04 junio 2015

Dos soledades

¡Buen jueves! Nuestra amiga Pilar Galindo del Bazar del Centro Cultural nos ha enviado este precioso relato. Esperamos que os guste.



Dos soledades

El viajero está echado, boca arriba, sobre una chaise-longue, forrada de cretona.  No sabe que hace allí, ni quien es ella. Solo sabe que quiere quedarse.

Cuando el viajero baja del tren, no parece haber llegado a un destino, sino a una resignación; varias capas de soledad le empañan la mirada; las punteras de sus zapatos están agrisadas, por el polvo de caminos que no van a ninguna parte. La mujer que espera en la estación se dirige a él ¿Lo ha reconocido o es que mide la hondura de su desamparo?
            ─ Querido mío, ¿por qué has tardado tanto? Mira que hace frío en el andén, que estoy cansada de ver llegar trenes…Pero estás aquí, lo demás no importa  Vamos, no perdamos  tiempo.
            Sin duda el viajero habría preguntado ¿quién es usted?, si ella no le hubiera cerrado la boca con un beso enfurecido por años de inanición. Si tuviera a donde ir, el hombre no se dejaría conducir hasta una casita verde y blanca con un porche, donde la chaise – longue forrada de cretona parece aguardarle. Así que no va a hacerle ascos al  lecho nupcial, preparado hace mucho tiempo  para un amor que no llegaba. Esa noche van a fundirse dos soledades.
            La soledad de un hombre perplejo, que quiere ser el que ella espera y la de una mujer feliz,  segura de que su hombre  ha vuelto.


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