05 octubre 2017

Buenos días,
Esta semana han empezado las clases en los diferentes Bazares. Seguro que va a ser un curso lleno de lecturas interesantes y mucha creatividad.
Comparto con vosotros para empezar el relato que me ha mandado Milagros Márquez, del Bazar del Centro Cultural. Espero que os guste:


EL OLVIDO    
Amaneció gris la mañana, pero me daba igual. Estaba muy interesado en conocer la historia de aquella lápida. Además no tengo nada mejor que hacer, (beneficios de la jubilación).
Hace poco que vine a vivir a este pueblo tranquilo en las montañas de Asturias. Por las tardes salgo a dar largos paseos, entre prados de un verde tan intenso que parecen acuarelas,  las vacas pastando, guardan el equilibrio en las empinadas  laderas, las chimeneas de las casas, soltando al cielo el humo del hogar. Me gusta la naturaleza. No he sido nunca un urbanita al uso, solo ejercía de ello por necesidades del trabajo, pero al quedarme solo, la ciudad me asfixiaba, entonces decidí cumplir mi sueño. Y aquí estoy, con cuatro trastos y la mochila cargada de ilusión ante esta nueva vida.
Fue en uno de esos paseos, cuando, a lo lejos, llamaron mi atención, unos cipreses altos  que se ondulaban con la brisa, haciendo con sus ramas un siseo, que parecía reclamar mi presencia. Hacia allí encamine mis pasos, y mientras subía la colina apareció ante mis ojos un cementerio blanco. La luz del atardecer, al reflejarse en la piedra, le daba un aspecto singular, como una gran joya encerrada en un estuche verde. Rodeándolo había una bonita verja negra, limpia y brillante, como recién pintada.
Me adentré en uno de los paseos, que separaban las lápidas. El suelo era de hierba y parecía segada hacía poco, pues su olor aún perfumaba el aire. Había bancos de piedra que invitaban al descanso y a la meditación, todo era silencio y paz en aquel hermoso recinto.
Desde luego, pensé, en este pueblo cuidan bien a sus difuntos.
Paseaba disfrutando del atardecer, cuando sin darme cuenta, tropecé con un escalón que la hacía sobresalir entre las demás. Me quedé observándola, era más grande y estaba rodeada de una cadena. En uno de sus ángulos había una bola del mundo, con marcas en algunos países, al otro lado un banco a la sombra de un gran jazminero y en el centro la lápida. No había en ella ni nombre ni fecha alguna, solo una frase “NO ME OLVIDES” y a ambos lados, algunas estrofas de los mas bonitos poemas de amor que yo había leído nunca. Debajo solo una rosa, fresca, como recién cortada.
Me senté a descansar un momento, pensando en el mensaje: no me olvides. ¿Quien no tenia que olvidar a quién? ¿Se podía recordar en el más allá? ¿Le estaba pidiendo a su amor vivo que no lo olvidara o era al revés?
Volvía todas las tardes, con la esperanza de ver a alguien que me pudiera dar razón sobre el dueño de esa fosa, pero no tuve suerte.
Me quemaba la curiosidad. Una mañana al desayunar en el bar del pueblo, pensé que en estos sitios todo se habla, todo se comenta, allí me darían razón. Al preguntarle al camarero, me señaló a un joven que, sentado frente a la ventana, daba buena cuenta de unas suculentas tostadas.
Conversamos sobre el tema y quedamos en que ya me avisaría, pues la historia la entendería mejor sentado debajo del jazminero, con el silencio de telón de fondo y no mezclada con las conversaciones a voz en grito que tenían los clientes del bar.
Hoy es el día y aquí estoy contemplando esas letras negras, que son como un grito poderoso, sobresaliendo de todo lo demás.
Cuando llegó, me sonrió. Traía una rosa fresca en la mano, se sentó a mi lado y empezó a hablar.
"Fue un amor prohibido, un hombre viudo de mediana edad del pueblo y un joven que vino solo a hacer unos trabajos y aquí se quedó.
Nadie lo sospechó, fueron muy prudentes, sabían a lo que se exponían en aquella época. Se amaban de verdad y no querían que el otro sufriera el menosprecio de los vecinos.
El joven murió pronto y quiso que ese fuera su único epitafio. Su compañero venia todos los días con una rosa como esta. A veces yo también le acompañaba. Se pasaba horas esteras hablando solo, o al menos eso me parecía a mí, pero por la expresión de su rostro, era como si encontrara en su pensamiento, la otra mitad del diálogo.
Pasaron los años y nunca faltó la rosa. Hasta que un día desapareció. ¿Había olvidado el anciano? Sus recuerdos se fueron borrando sin que se diera cuenta, los estaba destruyendo la maldita enfermedad, que los iba tirando, poco a poco, por el sumidero de esa memoria dañada. Todos sus recuerdos, vivencias reales o fantasías que imaginaba sentado en este banco, todo desapareció de su cabeza. Se volvió un gran lienzo blanco, en el que volver a escribir la historia de otra vida. Pero eso no era posible. El tiempo se acabó.
Cuando falleció, la sociedad les concedió lo que les había negado tantos años, estar juntos.
A partir de ese día yo soy el que traigo la rosa. Me siento en el banco y le digo: Papa, te quiero, ya puedes descansar en paz."

1 comentario:

  1. ¡Que grandes escritoras tenemos en este taller! ¿Para que seguís acudiendo todas las semanas? ¿Para ponernos los dientes largos y animarnos a tirar la toalla? Tal vez sea para todo lo contrario: Escucharos, leeros nos incita a intentar escribir como vosotras. ¡No os vayáis jamás del taller! ¡os necesitamos!

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