12 marzo 2018

Tenemos el inmenso placer de compartir con vosotros este relato de nuestra amiga y alumna del Bazar de Letras del Centro Cultural Milagros Márquez. Doble gustazo porque además fue premiado con el Premio Esperanza Asuar del Colectivo Carmen Conde con motivo del Día de la Mujer de este año.


LA LUZ
Tengo 70 años y vivo sola en un pequeño pueblo de la costa de Granada.
Se vive bien aquí. La gente es agradable en el trato. Pertenezco a un grupo de Mus y jugamos en el Casino por las tardes. Todos somos, más o menos, de la misma edad. Quieren que me una a ellos en otras actividades, dicen que paso mucho tiempo leyendo y sola, pero no voy a hacerlo. En las partidas solo se habla de cartas, pero luego, ellos tiene hijos, nietos, en fin, una familia…y yo no.
No quise tenerla nunca. Mis padres murieron pronto, soy hija única, la libertad y mi trabajo, suplieron las caricias, los afanes, las noches en vela por los hijos…
¡Qué equivocada estaba!, Ahora, tengo dinero, salud, sin entrar en detalles, amigos, vivo en un chalet precioso, fruto de mis ahorros de toda la vida, pero nadie entrará gritando: Abuela, mira lo que he encontrado en el jardín, ni rodearan mi cuello con abrazos interminables, esos pequeños y maravillosos seres, cuyos ojos se agrandan cuando te ven y eres para ellos alguien importante. No tengo el cariño sin fisuras de unos hijos que me acompañen en mi vejez, cada vez más cercana.
No tengo nada de eso, porque no quise y ahora me arrepiento, pero ya es tarde. Tengo que contentarme con oírlos jugar, reír, llorar….en las casas de mis vecinos.
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El mar se agranda, no se le ve el fin ¡Dios, ayúdame! El dios que sea, me da igual, el de mis padres o el de la tierra donde quiero ver crecer a mi hijo. ¿Tendré fuerzas para llegar a la orilla nadando? Nos dijeron que nos dejarían no muy lejos de la playa y que después nos las apañáramos solos. ¡Dios, ayúdame!
Es verano. Llevo un bañador y un vestido encima. Estoy muy embarazada. De cómo pasó, no quiero acordarme. 15 años, un matrimonio concertado con un hombre de 50, que no dudaba en ejercer contra mí su frustración. He huido, no puedo volver. Me matarían. No tengo a nadie ¡Dios ayúdame!
Ya hemos llegado al sitio, están zarandeando la barcaza, para que saltemos, Lo hago de las primeras, intentando evitar los golpes. Quiero llegar a esa tierra y criar a mi hijo en ella. Pero… ¡Qué tierra! No veo ninguna. No sé hacia donde nadar. El grupo se ha dispersado, unos desaparecen con las olas y otros nadan desesperados.
Sobre mi cabeza vuela una gaviota, la seguiré, la tierra tiene que estar cerca.
Cuando mi cuerpo cansado, toca la arena, el sol está ya alto. Es una playa, hay sombrillas y gente bañándose. Me quito como puedo el traje para confundirme con ellos, pero no lo suelto, lo necesitare, es todo mi equipaje.
Llego a la orilla, nadie se fija en mí. Me tiendo en la arena agotada, doy la impresión de ser una bañista más.
Despierto sobresaltada por la risa de unos jóvenes, me habré que quedado dormida. El sol está ahora más bajo. Tengo que levantarme y echar a andar, pero mis piernas apenas me obedecen. No me he dado cuenta de la sed que me tortura. Un niño tira a la papelera una botella de plástico casi llena, la cojo, para mí es un tesoro.
Mis pasos me llevan hasta un pueblo blanco, Hay poca gente. Esta anocheciendo y el calor es aun sofocante.
Al final de una calle, veo una casa con un gran jardín, parece abandonada, está casi en ruinas, no creo que viva nadie.
La puerta escondida entre la maleza, esta entornada, pasaré aquí la noche. Buscaré algunas ramas secas y haré fuego, eso mantendrá alejados a los animales que habrán hecho de ella su morada.
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Esta noche, pasearé como siempre, por las mismas calles, saludando a los mismos vecinos y escuchando en los jardines a familias felices, risas, niños que gritan o lloran. Esa es la vida que no quise. Al final tiene más recompensa que la mía.
__¡ Nelson, no, por ahí no! Está esa casa en ruinas y apenas si hay luz.
Pero ¿Quien es capaz de dominar a un pastor alemán de 5 años?
Nos adentramos en la calle, Nelson no para de ladrar y tira de la correa hacia la casa abandonada.
Hay dentro un resplandor, como de una hoguera, quiero echar a correr, pero de pronto oigo unos gemidos, cada vez son más fuertes. Me acerco con mucha precaución y lo que veo me deja sin habla. Una mujer joven, casi una niña, dando a luz, entre tanta suciedad.
La ayudé como pude o como supe y gracias a Dios todo salió bien. Llame a la ambulancia y nos llevaron al hospital.
No me separé de su lado hasta que se recuperó ¡Por fin había alguien que me necesitaba!
Esos días sirvieron para conocernos y entablar una amistad que con el paso del tiempo se convirtió en un profundo cariño.

Adopté a Amina. ¡Por fin tengo una familia! Una hija y una nieta. He sido afortunada, he podido probar la recompensa de las dos vidas.


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