18 octubre 2022

 ¡Qué alegrías nos dan nuestras amigas del Bazar de Letras! M. Dolores Hernández quiere compartir con todos nosotros su relato premiado con el accésit en la IV Edición del Certamen de Relatos de Cartagineses y Romanos. Esperamos que lo disfrutéis.




La muerte del Almirante Himilcón


Yo, una simple ama de casa, pero digna trabajadora en el silencio de un hogar sin ningún reconocimiento por tan agotadora labor, ni tan siquiera una pequeña pensión por tantos años trascurridos y que nuestro retiro sea cuando la energía de nuestra vida nos deja en manos de la muerte…pero dicen, que es nuestro sistema. Ahora eso no quita que entre tantos quehaceres encuentre algo de tiempo para adquirir cierta cultura, dejándome llevar para saber algo de la historia de Cartagena.

Desde que empezaron a celebrarse las fiestas de cartagineses y romanos, he sentido cierta inquietud para saber algo más de las luces y las sombras de esa llamada Guerra Púnica, que tuvo lugar en la antigua ciudad de Kartadas.

 Me adentro en ese enigma y me pongo a buscar en los libros aquél acontecimiento, busco en las estanterías de la biblioteca y los veo cubiertos por el polvo de los años, en ellos está la respuesta y por si alguien me quiere escuchar pongo mi granito de arena y me dispongo a revivirla. Acontece un viernes de un remoto mes de septiembre, cuando el reloj de la vida del almirante Himilcón queda parado en la hora fija de su muerte.

Cede su fuerza el calor compulsivo del verano, lentamente paso a paso el otoño se aproxima, el cielo saturado de luz se resquebraja en el horizonte, el sol encendido todavía con un color anaranjado repliega sus rayos por el mundo con cierta timidez, hasta el atardecer derrama su luz demorada cubierta de tristeza y se desploma sobre el cálido y bello Mare Nostrum, la Luna se viste de gala y esplendor y está jugando con un pequeño jirón de nube. La brisa levantina otorga su fresca y salada delgadez, más una bruma lechosa cargada de humedad se cierne suavemente penetrando hasta el fondo marino no dejando ver con nitidez. 

Esta blanda monotonía oculta el avance de las naves cartaginesas que entre vaivenes silenciosos se acercan a la costa, el palpitar de sus corazones se oyen en sintonía con el avance de los remos, más esa niebla da tregua al sopor del día.

¡Hay almirante! permaneces sobre la proa creyendo sentir a la diosa Tanít cabalgando sobre las espumas del oleaje y le pides su clemencia, que escancie su copa sobre tu espíritu y en su misericordia te unja con un rayo de luz y el aire de su vuelo, te conceda la victoria. Ese sentir aviva tu coraje por defender hasta la muerte a la ciudad de la invasión de los romanos. Pero, tú, cómo vas a saber que este día al atardecer quedaran esparcidas las cenizas de tus naves por cualquier espuma que acaricia al mar.


Por fin llega el ansiado momento, te has vestido con el duro metal de guerra, mientras tus naves avanzan hacia el puerto arribando en plena batalla. Tú y tus marinos ya formáis parte de esta angustia y desolación, os movéis entre el caos sobre intensas nubes de humo, no te das cuenta que pisas los restos de los cuerpos destrozados, pero el enemigo avanza hacia los cartagineses rodeando a todos tus marinos que se cruzan entre sus espadas, luchar es una aventura de alto riesgo que te lleva a adentrarse en el juego de la vida o de la muerte y un fallo puede abrir caminos o cerrarlos.

Los centuriones atacan, asedian al ritmo frenético de sus gritos, ofreces resistencia, arremetes contra todos con todas tus fuerzas, atacas, te defiendes, tu espada atraviesa al perdedor mientras la tierra ve saciada su apetencia bebiendo la sangre del cuerpo destrozado, desaparecen entidades, los soldados ruedan por los suelos y las naves cartaginesas yacen perdiéndose en el vaivén de la marejada, mientras la arena del fondo adsorbe sin cesar los restos con su húmedo silencio, los romanos sabiéndose un ejército de mil frentes acometen contra todo aquel que se atreven a subirse a las murallas, los bravíos marinos caen a plomo acabando sus vidas en el suelo, en esta tarde que empieza a adelgazarse.

 De Kart-Hadast ha quedado solo el recuerdo, son miles de muertos engarzados en una noche vestida de luto que rasga el velo de las ansias que abrigaban por defender el emporio del enemigo, aún, así, la dignidad de los que sobreviven permanece incólume en su ánimo ya desgastado por tantas horas de fatiga bajo la Luna macilenta que alumbra el ir y venir de las parcas que se ciernen sobre los fallecidos como una estela, mientras la tristeza del viento vuela sobre la batalla mezclada de podredumbre y barro. 

Himilcón, tras varias horas de lucha sin descanso continuas, pero tu ímpetu va cediendo, asediado con tan duros avatares vuelves a suplicar a tu diosa, mientras esa plegaria no acontece sigues enarbolando tu espada contra el enemigo y consigues mantenerte con vida, pero después un legionario romano aprovecha un instante de flaqueza y te asesta un golpe seco en la garganta, de ella mana un rio de sangre y el tiempo de su fluir pone punto final a tu coraje y valentía.

El eco angustiado de tus marinos retumban dentro de tus oídos, apenas ves sus cuerpos arañando la tierra y barrerlas con su boca, tus ojos se cierran y asumes por fin que fuiste uno más que bebió el cáliz del fracaso y sigues con tu convencimiento de que los héroes derrotados no agradan a los dioses.

 En fin, el que en vano lucho por defender una causa justa, su vida entrego al feudo de la muerte. Ahora esa funesta tarde desaparece entre mis ojos cierro el libro de la historia y lo vuelvo a poner en su sitio, haciéndole espacio en los brazos del archivo de la cultura, y yo me pregunto ¿A dónde van los héroes después de su muerte sin la fuerza de su espada? 


Septiembre va plegando sus alas abrasadoras

Las naves avanzan con sus velas y en silencio

La noche corre el telón del escenario del universo

¡Allí! El caluroso verano se resiste a dejarnos

El Mare Nostrum plácido duerme

Las estrellas abren guiñando sus ojos

Observan el fuego sagrado renacer de sus cenizas

Portan la antorcha, dioses, tropas y legiones

Desfilan dando colorido a la ciudad

La chiquillería cartagenera grita

¡Ya vienen los cartagineses y romanos!

Y en sus pequeñas manos llevan

Las preciadas monedas de oro.


Gracias por escuchar y leer la historia de otra manera diferente, pero que por desgracia sucedió, ahora no pondré la frase que siempre se pone al final, porque si Dios quiere, volveré el año que viene con otra versión distinta, con otro fascinante personaje, quizás le de vida a un famoso romano de las fiestas de cartagineses y romanos, ¿Quién sabe?



Mª Dolores Hernández Martínez

Premiado con el accésit en cartagineses y romanos 2022



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