color anaranjado con bolsillos y adornada con abundantes hojas verdes en plan camuflaje. La mochila olvidada de un explorador, tal vez del propio Doctor Livingston. Mira dentro y aparece un viejo casco de motorista con gafas incluidas, no duda en ponérselo, le gusta, lo encuentra práctico y cómodo para cabalgar, así evita de su rostro los distintos insectos que pululan por el campo. Con ambos objetos continua su camino hacia su destino final.
Cerca de una arboleda, a los pies del castillo, una nube de pajarillos salen volando oscuros sobre el cielo gris, como palabras que se lleva el viento.
El castillo del siglo XV es una inmensa mole de piedra oscura perteneciente a sus antepasados. Sus murallas, sus almenas, su torre del homenaje… ella todo mira ensimismada. Lo contempla con una sensación de nostalgia, parece un edificio frio y lúgubre, solitario y triste, pero a ella le gusta.
En su parte norte se elevan hacia el cielo otras torres, otras almenas, pero de hierro. Esqueletos retorcidos que avanzan hacia las alturas. A Lady no le gusta esa construcción llamada fábrica. Un engendro del siglo XX.
El tiempo se agota, la tarde plomiza va desapareciendo porque el manto oscuro de la noche quiere sumirlo todo en sombras y entonces… nada es lo que parece y esta historia… no existe.

FIN

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